En lugares como la región del Bajo Cauca, las Bacrim son una típica manifestación de la criminalidad en la Colombia actual: una célula regional semiautónoma que hace parte de una potente red nacional.
*Este artículo es parte de una investigación de tres entregas producto de tres años de investigación y entrevistas con miembros de las Bacrim con diferentes rangos y responsabilidades. Este informe presenta a las Bacrim en las palabras de sus integrantes, así como de sus víctimas y las de las autoridades colombianas. Lea los demás capítulos de la investigación aquí.
Las raíces de las Bacrim se remontan al grupo sombrilla de paramilitares desmovilizados, las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), las cuales libraron una sangrienta guerra en Colombia en la década de los noventa y los primeros años del nuevo siglo, para expulsar a los grupos guerrilleros y sus supuestos simpatizantes, con el fin de apoderarse de las tierras y tomar el control de las economías criminales. Como sucedió en todo el país después de que las AUC se disolvieron, muchos de los paramilitares del Bajo Cauca no se reincorporaron a la vida civil, sino que permanecieron en la criminalidad. Desde entonces han conformado redes híbridas de paramilitares y criminales que tienen nuevas estructuras, modus operandi y relaciones con otros actores armados.
La franquicia del Bajo Cauca
El Bajo Cauca —una región del norte del departamento de Antioquia conformada por seis municipios— es un territorio dominado por Los Urabeños, la última Bacrim con un verdadero alcance nacional. Los Urabeños son la organización criminal más poderosa de Colombia actualmente. Sin embargo, como suele ocurrir en su descentralizada red, la relación entre los dirigentes de Los Urabeños a nivel nacional y las Bacrim locales es compleja. Algunas células son controladas por el comando central, mientras que otras funcionan de manera autónoma.
Las células de las Bacrim que controlan el oriente del Bajo Cauca son las de Los Urabeños “puros”, es decir, aquellos que son dirigidos por el comando nacional de Los Urabeños, el cual les proporciona líderes y otros miembros de fuera de la región. Según fuentes militares, la estructura típica de dichas células está conformada por un comandante, conocido como el “Primero”, que es apoyado por un jefe de finanzas, el “Segundo”, y un jefe militar, el “Tercero”. Por debajo de ellos se encuentran otros cinco jefes, que están encargados de la logística, el reclutamiento, las redes de inteligencia y asesinatos, la ideología y las relaciones con la comunidad.

Sin embargo, el resto de la región está bajo el dominio de una red diferente con una larga historia en el Bajo Cauca, y que, por el momento, tiene cierto nivel de autonomía con respecto a los jefes de Los Urabeños. Para los miembros más antiguos de la red, éstos no son Urabeños auténticos, sino “Chepes”.
Rafael Álvarez Piñeda, alias “Chepe”, es un excomandante de nivel medio de las AUC y miembro fundador de Los Paisas, la primera Bacrim que se conformó en el Bajo Cauca. En la guerra por el Bajo Cauca que se libró entre 2008 y 2012, Los Paisas se dividieron en facciones rivales. La facción de Chepe formó una alianza con Los Urabeños, y otra facción se unió a los principales rivales de Los Urabeños: Los Rastrojos.
En 2012, Los Rastrojos les cedieron el Bajo Cauca a Los Urabeños como parte de un acuerdo entre los dirigentes nacionales de ambas partes. Los miembros rasos de los Rastrojos-Paisas fueron asimilados por Los Chepes, mientras que los niveles superiores huyeron o fueron exterminados. Chepe fue capturado en el año 2013, pero la red que él conformó continúa controlando el territorio a nombre de Los Urabeños.
La cooptación de células locales de las Bacrim en la franquicia de Los Urabeños, como Los Chepes, les ha permitido a Los Urabeños extender su influencia en territorios criminales clave por toda Colombia. Se trata de un modelo mutuamente beneficioso, que permite que el dinero y el poder fluyan en ambas direcciones.
Los Chepes les ofrecen a Los Urabeños apoyo armado a lo largo de las rutas de las drogas y en las zonas de producción del Bajo Cauca, y a cambio ellos reciben la protección de un poderoso respaldo nacional que puede proporcionar armas y refuerzos. Los Chepes reciben pagos por proteger las drogas en la región y pueden dirigir las economías criminales locales como un monopolio, pero a cambio deben pagarles un impuesto mensual a Los Urabeños, mediante bancos y empresas en la ciudad de Medellín.

Sin embargo, hay indicios de crecientes tensiones entre Los Chepes y Los Urabeños, después de que recientes operaciones policiales han generado caos en la organización, y una oleada de asesinatos indican que se ha presentado una nueva guerra territorial. Según fuentes de las Bacrim y de las fuerzas de seguridad, antes de su arresto en Medellín en el mes de marzo, el comandante de Los Chepes, José Horacio Osorio Bello, alias 6-7, le vendió parte de la franquicia del Bajo Cauca al grupo criminal Los Triana, ubicado en Medellín, sin el permiso o el conocimiento de Los Urabeños.
Bacrimlandia
En los centros urbanos como Caucasia, la capital de facto del Bajo Cauca, las Bacrim son una oscura presencia, visible sólo para quienes las conocen: sus sicarios se transportan como pasajeros en motocicletas. Sus extorsionistas tienen la apariencia de clientes. Sus campaneros son niños de los barrios y sus redes financieras son los negocios locales.
Sin embargo, en los anárquicos territorios que han heredado de los paramilitares y que ahora son sus bastiones, las Bacrim ejercen su poder mucho más abiertamente, y es desde estas comunidades rurales desde donde dirigen sus redes criminales. Ante la ausencia del Estado, los cientos de residentes que viven en estos pueblos han optado por acatar las reglas de las Bacrim.
En el Bajo Cauca, el poder de las Bacrim se ejerce sobre todo en dos extensos distritos rurales del municipio de Cáceres que solían ser fortines de algunos de los más poderosos caudillos paramilitares del Bajo Cauca: Piamonte y Guarumo.
Piamonte fue el bastión de uno de los caudillos más temidos de las AUC, Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, y actualmente es la base estratégica de las Bacrim en el Bajo Cauca. El área poblada de Piamonte está dividida en dos sectores: uno para la población general y otro para los miembros de las Bacrim. La población está a merced de estos últimos, y hay poca diferencia en los niveles de vida, pues las Bacrim habitan las mismas casas rudimentarias, sólo que cuentan con mayor seguridad.
Muchos de los miembros de las Bacrim han optado por vivir en Piamonte porque es uno de los lugares más seguros para evadir las órdenes de arresto. A su sector sólo se puede acceder por ferry, y la corta travesía por río es fuertemente custodiada por varios “campaneros” (vigilantes) armados, quienes vigilan a todo el que entra o sale.

Las únicas rutas que la policía puede tomar si quiere ingresar a Piamonte están cuidadosamente vigiladas por campaneros que rondan la carretera que parte de Caucasia y se dirige hacia el sur y por centinelas de las Bacrim que vigilan las riberas del río a ambos lados de la ciudad.
Más allá del centro urbano, se encuentra el área rural de Piamonte, que es patrullada por unidades que cuidan los cultivos de coca de las Bacrim, así como sus laboratorios de procesamiento de cocaína, sus minas de oro ilegales y los escondites de armamento pesado.
Cerca de Piamonte se encuentra Guarumo, otro distrito que se ha convertido en lugar de vivienda o refugio de los comandantes locales más importantes de la región.
En Guarumo, los comandantes son protegidos por escuadrones de guardaespaldas que ejercen una estrecha vigilancia sobre todos los movimientos dentro y fuera de la zona y mantienen una presencia permanente a lo largo de la única carretera del municipio. Dado que es uno de los lugares más seguros de la región, Guarumo también es utilizado como lugar para reuniones de los comandantes y para las peleas de gallos y fiestas semanales de las Bacrim.
Las apartadas islas de La Amargura y La Plantera, a las que se llega tras un corto viaje en ferry desde Piamonte y Guarumo, es donde supuestamente viven los altos mandos de la organización. Estas islas también permiten ocultar los campos de tortura de las Bacrim. Según los habitantes de la región y fuentes de las Bacrim, las islas han sido convertidas en fosas comunes.
Piamonte y Guarumo son considerados los territorios más prestigiosos para los comandantes en la zona de influencia de la organización, y allí también habitan los hombres más cercanos a los comandantes. Para los residentes, que deben pagarles un “impuesto” a las Bacrim, estos comandantes representan la ley.
La dinámica del poder armado
Las Bacrim no son los únicos actores armados con intereses en el Bajo Cauca. Ellas deben lidiar con sus rivales y socios tanto del medio legal como del mundo criminal, como los policías y los grupos guerrilleros marxistas, equilibrando las relaciones con ellos y manejando las riendas del poder y el dinero. Esta delicada dinámica se verá interrumpida por la actual desmovilización de la guerrilla más poderosa del Bajo Cauca y de Colombia en general, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
La corrupción de las fuerzas de seguridad, en particular de la policía, es de vital importancia para las operaciones de las Bacrim, las cuales dicen que les hacen pagos mensuales a los funcionarios corruptos con el fin de que éstos les den información. Esta información les permite estar preparadas para las operaciones militares o policiales y asegurarse de que los cargamentos de droga pasen por la zona sin ningún obstáculo.
Las redes de inteligencia de las Bacrim penetran todos los niveles de mando, desde los patrulleros en las calles hasta los comandantes de la policía a nivel regional. Una fuente de un alto mando del ejército, que habló bajo condición de anonimato, asegura que la corrupción impide las operaciones militares en el Bajo Cauca.
“Sabemos que hay personas al interior que trabajan para ellos. Ellos les advierten cuándo vamos a llegar. Pasa todo el tiempo”, dijo la fuente.
Sin embargo, no dio ejemplos específicos.
Las tensiones entre la policía y el ejército son habituales en el Bajo Cauca. Ambos son responsables por la seguridad de la región, como parte de una red interinstitucional conocida como “Operación Corazón Colombia”.
“Lo que pasa es que hay quienes se guían por sus propios intereses y no por los intereses de la paz”, dijo la fuente del ejército.
Los funcionarios corruptos no sólo garantizan el paso de los cargamentos, sino que además presuntamente les suministran armas a las Bacrim.
Durante la época de las AUC, los paramilitares del Bajo Cauca libraron una amarga y violenta guerra contra las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), un grupo guerrillero más pequeño. Sin embargo, los viejos odios han dado lugar a nuevas relaciones comerciales, y recientemente las FARC y Los Urabeños llegaron a un acuerdo.
Según el acuerdo entre las Bacrim y las FARC, cada parte se encargaría de sus territorios y de los intereses económicos al interior de ellos. La guerrilla, cuyo territorio cubre la mayor parte de las tierras usadas para el cultivo de coca, les compraría a los productores la pasta de coca (la pegajosa pasta que constituye la primera fase para la transformación de la planta en cocaína) y se la vendería a las Bacrim. Y si quieren transportar su propia pasta por el territorio de las Bacrim para llevarla a otra zona, deben pagarles un derecho de transporte.
Sin embargo, dado que las FARC como organización nacional se encuentra entregando sus armas y preparándose para reincorporarse a la vida civil, el hampa del Bajo Cauca se está reorganizando, y ya se están formando nuevos conflictos y ciclos de violencia. (Vea aquí la cobertura sobre el proceso de paz entre las FARC y el gobierno).
La violencia vinculada al proceso de paz era ya una realidad antes de la firma del acuerdo definitivo a finales de 2016. Durante los últimos años de las negociaciones entre el gobierno y las FARC, Los Urabeños confrontaron una alianza entre los guerrilleros de las FARC y el ELN en los municipios de Zaragoza y El Bagre y del ELN en Cáceres. Se cree que, desde que comenzó la desmovilización de las FARC, elementos disidentes están trabajando con la nueva alianza de las Bacrim entre una facción de Los Chepes y Los Triana en Tarazá y Cáceres.
La desmovilización también está afectando el tráfico de drogas. Hacia el norte, en Nechí, los cocaleros han informado que las FARC ya han desaparecido y que las Bacrim han comenzado a comprarles la pasta directamente a ellos.
“El tipo que solía venir volvió con alguien nuevo y dijo que de ahora en adelante debíamos pagarle a él”, dijo un agricultor. “Eso fue todo. Nada más ha cambiado. El precio no ha cambiado. Es sólo que una nueva persona compra lo que hacemos”.
En El Bagre ha surgido una figura misteriosa, conocida como “Misael”. Los habitantes del municipio dicen que Misael está empleando a decenas de personas para cosechar hojas de coca en un terreno cerca de Puerto Claver. Dicen que se les paga 12.000 pesos (unos US$4) por “arroba” (cerca de 25 libras) de hojas de coca seleccionadas. Esto es más de los 5.000 pesos (unos US$1,75) que pagan otros cosechadores de coca.
*Informe realizado por James Bargent y Mat Charles. Filmado y editado por Mat Charles. Filmación adicional de Sven Wolters.