A comienzos de la década de 2010, en una cárcel en Estados Unidos, estaba el exjefe paramilitar, Hernán Giraldo Serna, esperando su sentencia por narcotráfico.

Paramilitarismo y violencia sexual en la costa caribe de Colombia

*Esta es la primera parte de una serie de tres capítulos sobre los actos de violencia sexual perpetrados por Hernán Giraldo, jefe paramilitar que operó en el norte de Colombia. Mientras estuvo preso en Estados Unidos, Giraldo comenzó a declarar sobre los cientos de violaciones que cometió en la región de la Sierra Nevada de Santa Marta. Por otro lado, dos víctimas de sus abusos, Carolina y Karen, intentan reconstruir sus vidas. Se ha tenido máxima precaución para proteger a las protagonistas de las historias que aquí relatamos, lo que incluyó el cambio de nombres, fechas y detalles personales. Puede descargar el PDF completo aquí.

Tres años atrás, cuando salió de Colombia extraditado, se fue sin hablar de los sistemáticos abusos sexuales que había cometido contra centenas de mujeres y niñas en la Sierra Nevada de Santa Marta, al norte de Colombia. 

En 2011, rompió su silencio.  

“No son violaciones forzadas. En el campo es normal que mujeres con 13 y 14 años tengan relaciones a esa edad… Tuve hijos con ella siendo menor de edad, pero no fue hecho de mala fe… yo soy un campesino y no conozco las leyes”, aseguró Giraldo cuando fue indagado por la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía colombiana.  

Pese a que Giraldo jugaba a ser inocente, la Fiscalía llevaba dos años investigando los abusos sexuales cometidos por él. Y las víctimas de violencia sexual también rompieron su silencio. Después de años de ser acalladas por el miedo y la vergüenza, comenzaron a declarar.  

Se abre la caja de Pandora 

Más de 3.000 personas fueron víctimas de delitos contra la libertad y la integridad sexual en el departamento de Magdalena entre la década de 1990 y el año 2006, según cifras de la Unidad para la Atención y Reparación a Víctimas de Colombia solicitadas por InSight Crime. De estas, por lo menos 200 mujeres fueron víctimas de abuso sexual por parte de Giraldo, según datos proporcionados por la Investigadora y excandidata al Senado de Colombia, Norma Vera Salazar.  

Como Carolina y Karen, quienes sufrieron el abuso sexual a sus 21 y 15 años, Gladys también fue una de las niñas víctimas de Giraldo. Casi dos décadas después de haber sido abusada, se acercó a denunciarlo ante la Fiscalía.  

Cuando ella tenía 13 años, en marzo de 1996, la mamá de Gladys enfermó y tuvo que dejarla, junto a su hermano menor de un año y medio, para ir al médico. La travesía era larga, pues en la Sierra los centros médicos eran escasos. La mujer tuvo que pasar varios días fuera de casa, mientras sus hijos, solos, la esperaban. 

Tres días después, cuando la madre regresó del hospital, encontró a su hija actuando de manera extraña. Le preguntó lo que pasaba y Gladys le contó que Hernán Giraldo se había enterado de que ella estaba sola y había llegado a la casa para abusar de ella. 

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Días después del abuso, Giraldo volvió a la casa para hablar con la madre de Gladys: “Me dijo que no me fuera a poner guapa [enojada] con él, que él iba a responder por mi hija”, recordó la madre, quien optó por callar por temor a sufrir represalias.  

Como ella, la mayoría de los padres, dada su vulnerabilidad y miedo frente al poder de Giraldo en el territorio, optaron por no denunciar.  

Giraldo ofrecía dinero, propiedades, ganado y joyas a las menores y sus familiares, buscando comprar voluntades para continuar los abusos sexuales a sus anchas. Según la Corporación Humanas, algunos de los familiares pudieron haber promovido el abuso sexual para obtener algún tipo de recompensa. 

“Yo escuché que los mismos padres entregaban a las hijas a Hernán Giraldo por una casa. Pero para mí, para mi historia, eso es mentira, porque ningún padre desea hacerle daño a su propia hija”, dijo Carolina. 

Pero la realidad era compleja. “Cuando llegaba ‘El Patrón’ a él se le daba la gallina más gorda, la niña más linda. No creo que haya sido un genio, pero él tenía el poder”, dijo a InSight Crime una fuente gubernamental colombiana, que prefiere mantenerse en el anonimato por miedo a represalias. 

Para el año 2011, la Fiscalía había descubierto que las madres de 19 de los 38 hijos reconocidos por Hernán Giraldo tenían menos de 14 años en el momento del parto.

Gladys fue una de ellas y siendo menor de edad tuvo dos hijos como resultado de los abusos, los cuales fueron registrados legalmente como hijos de Giraldo. 

Este supuesto vínculo legal, que se creaba cuando se registraban los hijos, desmotivaba a las niñas, mujeres y las familias a denunciar. Ya no solo existía un vínculo de control a partir de las armas sino un control a partir del vínculo familiar.

«Él violaba, pero no solamente porque fuera un pedófilo, violaba, también, porque quería tener mujeres fértiles, sanas, con unas características definidas, que tuvieran una serie de hijos que luego heredaran el control militar y político de su organización y que mantuvieran el modelo que él instauró en el territorio de guerra”, aseguró Norma Vera a InSight Crime.  

Una turbulenta herencia criminal 

Cuando Hernán Giraldo se desmovilizó en 2006 había dejado todo dispuesto para que sus rentas criminales fueran administradas en su ausencia por algunos de sus hijos y sobrinos. Sin embargo, sin la presencia del patriarca la unión familiar empezó a fracturarse.  

Giraldo hizo algún dinero vendiendo parte del territorio bajo su control a los hermanos Mejía Múnera, unos curtidos narcotraficantes cercanos a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Tras la desmovilización de Giraldo y su bloque, los hermanos se instalaron en el territorio, formaron un grupo criminal llamado Los Nevados y Hernán Giraldo Ochoa, alias “Rambo”, hijo de Giraldo, fue designado como segundo al mando.   

Pero Rambo tenía una gran ambición. Además de ser parte de Los Nevados, él quería ser el coordinador de todos los negocios criminales de su padre. Pero fue su medio hermano mayor, Daniel Giraldo Contreras, alias “Grillo”, también hijo de Giraldo, quien fue designado como el heredero. Esto desató la rabia de Rambo y otros de sus hermanos, quienes buscaron quitarle ese poder. 

Pero con lo que no contaban era que Grillo no estaba solo. Había buscado la protección de Los Urabeños, un grupo criminal surgido tras la desmovilización de las AUC y en proceso de expansión. 

En 2009, Nevados y Urabeños se enfrentaron, y estos últimos salieron victoriosos. Como resultado le pidieron a Grillo compartir las rentas criminales de Giraldo, principalmente derivadas de cobros extorsivos, control del narcotráfico y tráfico de combustible. Los herederos de Giraldo tuvieron que aceptar la petición de este monstruo criminal más grande que ellos, aunque no estaban contentos con el acuerdo. 

Tuvieron que esperar tres años para intentar recuperar el control. Para lograrlo, Rubén Giraldo se alió con Elkin Javier López Torres, alias “La Silla”, un poderoso narcotraficante del Caribe colombiano.  

Los herederos contaban con una injerencia de décadas en el territorio, pero los Urabeños tenían más armas y recursos a su favor. La disputa comenzó y la violencia aumentó exponencialmente en el departamento de Magdalena. En tan solo dos meses se cometieron 150 asesinatos en la ciudad de Santa Marta.   

Ante el caos desatado, el gobierno declaró objetivos a los cabecillas de ambas facciones. En septiembre de 2012, las autoridades colombianas capturaron al líder de los Urabeños en Magdalena y dos meses después, a alias “La Silla”. 

Para mediados de 2013, más de seis familiares de Hernán Giraldo fueron encarcelados. Tres de sus primos, un yerno y uno de sus suegros fueron asesinados en medio de las disputas. 

Los golpes recibidos y la presión de la fuerza pública llevaron a los herederos de Giraldo a detener la lucha con Los Urabeños y forjar una nueva alianza. Los Giraldo retomaron el poder de la Sierra Nevada y al mismo tiempo se consolidaron como los intermediaros logísticos de los Urabeños para el tráfico de drogas en el norte del país. 

Con el control de vuelta, los herederos de Giraldo que habían logrado esquivar a las autoridades pasaron a ser conocidos como Los Pachenca. El nombre surgió por el nombre de su nuevo líder, Jesús María Aguirre, alias “Chucho Mercancía” o “Chucho Pachenca”, un antiguo lugarteniente de Giraldo.  

Con Chucho Mercancía al mando, los Pachenca se encargaron de ser el brazo armado para proteger los intereses económicos y criminales de Giraldo. 

Sin garantías para denunciar 

Mientras en el territorio Los Pachenca extorsionaban, asesinaban y traficaban drogas, la Fiscalía colombiana estaba convocando a las víctimas de Giraldo a denunciar los hechos que habían sufrido años atrás.  

Pero las víctimas vivían en zozobra. Giraldo tenía ojos y oídos por todo el departamento de Magdalena, y muchas mujeres sobrevivientes de violencia sexual temían que denunciar las pusiera en riesgo.  

Para 2013, más de 10 años después de su abuso, Carolina llevaba un año asistiendo en secreto a una fundación que acompañaba a mujeres víctimas del conflicto armado en Magdalena. La había invitado una familiar, también víctima de violencia sexual por parte de Hernán Giraldo. 

En la fundación recibió atención psicológica y orientación. Hablar hacía que el nudo que guardaba en su garganta se hiciera más pequeño. 

La mujer que dirigía la fundación la alentó a declarar. Carolina no lo había hecho porque su papá le insistía que no valía la pena arriesgar su tranquilidad y que podría correr un riesgo. Pero los testimonios de otras mujeres la impulsaron. Lo hizo a escondidas de toda su familia y pareja.  

Para esa época, el gobierno colombiano había sancionado la Ley 1448 de Víctimas y Restitución de Tierras, por medio de la cual se reglamentó cómo se debía atender a las víctimas del conflicto. Carolina tenía que dar su testimonio para ser incluida en el Registro Único de Víctimas y si su declaración era aceptada, por fin, podría acceder a una reparación. 

Pero como ella se iba enterar, el sistema tenía muchas fallas. 

Una mañana de 2013, el día que Carolina se acercó finalmente a declarar, se dirigió a las oficinas de la Defensoría del Pueblo, organismo encargado de proteger los derechos humanos de las comunidades. La sede estaba ubicaba en una pequeña casa blanca de estilo colonial sobre una avenida bastante transitada. El guarda de seguridad le dio ingreso y Carolina se sentó en un pequeño muro del jardín mientras algún funcionario llegaba a atenderla.  

Minutos después, una psicóloga la recibió. Le dijo que su caso lo tomaría otra funcionaria administrativa, y la acompañó hasta su escritorio. La oficina era oscura, solo iluminada por una lámpara de neón que colgaba del techo. Hacía bastante calor y no había ventilación. 

Carolina se sentó en el escritorio frente a la funcionaria. Estaba nerviosa, era la primera vez que le iba a narrar a una desconocida los momentos en que Hernán Giraldo y sus hombres abusaron sexualmente de ella, en presencia de su familia y algunos trabajadores del restaurante de su papá. 

La funcionaria parecía no determinarla, solo miraba a su celular. Carolina esperó por un momento. El silencio pareció alertar a la mujer, quien le pidió que iniciara con la declaración. Mientras la mujer tecleaba, su mirada iba de la pantalla del computador a la del celular. En ningún momento levantó la mirada hacia Carolina, quien tuvo que narrar el momento más duro de su vida a una persona que no la vio a los ojos ni una sola vez. 

Carolina cree que no habían pasado ni diez minutos cuando la mujer con gran frialdad le dijo: “Listo, eso sería todo”. – ¿Ya?, le contestó Carolina asombrada por la velocidad del proceso, –“Ya”, dijo la funcionaria y la despidió.  

Carolina salió desconcertada hacia su casa, pero eso no había sido lo peor de todo. Al llegar, descubrió que en el certificado que le fue entregado, la mujer había registrado mal la fecha de su declaración. El abuso de Carolina ocurrió en la década de los 2000 pero la funcionaria registró que había ocurrido 10 años después. Esto hacía que la declaración no coincidiera con los hechos que ella había relatado, lo que dificultaba su ingreso al registro único de víctimas y por ende a su reparación. 

A los cinco días, como lo sospechaba, Carolina recibió una comunicación desde Bogotá que decía que no era elegible para la reparación. Esto debido al error de la funcionaria. Además de tener que buscar el dinero para el arriendo y la comida, debía pedir prestado para que un abogado le ayudara a corregir la equivocación. 

Esta no fue la única vez que Carolina tuvo que declarar. Ella también estuvo en la seccional de la Fiscalía de Santa Marta para dar su declaración ante la Unidad de Justicia y Paz, encargada de las investigaciones penales contra los actores armados. Allí debía entregar el certificado que le habían dado en la Defensoría del Pueblo para interponer allí su denuncia. 

En esta ocasión estaba acompañada de otras tres mujeres, también víctimas de violencia por parte de Giraldo.  

Un hombre las recibió en la entrada. Tomó el papel que le habían dado a Carolina y le pidió que lo siguieran. Cuando iban entrando a la sede, Carolina vio que una de sus compañeras, visiblemente asustada, se devolvió a mitad de camino. Carolina le preguntó qué pasaba, a lo que su compañera le respondió que entrando a la Fiscalía había visto a uno de los hombres de Hernán Giraldo, que, según ella, era uno de los encargados de cobrar las extorsiones en su pueblo. El temor se apoderó de las tres mujeres y salieron de la sede sin dar su declaración. 

Dos años después, en 2015, Carolina reunió de nuevo fuerzas para volver a la Fiscalía y terminar el proceso de su denuncia. Meses antes, en 2014, la Fiscalía había anunciado el regreso de Hernán Giraldo a Colombia una vez cumpliera su pena en Estados Unidos. Carolina prefería completar su proceso con Giraldo fuera del país, pues no sabía qué podría suceder con su regreso. Se dirigió a la sede y logró finalmente declarar.  

Ese mismo año, Carolina encontró su vocación en el arte y las manualidades. Desde entonces, teje y borda para ganarse la vida, y como una forma de terapia para calmar su mente. 

Cada quien pierde sus batallas 

En el 2015, Hernán Giraldo estaba en medio de su proceso judicial por narcotráfico ante la justicia norteamericana. La versión de los hechos que había dado a las autoridades estadounidenses era diferente a la realidad en Colombia.  

“Quiero decirle que me declaré culpable de la acusación de tráfico de drogas en mi caso porque yo era culpable”– dice un fragmento de una carta escrita a puño y letra por Giraldo dirigida al juez federal Reggie Walton, el encargado de su proceso judicial en Estados Unidos– “Mi motivo para cobrar impuestos a los narcotraficantes de drogas era ayudar a la comunidad donde vivía para luchar contra la guerrilla conocida como las FARC”. 

Giraldo y su equipo jurídico llevaban años buscando beneficios judiciales argumentando que él no había participado de manera directa en el tráfico de drogas sino a través de un cobro de impuestos a cultivadores y traficantes. 

“Tengo la responsabilidad de criar a mis hijos. Han estado separados de mi durante muchos años y han crecido mientras yo estaba en los Estados Unidos”, afirmaba Giraldo en su carta. 

Lo que los jueces norteamericanos parecían ignorar o desconocer es que, decenas de estos hijos a los cuales Giraldo hacía referencia eran producto de abusos sexuales a menores de edad y que algunos de ellos estaban ayudando a mantener el emporio narcotraficante de su padre en la costa Caribe de Colombia. 

Fuente: Verdad Abierta 

Pero los esfuerzos de Giraldo fueron en vano. En 2017, un tribunal en Estados Unidos lo condenó 16 años y medio de cárcel en ese país por narcotráfico. 

Un año después de que su abusador fuera condenado, Karen, quien fue víctima de abuso sexual por parte de Hernán Giraldo y sus hombres en 2003, sintió que era el momento de continuar con sus estudios.  

Se despertaba a las 4 de la mañana para dejar el desayuno y el almuerzo listo para toda su familia. Salía a estudiar y regresaba a casa a ayudar a sus hijos a hacer las tareas mientras ella hacía sus propios deberes académicos. Luego debía preparar la comida y limpiar, antes de irse a dormir.   

Con mucho esfuerzo logró graduarse como tecnóloga en Primera Infancia. Al poco tiempo consiguió trabajo en un colegio como profesora de preescolar. Durante el día se dedicaba a la enseñanza de decenas de niños y niñas y en la tarde al cuidado de sus hijos y los oficios del hogar. Llegó un punto en que le resultó difícil encontrar un balance entre su vida familiar y laboral, así que renunció a su trabajo. 

Un año después, en 2019, su vida dio un giro cuando su mamá falleció. Llevaba varios meses internada en el hospital por su enfermedad del hígado. Karen nunca olvidará cómo fue ver a su madre en sus últimos momentos de vida a través del vidrio de una sala de cuidados intensivos de un hospital. Su mamá era la persona más cercana a ella y la única con quien Karen se sentía en confianza de hablar del pasado.  

La llegada de ‘El Patrón’  

El 25 de enero de 2021, Carolina se levantó a las 5:30 de la mañana, preparó su café y después de beberlo salió a organizar la entrada de su casa. Barrió las hojas y arrancó la maleza que crecía en algunas de sus plantas. Entró de nuevo para hacerle el desayuno a su hija y se persignó al pasar por la imagen del sagrado corazón de Jesús que cuelga en su pared.  

Carolina trabajó un rato en sus oficios, preparó el almuerzo y luego dejó salir a su hija para que jugara con una vecina afuera de su casa. Cuando eran las seis de la tarde le pidió a su hija que se entrara, pese a la insistencia de la niña de querer jugar más. La noche le trae los peores recuerdos de su vida, por lo que, tan pronto se esconde el sol, prefiere resguardarse en la privacidad de su hogar.  

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Desde que fue abusada, Carolina toma precauciones adicionales para cuidarse y cuidar a su hija. Por ejemplo, su casa en obra gris la escogió para que no fuera visible a la vista de los vecinos. Para acceder a ella se deben atravesar puertas y al final de un callejón detrás de otra puerta está la entrada de su hogar; así ella se siente más segura. 

Esa noche cenó con su hija y luego cada una se dirigió a su habitación. Se recostó en su cama y encendió la televisión justo en el momento en que la imagen de Hernán Giraldo bajándose de un avión en Bogotá era presentada en un noticiero nacional. 

Giraldo había llegado deportado a Colombia después de cumplir una pena de 12 años por narcotráfico en Estados Unidos. Con más de 70 años de edad, el hombre que regresó conservaba poco del que dejó Colombia en un avión hacia el norte vistiendo una chaqueta de cuero y cierto aire de arrogancia. 

Al día siguiente, Carolina salió a comprar los ingredientes para el desayuno. Se topó con una vecina que también vio la noticia. Le dijo que Giraldo estaba buscando a todas las personas que lo denunciaron. 

“Mira, ya regresó por ustedes», le dijo su vecina a Carolina. Ella quedó desconcertada y sintiendo como si tuviera que justificarse le respondió: “¿Por qué? ¿por qué por nosotros si nosotros no hemos hecho nada malo? Más bien ellos fueron los que me hicieron el sufrimiento y nos marcó para toda la vida”, le respondió. 

Karen también sentía que su peor miedo afloraba con el regreso de Giraldo. En la madrugada del 26 de enero, después de haber visto las noticias, se levantó más temprano de lo normal a comprar el desayuno. Una vecina, también víctima de Giraldo, se acercó a ella. “¿No supiste que por ahí están las noticias de que Giraldo va a salir? Yo tengo miedo, estoy asustada. Hay que ver, que lo busquen a uno. Anoche no dormí”, le dijo su vecina. Karen respondió: “Ya somos dos”. 

En contraste, en algunos lugares de Magdalena se hicieron fiestas, y en redes sociales se publicaron mensajes de alegría por la llegada de Giraldo, esperando que devolviera la seguridad en la zona, comentó una funcionaria de gobierno a InSight Crime que no menciona su nombre por razones de seguridad. 

Las instituciones del gobierno también estaban expectantes de lo que pudiera significar el regreso de Giraldo. Sospechaban que Giraldo iba a continuar funcionando en el negocio de Los Pachenca sin figurar como protagonista, mientras él trabaja en su imagen pública dando declaraciones de perdón y manteniendo el arraigo comunitario, comentó la misma funcionaria. 

Para los Pachenca, por su parte, el retorno de Giraldo parecía significar el espaldarazo que venían esperando desde años atrás. Las bajas de sus principales líderes y la guerra que libraban con su antiguo aliado, los Urabeños, tras el rompimiento de su alianza, tenían al grupo en estado crítico.

A pesar de esto, los Pachenca aún mantienen influencia en algunas zonas de control histórico de Giraldo como lo es el municipio de Guachaca, según comentaron funcionarios públicos. Allí, como en otros lugares de la Sierra, tienen instaurado un modelo de extorsiones vigente desde antes de que Giraldo abandonara el territorio. 

“Cuando regrese a Colombia quiero trabajar”, escribió Giraldo al juez que llevaba su caso en Estados Unidos. “Voy a criar ganado y cosechar y despertar con el amanecer y si tengo que voy a lavar los pisos o limpiar platos o el trabajo de conducir un taxi o cualquier cosa que pueda, pero nunca voy a estar involucrado con las drogas”. 

Giraldo esperaba llegar a Colombia y quedar en libertad en el país. Si bien tenía pendiente una sentencia de 8 años por Justicia y Paz, la pena cumplida en Estados Unidos era superior, por lo que podría salir libre tras certificar su aporte a la verdad y a la reparación a víctimas. 

Un imperio criminal en ruinas y justicia por tanto abuso 

Los deseos de libertad de Giraldo parecían ignorar las denuncias en su contra por abuso sexual dentro de la cárcel, que reposaban en algún empolvado archivador de las oficinas de la Fiscalía.  

El primero de febrero de 2021, seis días después de la llegada de Giraldo a Colombia, la denuncia de una de las mujeres que acudió a la Fiscalía años atrás salió a la luz.  

Pronto se conocieron los casos de otras cuatro mujeres que también fueron abusadas sexualmente siendo menores de edad por él, en diferentes cárceles del país, antes de que fuera extraditado. A pesar de que dos de las denuncias llevaban años en los archivos de la Fiscalía, solo hasta abril de 2021 se abrió una investigación para revisar los hechos. 

Esto era algo con lo que Giraldo no contaba. Después de años de buscar lavar su imagen, estaba en riesgo de pasar el resto de sus días detrás de las rejas. En caso de comprobarse las denuncias hechas en su contra, Giraldo perdería los beneficios dados por Justicia y Paz, y enfrentaría una pena por la justicia ordinaria de 40 años en prisión, según la sentencia. 

Mientras tanto, Karen y Carolina han elegido seguir con sus vidas. 

A mediados de 2021, Carolina decidió regresar al lugar donde todo ocurrió, esperando voltear la página. Una amiga se ofreció a acompañarla. Tomaron un bus y al llegar al pueblo comenzaron a subir hacia donde estaba ubicado el restaurante de su padre. Todo había cambiado por completo: la casa de su familia ya no estaba y los espacios llenos de verde ahora estaban ocupados por casas.  

Su amiga le preguntó cómo se sentía, pero a Carolina no le salían las palabras, solo podía sentir cómo su piel se erizaba. Pese al impacto emocional, ella sintió que esta visita era un paso necesario para cerrar este capítulo que la ha perseguido por años. 

Después de volver del pueblo, Carolina quiso hacerse un cambio que simbolizara la nueva vida que quiere tener. Se cortó y se pintó el cabello. Ese proceso la ha fortalecido, comentó ella. “Ahora me siento bastante fuerte para lo que yo era. Antes no podía salir a la calle porque temía a que ese señor me mandara a su gente. Ahora tengo una fundación de mujeres víctimas de ese hecho, y ellas me han ayudado a salir adelante”. 

En septiembre de 2021 recibió una gran noticia: su reparación fue aceptada. Esto fue una gran alegría para ella, después de años de luchar por esto, finalmente lo había conseguido. Pero por el mismo funcionamiento de los procesos administrativos, pasarán años antes de que ella pueda acceder al dinero.  

Carolina será una de las pocas mujeres víctimas de violencia sexual que reciban su reparación, ya que, a pesar de que hay más de 30.000 víctimas de abuso sexual en el marco del conflicto, a la fecha solo han sido reparadas administrativamente un poco más de 8.000. 

El dinero de su reparación estará destinado a acceder a su vivienda propia. Mientras espera, sueña en cómo será su casa y en un mejor futuro para ella y sus hijas. 

Karen comparte ese mismo sueño, incluso si le dieran la opción y pudiera regresar al campo lo haría. En la huerta que improvisó en su casa tiene tomates, sábila y algunas flores. Ahí sus hijos juegan, mientras ella riega sus plantas.  

Aunque está contenta, a Karen le gustaría estudiar de nuevo y tener una casa con terraza y con un patio para sembrar. Le ilusiona poder tener limoncillo, toronjil y otras plantas medicinales. Pese a que ahorra y cuida de sus finanzas aún no le alcanza, por lo que también espera esa reparación.  

Ella no ha recibido ninguna noticia. Cuando se dirige a las oficinas correspondientes la despiden diciéndole que las víctimas de violencia sexual no han sido priorizadas para la reparación. 

Actualmente Hernán Giraldo permanece en la cárcel de Itagüí, Antioquia, a la espera de una respuesta por parte de los tribunales de Justicia y Paz que determinarán si perderá los beneficios de esta ley. Esto significaría que Giraldo pasaría el resto de sus días en prisión, debido a los abusos sexuales cometidos después de su desmovilización y antes de su extradición.

Se sienten más tranquilas con la esperanza de que Giraldo no vuelva a la Sierra, pese a que sus herederos aún habitan los territorios. Ellas siguen a la espera de que el Estado logre garantizarles sus derechos y resarcir, al menos una parte, el daño cometido por este hombre. 

*Mark Wilson, Olivia de Gaudemar, Camila Montoya y Alicia Flórez contribuyeron a este artículo con investigación documental.