Un reciente artículo del Washington Post, acerca de la participación de la CIA en el bombardeo de precisión de los líderes de la guerrilla de las FARC, socavó algunos aspectos de la nueva narrativa de Colombia acerca de la destreza de sus fuerzas de seguridad. Sin embargo, también ilustra una diferencia importante entre los enfoques de Colombia y Estados Unidos que puede resultar más importante que cualquier cosa que Washington pueda ofrecer.
El artículo del Post, aunque plausible en su rigor, no nos dijo mucho más de lo que ya sabíamos: la inteligencia de Estados Unidos jugó un papel importante y tal vez decisivo en la muerte y/o captura de numerosos objetivos de alto nivel, de guerrilleros y exparamilitares por igual, sobre todo después de que tres contratistas del Pentágono fueran tomados como rehenes por los guerrilleros.
[Revelación completa: la exreportera de InSight Crime Elyssa Pachico ayudó a reportar el artículo]
El artículo hace especial énfasis en los servicios de espionaje de Estados Unidos y un kit de orientación GPS conectado a las bombas letales.
“Esa arma es un kit de orientación GPS de US$30.000 que transforma una bomba de gravedad menos precisa, de 500 libras, a una bomba inteligente de alta precisión”, dice el artículo.
Estas bombas, con la ayuda de la inteligencia obtenida por la Agencia de Seguridad Nacional y la Agencia Central de Inteligencia, mataron a guerrilleros de alto nivel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en al menos cuatro ocasiones, dice el artículo.
La imagen es potente: una de espías estadounidenses sentados en habitaciones oscuras con mapas muy iluminados a su alrededor, comprobando los movimientos infrarrojos y luego enviando las coordenadas GPS a sus camaradas colombianos (con quienes, por cierto, tienen algunos problemas de confianza, debido a su mal historial de derechos humanos y a la historia de la infiltración del crimen organizado y los paramilitares).
Y la reacción era predecible. El Tiempo, el periódico más importante del país, escribió en el primer párrafo de su reporte de la historia del Post que las fuentes en el ejército colombiano “confirmaron que la ayuda encubierta de Estados Unidos fue clave para asestar los golpes que le cambiaron el curso al conflicto interno”. El expresidente Álvaro Uribe admitió a través de Twitter que la CIA ayudó a “encontrar” los blancos. Un senador de la oposición pidió una investigación.
Las revelaciones llegan en un momento difícil para el gobierno colombiano. Se dan en medio de conversaciones de paz con las FARC, y todavía está tratando de reparar las relaciones con el presidente ecuatoriano Rafael Correa por la muerte del líder de las FARC, Raúl Reyes, dado de baja por uno de estos bombardeos de precisión en territorio ecuatoriano en 2008.
Lo que es más, socava la narrativa actual que está siendo construida sobre las fuerzas de seguridad de Colombia. En los últimos años, los colombianos se han convertido en los entrenadores a los que se suele recurrir. De Brasil a México, ofrecen cursos sobre la guerra en la selva y la recopilación de inteligencia.
La imagen es parte verdad, parte ficción. Hay resultados reales -algunos de los cuales el artículo del Post escribe una crónica. Los esfuerzos para encontrar a estos delincuentes involucran meses y a veces años de desarrollo de fuentes, infiltrándose en los anillos de seguridad e interceptando las comunicaciones. Ese trabajo se realizó principalmente por los colombianos, no la CIA o la NSA.
Todo esto sería desconocido si los propios colombianos no hubieran comenzado su propio esfuerzo concertado para crear héroes del tipo de los que Estados Unidos ha contruido a través de libros, películas y programas de televisión durante años. Esta es la parte mítica de la narración.
La manifestación más reciente de este esfuerzo es un programa de televisión colombiano llamado Comando Élite. Al igual que el programa de televisión SWAT de Estados Unidos, el acrónimo para la unidad de las fuerzas especiales de la policía que perseguía el mal en una ciudad no identificada de California en los años setenta, el Comando Élite trata de crear héroes de las fuerzas de seguridad, aunque en un formato mucho más de telenovela.
El comando opera desde una oficina elegante, con ordenadores radiantes que revelan información a través de programas complicados e ilustran áreas multicolores del país donde las fuerzas están atrapando a sus presas. Tienen psicólogos y líneas telefónicas seguras. Coroneles que hablan directamente y con franqueza, y conducen sesiones de estrategia, y mayores de voz suave que llevan a cabo las misiones. Estos policías son sin duda de clase media y educada; no del tipo pobre y ladrón que han dominado durante mucho tiempo la imaginación del público.
El programa es una adaptación de un libro de no ficción escrito por Germán Castro Caycedo llamado “Cuatro metas”. Para escribir su libro, Castro Caycedo pareció obtener un acceso sin precedentes a las fuentes de inteligencia de la policía quienes le dijeron en detalle cómo ellos realizaron un seguimiento, luego mataron o capturaron a sus objetivos, que incluyeron tanto a la guerrilla como a los exparamilitares de derecha que se convirtieron en bandas criminales (BACRIM, como las llama el gobierno colombiano).
El único blanco que coincide en el programa de televisión, el libro y el artículo del Post es Daniel Rendón Herrera, alias “Don Mario”. Mario se hizo cargo de una facción paramilitar en la esquina noroeste del país a lo largo de la frontera con Panamá, que desde entonces ha dado nacimiento a uno de los grupos criminales más poderosos en el hemisferio, los Urabeños.
En la versión obviamente abreviada del Post, fuentes estadounidenses dicen que trabajaron incansablemente durante siete días y noches cruzando señales de inteligencia y posicionando 250 comandos cerca de donde se escondía Mario. Ni el libro de Castro Caycedo, o el programa de televisión, que aún está desarrollándose, mostraron la presencia de Estados Unidos.
En cambio, Castro Caycedo narra una misión meticulosa de dos años que involucró a un músico, carpinteros, policías encubiertos haciéndose pasar por turistas, la madre de una de las novias de Mario, y el hambriento de sexo y sobrino de Mario (que los ayudó a rastrear a Mario por las llamadas telefónicas que realizaba todas las noches a una de sus amigas), entre muchos otros. Los participantes en la búsqueda de Mario describen cómo fracasaron, muchas veces, pero al final lograron capturar al “bandido” a causa de la persistencia, la inteligencia humana, las agallas y un poco de suerte.
La narrativa no podría ser más diferente de la de Estados Unidos, un gobierno que comienza más y más batallas desde oficinas remotas, a través de computadores, utilizando aviones no tripulados y pronto, robots. El mensaje es claro: Estados Unidos pelea sus guerras desde una habitación; y los colombianos luchan desde el terreno.
Para estar seguro, la narración no representa la realidad, pero sí refleja una importante diferencia en el enfoque que puede ayudar a explicar por qué los colombianos han diezmado a muchas de las BACRIM y tienen el sartén por el mango con las FARC en la mesa de negociaciones.