La fragmentación se ha vuelto el rasgo distintivo de la criminalidad en México, dado que los carteles de estructuras monolíticas han desaparecido en gran parte, lo que ha aumentado la volatilidad de los grupos criminales del país a medida que incursionan en otras actividades ilegales violentas.

Si bien antes se agrupaban bajo el paraguas de una federación de carteles que trabajan en conjunto para traficar drogas, actualmente los grupos criminales de México están más divididos que nunca. En los últimos años, las grandes organizaciones se han fragmentado y han sido amenazadas por grupos más pequeños que están diversificando sus portafolios criminales y usando la violencia extrema para tratar de ganar el control de territorios clave.

El Cartel de Sinaloa, el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y Los Zetas, cada uno de los cuales ha sido en su momento el grupo del crimen organizado más dominante de México, son los principales ejemplos.

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El arresto y la extradición del exdirigente del Cartel de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera, alias “El Chapo”, condujo a la fragmentación del cartel y al aumento de la violencia en todo el país. El CJNG —que a su vez se desprendió del Cartel de Sinaloa y se conformó alrededor del año 2010— se enfrenta a una de sus propias facciones disidentes, el Cartel Nueva Plaza, en su estado originario, Guadalajara. Por su parte, Los Zetas son ya solo una sombra de lo que solían ser, después de haberse desintegrado en varias células diferentes.

De cierta manera, los grupos criminales parecen estar condenados a dividirse después de alcanzar cierto tamaño, lo que se evidencia por la caída de carteles que solían ser muy poderosos, como Los Zetas. Sin embargo, los grupos pequeños que han surgido como resultado de dichas divisiones carecen de estructuras de poder claras, son más propensos a aliarse entre sí y se desintegran mucho más rápido, lo que los hace más difíciles de rastrear.

Los grupos criminales fragmentados son también más violentos. Los homicidios en México han aumentado desde 2014; los relacionados con el crimen organizado alcanzaron un récord en 2017, y la violencia en general alcanzó niveles sin precedentes en 2018, pues el número de homicidios aumentó en 27 de los 32 estados del país.

Análisis de InSight Crime

Es probable que la creciente fragmentación de la criminalidad en México se convierta en uno de los retos de seguridad más apremiantes para el presidente Andrés Manuel López Obrador, en tanto los grupos emergentes que carecen de una organización clara incursionen en actividades criminales más violentas y se vuelvan más difíciles de perseguir.

“Las líneas de comunicación, las interacciones entre los miembros de los grupos y sus relaciones con el Estado apuntan en direcciones diferentes”, así lo señala Eduardo Moncada, profesor de Ciencias Políticas del Barnard College, quien fue consultado por InSight Crime.

Las autoridades mexicanas —con el apoyo del gobierno de Estados Unidos— han recurrido durante muchos años a la “estrategia de capos”, que consiste en arrestar o matar a los líderes de las organizaciones criminales del país. Esta estrategia se ha mantenido en el tiempo, propiciando una criminalidad cada vez más fragmentada y violenta, que no ha podido ser controlada por las autoridades.

“Se ha evidenciado un cambio en las operaciones de los carteles, pues ellos se han dado cuenta de los beneficios de operar de manera menos jerárquica”, agrega Brian Phillips, profesor asociado de la Universidad de Essex, experto en crimen organizado. “Las crecientes presiones [por parte de las autoridades] los han llevado a operar más bajo el radar y con un mando y un control menos claros”.

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La evolución y la creciente fragmentación de la criminalidad en México plantean serios desafíos de seguridad. Mientras que los grandes grupos criminales jerárquicos de antes se dedicaban sobre todo al narcotráfico, las actividades criminales como la extorsión, el secuestro y el robo de petróleo se están volviendo muy lucrativas para los grupos más pequeños que no cuentan con los recursos necesarios para ejecutar el tráfico de drogas a gran escala. La violencia es contraproducente para el negocio de las drogas, pero existen grandes incentivos para usar la violencia extrema cuando se participa en otros crímenes como la extorsión y el secuestro, o cuando se pelea con grupos rivales.

Para colmo de males, debido al estado de la criminalidad en México, es posible que las alianzas entre los grupos cambien de manera rápida, lo que hace más difícil rastrear dichos grupos, y en última instancia reducir su poder.

“Estas organizaciones son menos estables hoy en día, sus estructuras no incentivan a sus miembros a permanecer en ellas por largo tiempo, y estos no tienen ningún motivo para seguirles siendo leales”, afirma Cecilia Farfán-Méndez, investigadora del Centro de Estudios sobre México y Estados Unidos en San Diego (San Diego’s Center for US-Mexican Studies), de la Universidad de California.

Si López Obrador no adopta una estrategia de seguridad bastante diferente a la de sus predecesores, la violencia en México puede seguir aumentando, a medida que la fragmentación de la criminalidad del país lleva a los grupos criminales a alejarse del narcotráfico para incursionar en otras actividades ilegales violentas.