La búsqueda de “Memo Fantasma” se había vuelto infructuosa una vez más. No había nadie registrado con el nombre de Guillermo Camacho. ¿Había logrado El Fantasma borrar todos los rastros de su verdadera identidad? ¿Vivía ahora con un nombre falso? ¿Había desaparecido para siempre?
En 2017, sin saberlo, InSight Crime contrató a la autora del artículo de El Espectador en el que Memo Fantasma y Sebastián Colmenares aparecían bajo el nombre de Guillermo Camacho. Ana María Cristancho trajo consigo la información que tenía sobre Memo Fantasma y un gran deseo de seguir adelante con esta investigación.
Después de la publicación de su artículo, surgió otra fuente de forma anónima, una mujer que se presentaba como alguien que había sido engañada por Memo Fantasma. Aunque Ana no había podido verificar la identidad de la fuente, a quien llamaremos “Zara” (por la obra de William Congreve, “The Mourning Bride”), ella proporcionó información valiosa que fue verificada durante más de dos años de investigación.
La primera y quizá más importante pieza de información que aportó Zara fue que Guillermo Camacho era una identificación falsa que Memo Fantasma había creado para protegerse cuando trabajaba con los paramilitares de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Memo incluso tenía un documento de identificación falso con ese nombre. Y nos dio además otra indentidad: Guillermo León Acevedo Giraldo. Retomamos entonces nuestras indagaciones.

Los narcotraficantes de hoy en día se han dado cuenta de que su mejor protección no es un ejército privado, sino más bien el anonimato total. A estos barones de la droga los hemos llamado “Los Invisibles”. Este es el segundo artículo de una serie de seis partes sobre uno de esos traficantes, alias “Memo Fantasma”. Lea la investigación completa aquí (PDF).
Las investigaciones se dividieron en varios frentes: buscar ese nuevo nombre en todas las bases de datos y listados de empresas; revisar los registros del proceso de paz con los paramilitares y los testimonios de Justicia y Paz; consultar fuentes de los organismos de seguridad de Colombia y el exterior; indagar con algunos actores criminales de Medellín, y hablar con los ex paramilitares de las AUC.
Fuentes confiables guardan silencio
Pero muy pronto las puertas comenzaron a cerrarse. Algunas fuentes policiales, a quienes conozco desde hace más de una década, de repente se negaban a cooperar cuando el apellido Acevedo se mezclaba con el de Memo Fantasma.
“No me vuelvas a preguntar por ese”, me dijo un contacto de la policía con el que he contado desde hace mucho tiempo.
Algunas fuentes policiales estadounidenses también guardaron silencio. Una de ellas, en la que confío particularmente, me dijo que quizá lo mejor era que no me metiera con ese personaje. “Usted podría llegar a tener algún accidente en Medellín, y nadie tendría cómo probar que fue él”. Otro más dio a entender que a quien buscábamos “estaba protegido”.
Una fuente paramilitar de alto rango, a quien conozco desde el año 2000, y a quien llamaré “Héctor”, también me previno. “Este es uno de los pocos tipos que me asusta. Tiene conexiones con los más altos niveles. No necesita guardaespaldas, pues cuenta con la policía. Tiene contactos. Es un hombre rencoroso y vengativo. No voy a ayudarte”.
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Tampoco tuve mejor suerte con la fuente del hampa de Medellín. Muchos habían oído hablar de alias Memo Fantasma, y sabían que había estado en una fiesta con uno de los miembros de la Oficina de Envigado, pero nada concreto. “Necesitas una foto”, insistió una fuente del crimen de Medellín. “Sin una foto no lograrás nada”.
No existían antecedentes criminales de ningún Guillermo León Acevedo Giraldo, y ninguna de mis fuentes estaba dispuesta a hablar sobre él. Una vez más, Memo había logrado borrar todos los caminos que conducían hacia él. Parecía que tenía protección desde los más altos niveles, que había penetrado en las altas esferas de la policía colombiana, y podía incluso haber sido un informante estadounidense. Una vez más, la derrota nos miraba a la cara. El Fantasma parecía destinado a mantenerse invisible.
Un programa de televisión colombiano fue nuestra salvación.
El 25 de febrero de 2015, el popular programa Séptimo Día de Caracol TV dedicó un episodio a los abusos contra las mujeres y cómo reaccionan las personas cuando ven que ellas son maltratadas en público. El programa simuló una discusión entre una pareja en una cafetería de Bogotá, con el fin de observar las reacciones de la gente. Sentado en la cafetería, con otras dos personas, se encontraba un hombre de cabello negro que llevaba la corbata desatada. Cuando el actor comenzó a agredir a la mujer con la que estaba en el lugar, la cámara hizo un acercamiento a aquel hombre, que observaba el supuesto altercado (minuto 4:55).
Durante un par de segundos, la cámara enfocó la cara del hombre, que disfrutaba su café y trataba de ignorar lo que estaba sucediendo. Pero resultó que el programa fue visto por muchos paramilitares, entre ellos algunos del Bloque Central Bolívar (BCB) de las AUC, que solían reunirse a ver el programa en la prisión. Durante este episodio, uno de ellos aparentemente señaló la pantalla y gritó “ese es Memo Fantasma”.
Ana María Cristancho retomó el asunto. No solo logró encontrar el episodio de Séptimo Día y el segmento en mención, sino que además una de sus fuentes le facilitó una foto de pasaporte de lo que quizá es ahora un archivo policial desaparecido de un traficante conocido como Memo Fantasma.
Ahora teníamos dos fotos de Memo Fantasma. Eran claramente del mismo hombre. Al mismo tiempo, una búsqueda en las Cámaras de Comercio de Medellín y Bogotá nos permitió dar con un Guillermo León Acevedo Giraldo, quien era accionista de una empresa, Inversiones ACEM S.A. Esa información incluía la dirección de una oficina en Bogotá: Carrera 14 No 85-68, oficina 408. En Colombia, por ley, todos los accionistas deben adjuntar una copia de su documento de identidad al registro de cualquier empresa ante la Cámara de Comercio.
Ya teníamos entonces una cédula de ciudadanía oficial y dos fotografías. El Fantasma comenzaba a tener rostro y su historia comenzaba a tomar forma.
Los primeros pasos de Memo en el Cartel de Medellín
Memo Fantasma nació en Medellín en 1971 y su documento de identidad nacional está registrado en el municipio de Envigado, que hace parte del área metropolitana de Medellín. Fue en Envigado donde Pablo Escobar creció y donde comenzó su carrera criminal. Fue también allí, en el edificio municipal de esa localidad, donde estableció una estructura criminal conocida como la Oficina de Envigado, una entidad encargada del cobro de deudas. Escobar utilizaba la Oficina de Envigado para hacer seguimiento a los dineros que los narcotraficantes le debían por servicios de protección o logística. Si alguien era tan tonto como para no pagar, la Oficina contrataba a los temidos sicarios del cartel. Gran parte de la infraestructura del Cartel de Medellín estaba ubicada en Envigado.
Conocer la historia de los primeros días de Memo ha sido lo más difícil. La mayor parte de los principales traficantes de aquellos días están muertos o en prisión en Estados Unidos. Zara, la amante engañada, nos dio las primeras pistas sobre aquellos días.
Memo era un joven escuálido y de pelo largo cuando comenzó su carrera criminal. Se fue a Estados Unidos para ayudar a recibir los cargamentos de drogas, y allí, según Zara, trabajó con Fabio Ochoa Vasco.

Ochoa Vasco era uno de los principales miembros del Cartel de Medellín, responsable de gran parte de las operaciones en Estados Unidos. Tal era su importancia que Estados Unidos ofreció una recompensa de US$5 millones por su cabeza. Por ese entonces, manejaba envíos de seis u ocho toneladas de cocaína a Estados Unidos cada mes. Ochoa Vasco trabajó para Escobar y más tarde para su sucesor, Diego Murillo, alias “Don Berna”, hasta que se entregó a las autoridades estadounidenses en 2009. Fue un hombre clave en el desarrollo de rutas hacia Estados Unidos a través de México. Al parecer, el joven Memo aprendió sus primeras lecciones de este importante operador del Cartel de Medellín, y a través de él hizo algunas valiosas conexiones en México, que fueron esenciales para su futura carrera criminal.
Memo se inició en 1992, cuando tenía solo 21 años. Pablo Escobar se encontraba recluido en una prisión que él mismo había construido en Envigado, conocida como “La Catedral”, luego de haber llegado a un trato con el gobierno colombiano y tras entregarse una vez que se retiró la extradición de la constitución. Prisionero en una de las montañas que rodean a Medellín, y con vistas a la ciudad, Escobar daba vueltas irritado en su propia jaula dorada. Mientras él estaba en prisión, el resto del Cartel de Medellín ganaba dinero a manos llenas, y él sentía que no estaba recibiendo una parte justa de las ganancias.
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Antes de entregarse, Escobar había puesto gran parte de sus intereses del tráfico en manos de traficantes experimentados, como Fernando Galeano y los hermanos Castaño. Galeano era uno de los traficantes más prolíficos del cartel, y se estaba enriqueciendo bajo la protección de su jefe de seguridad, Diego Murillo, alias “Don Berna”.
Los Castaño, cuyo padre había sido asesinado por guerrilleros marxistas, estaban conformando su propio ejército paramilitar para luchar contra la guerrilla y volverse cada vez más poderosos gracias a las ganancias que obtenían de la cocaína. Escobar creía que los Castaño, liderados por Fidel Castaño, alias “Rambo”, y sus dos hermanos, Vicente y Carlos, se estaban saliendo de su control.
Todos ellos fueron convocados a La Catedral para que rindieran cuentas. Los Castaño se negaron a asistir, pero Galeano, en contra del consejo de Don Berna, sí subió hasta la prisión, escondido en un compartimiento secreto de uno de los camiones que abastecían La Catedral. Allí fue asesinado por Escobar, y su cuerpo fue incinerado. Pablo Escobar, además, envió a sus sicarios para que acabaran con el clan Galeano y recuperaran todos sus bienes, así como el negocio de las drogas.
Don Berna logró escapar. Los asesinatos provocaron una guerra al interior del Cartel de Medellín. Los hermanos Castaño se aliaron con Don Berna y buscaron financiación entre los rivales del Cartel de Cali; establecieron un grupo de autodefensa denominado los PEPES (Perseguidos por Pablo Escobar) y comenzaron a intimidar, entregar o matar a quienes apoyaran a Escobar.
Todo esto comenzó justo cuando Memo Fantasma, ubicado en Estados Unidos, recibió un gran cargamento de drogas. De repente, Memo no tenía ningún jefe que lo supervisara o que esperara un pago.
“Fue socio de Pablo Escobar y del infame Cartel de Medellín, y terminó reuniendo una gran cantidad de cocaína de alta calidad que le robó a Escobar y le permitió establecer sus propias operaciones”, afirma Peter Vincent, exfuncionario del Departamento de Justicia de Estados Unidos que trabajó en Bogotá de 2006 a 2009 y tiene un amplio conocimiento del narcotráfico colombiano.
De repente, Memo pasó de ser un jugador de poca monta a jugar en las grandes ligas. Tenía contactos tanto en Estados Unidos como en México, así como un capital semilla para comenzar. Empezó a traficar por su cuenta.
Mientras la guerra del Cartel de Medellín se recrudecía, Memo se mantenía al margen y ganaba dinero. En diciembre de 1993, Escobar fue asesinado en un tejado de Medellín. El Cartel de Medellín murió junto con él, pero fue remplazado por la siguiente generación: Don Berna en Medellín y los Castaño en la zona rural de los departamentos de Antioquia y Córdoba, donde fortalecieron su ejército paramilitar y robustecieron los bienes raíces del narcotráfico.

Hacia finales de 1995 o principios de 1996, Memo regresó a Colombia. Cruz Elena Aguilar, exfiscal colombiana y hermana de uno de los operadores más temidos de la Oficina de Envigado, Carlos Mario Aguilar, alias “Rogelio”, lo vio en Medellín.
“Escuché a mi hermano hablar de un tal Memo Fantasma en 1995 o principios de 1996. Por esa misma época lo vi una o dos veces hablando con mi hermano”.
Cuando vio las fotos, inmediatamente confirmó que se trataba de Memo.
“Lo único que sé de él es que mi hermano tuvo que cobrarle una deuda relacionada con el narcotráfico. Él secuestró a Memo a causa de esta deuda, y más tarde fue liberado. Finalmente se hizo amigo de mi hermano”.
Varias otras fuentes confirmaron la relación entre Memo y Rogelio, y que este último se convirtió en el “padrino” criminal de Memo.
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Por esa época, Don Berna dirigía gran parte del hampa de Medellín a través de la Oficina de Envigado. Rogelio era uno de los hombres de más confianza de Don Berna y era central para el narcotráfico y el hampa de Medellín. Es probable que en algún momento Memo haya operado como un narcotraficante independiente y sin “protección”. Pero la Oficina normalmente identificaba a estos traficantes y los exprimía. Nadie podía operar en Medellín sin protección y sin pagar las cuotas a Don Berna.
Al final, Memo Fantasma pasó a formar parte de esa élite del narcotráfico de Medellín, y las fuentes dicen que estuvo en varias reuniones no solo con Rogelio, sino incluso también con Don Berna. Con solo 24 años de edad, Memo se movía en los círculos más altos del narcotráfico colombiano.
Memo necesitaba conseguir producto. Tenía la red y la ruta de contrabando a Estados Unidos, vía México, pero no lograba conseguir suficiente cocaína para suministrarles a sus compradores. Decidió establecer su propio laboratorio en la zona rural de Yarumal, un pueblo que se encuentra a varias horas al norte de Medellín.
Una vez vio la identidad y la foto de Memo, “Héctor”, el excomandante paramilitar, se volvió un poco menos reticente a hablar sobre El Fantasma.
“La historia de Yarumal se la escuché a un tipo que más tarde se unió a los paramilitares, y que había estado allí y conocía a Memo. Esto debió haber sido en 1997 más o menos. Memo había puesto un laboratorio en Yarumal y estaba sacando cocaína. En ese momento los paramilitares, al mando de los hermanos Castaño, se estaban expandiendo por fuera de su bastión de Urabá y llegaron a Yarumal. Parece que Memo estaba actuando sin autorización de las ACCU (la primera unidad paramilitar que los Castaño conformaron se llamaba Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU) en un territorio que ellos reclamaban para sí. O quizá Memo afirmaba que era protegido por los Castaño, cuando en realidad no lo era. De todos modos, fue llamado a que rindiera cuentas.”

Parece que Memo llegó a conocer a Carlos Castaño acompañado de Don Berna. A Memo se le dio la opción de pagar por su “error” o de formar parte de la organización paramilitar, de modo que obtuvo oficialmente la protección de la que en ese momento se estaba convirtiendo en una de las organizaciones narcotraficantes más poderosas del país. Vicente Castaño, quien manejaba las finanzas del negocio, le presentó a Memo a un poderoso traficante que se había establecido en el municipio de Caucasia, un poco más al norte de Yarumal, un tal Carlos Mario Jiménez, más conocido por el alias de “Macaco”. Los Castaño les pidieron que “conquistaran” el sur del departamento de Bolívar para los paramilitares, un territorio que durante mucho tiempo había sido bastión de los rebeldes marxistas, y donde había cientos de hectáreas de cultivos de coca, la materia prima para la cocaína. Memo debía proporcionar el dinero y Macaco los hombres. El Bloque Central Bolívar (BCB) de la recién conformada AUC nació poco después.
Todo esto fue confirmado por José Germán Sena Pico, alias “Nico”, cuando testificó ante los tribunales de Justicia y Paz establecidos como parte del acuerdo de paz con los paramilitares.

“Cuando todo comenzó, el socio de Carlos Mario Jiménez (Macaco) era Sebastián Colmenares, alias Memo Fantasma. Y cuando se les dio la zona del sur de Bolívar, hubo mayor conexión entre Vicente Castaño y Sebastián Colmenares, que con Carlos Mario Jiménez. De modo que las conexiones que Memo logró tenían que ver con el narcotráfico”, afirmó Sena Pico.
Nuestras investigaciones en torno a la carrera criminal de Memo progresaban en forma satisfactoria, pero queríamos saber sobre el hombre mismo. El registro de la empresa ACEM S.A., que nos permitió conocer la cédula de ciudadanía de Memo, nos proporcionó muchas otras pistas, como el nombre de otros inversionistas. Una de ellas, Catalina Mejía, cuya cédula colombiana también se encontraba incluida en el registro de la empresa, resultó ser su esposa o compañera permanente.
Si bien Memo había logrado borrar todos los rastros de su vida personal, su esposa era de una prominente familia de Medellín, dueña de un gran negocio de muebles y parte de la élite social de la ciudad. No nos fue difícil penetrar en ese círculo y al poco tiempo dimos con una pariente, a la que llamaremos “Olga”, quien nos daría luces sobre cómo el joven Memo estaba decidido no solo a hacer progresar su negocio, sino también a reinventarse socialmente.
“Era evidente que provenía de un estrato social bajo, pero siempre vestía bien, por lo general con trajes europeos”, recuerda Olga, mientras revuelve delicadamente un café en una cafetería en el exclusivo barrio El Poblado de Medellín.
Cuando se le expuso la idea de que Memo era un poderoso narcotraficante conocido como El Fantasma, Olga no se mostró sorprendida.
“Tenía mucho dinero y era un hombre muy calculador. Creo que planeaba encontrar a alguien socialmente aceptable que pudiera darle un empujón, presentarle a las personas adecuadas y permitirle moverse a sus anchas en la alta sociedad”.
El Fantasma ya estaba entonces posicionado en las altas esferas del tráfico de drogas y en la sociedad de Medellín. Pero su ambición lo llevaría mucho más lejos.
*La investigación para este artículo fue realizada por Ángela Olaya, Ana María Cristancho, Laura Alonso, Javier Villalba, Juan Diego Cárdenas y María Alejandra Navarrete.