La policía dijo que una quinta parte de la cocaína producida en Colombia ahora se vende en el mercado nacional, lo que provocó que el gobierno le declarara la “guerra total” a una fuente cada vez más importante de los ingresos criminales, el micro-tráfico.

En abril, el Presidente Juan Manuel Santos de Colombia anunció el “Plan Corazón Verde” – una ofensiva nacional dirigida a atacar los puntos callejeros de venta de drogas, conocidos como “ollas” -. A mitad de la operación, que durará 60 días, un informe especial del diario El Tiempo reveló la extensión de los negocios de micro-tráfico en Colombia, ilustrando cómo el país ya no es sólo un productor de drogas, si no que es ahora también un importante consumidor.

Según la fuerza de investigación policial de Colombia, la DIJIN, de las cerca de 345 toneladas de cocaína producidas anualmente en Colombia, 70 toneladas – un 20 por ciento – son vendidas en el país, bien sea como cocaína en polvo o como la alternativa más barata, y fumable, de base de cocaína.

También ha habido un reciente auge de drogas sintéticas como el 2C-B, que también se produce en el país y se vende a los jóvenes de clase alta por hasta US$75 cada dosis.

El comercio de marihuana colombiana está más centrado en el mercado interno, con un estimado del 30 por ciento que crece en el país, vendido como un producto de exportación. Según cifras del Ministerio de Justicia, esto significa que aproximadamente 640 toneladas de marihuana se consumen en Colombia cada año.

Mientras que la producción y la venta al por mayor de las drogas sigue estando, en gran parte, en manos de grupos criminales nacionales como los Urabeños o la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), las ventas en la calle son controladas por pandillas callejeras y mini-carteles específicos. Poco antes del inicio de la ofensiva en contra del micro-tráfico, la policía detuvo a varios líderes de una de las más grandes de estas organizaciones – La Cordillera, un grupo con sede en Bogotá, cuyo alcance se extiende a través de las capitales departamentales de Colombia e incluso hasta el mercado del micro-tráfico en Ecuador -.

Estos mini-carteles operan con una estructura similar a los grupos narcotraficantes transnacionales, según José Roberto León Riaño, jefe de la Policía de Colombia. Además de los principales capos, cuentan con segundos mandos, canales de distribución, un brazo armado, un ala de producción e incluso equipos de abogados.

Las disputas territoriales entre estas organizaciones y las pandillas callejeras, que son numerosas en ciudades como Medellín y Cali, alimentan gran parte de la violencia en Colombia y son responsables de aproximadamente el 40 por ciento de los homicidios, según el análisis policial.

Las drogas se venden sobre todo en ollas. En este caso, estas ollas pueden ser un edificio, pero generalmente son ubicaciones conocidas localmente como un parque o una esquina de la calle. Según la policía, las ollas en el Bronx – un barrio de Bogotá que es el epicentro del micro-tráfico – pueden tener ganancias de entre US$20.000 y US$30.000 diarios.

Análisis de InSight Crime

Aparte de los factores sociales, como una mayor apertura a la experimentación con las drogas recreativas y el aumento de la adicción en zonas socialmente desfavorecidas, el crecimiento del mercado interno está sin duda relacionado con el crecimiento de la clase media y los cambios en el mundo criminal. La clase media de Colombia ha crecido en un 50 por ciento en las últimas dos décadas, según un reciente informe del Banco Mundial (pdf). El informe dice que la clase media creció en el resto de Latinoamérica igualmente, lo que ayuda a alimentar este fenómeno del aumento en el consumo regional de drogas.

La marihuana es la droga que más se consume en Colombia, y es un mercado que siempre ha sido doméstico. En los años sesenta y setenta, Colombia fue un gran exportador de marihuana a Estados Unidos. Sin embargo, esto comenzó a cambiar durante los años ochenta, cuando los narcotraficantes colombianos se diversificaron hacia el mercado más lucrativo del tráfico de cocaína, mientras que Estados Unidos empezó a obtener la marihuana cada vez más de México o al interior de sus propias fronteras.

Este comercio está dominado por las FARC, quienes abastecen a los grupos criminales con la marihuana que se produce principalmente en el suroeste. Según El Tiempo, la guerrilla se han apresurado a aprovechar la creciente popularidad en Colombia de la más potente marihuana hidropónica, que no sólo proporciona más cosechas anuales, sino que también tiene un precio mucho mayor en el mercado.

El crecimiento en la cantidad de cocaína vendida en el mercado interno es una tendencia más reciente y probablemente está relacionada con la reducción del papel de las organizaciones criminales colombianas en el narcotráfico internacional. El aumento del control en el manejo del tráfico de cocaína por parte de los carteles mexicanos – junto a la presión creciente de las fuerzas de seguridad – ha hecho que la exportación internacional de cocaína, tanto riesgosa como menos rentable para los grupos colombianos. Como resultado, el mercado interno – que cuenta con menores ganancias, pero también con menos riesgos y costos – es cada vez más atractivo.

Como señala El Tiempo, micro-tráfico en Colombia es controlado normalmente por mini-carteles, como La Cordillera, o por pandillas callejeras, mientras que los grupos criminales más grandes del país, como los Rastrojos y los Urabeños, siguen centrados en el comercio internacional. No obstante, esto no significa que no se beneficien del micro-tráfico. Estos grandes grupos criminales en Colombia pueden actuar como mayoristas, como seguramente era la relación entre La Cordillera y los Rastrojos. En las ciudades donde el micro-tráfico es administrado por pandillas callejeras, los grupos pueden obtener ganancias a través de sus redes de pandillas afiliadas, como los Urabeños hacen en Medellín.

Los informes sobre el impacto de la campaña gubernamental en contra de las ollas y el micro-tráfico rápidamente destacaron los problemas a los que se enfrenta si aborda el problema de una manera significativa. En Medellín, la drástica mejora de un área que era una olla prominente, simplemente ha llevado al desplazamiento de los jíbaros (distribuidores), adictos y los problemas que estos conllevan – a veces a una cuadra (manzana) de distancia. Algunas empresas locales en las áreas a las que se trasladaron, reportaron una caída del 50 por ciento en sus ventas.

El gobierno de Santos ha incluido el micro-tráfico como una de las tres principales amenazas a la seguridad del país, junto con las guerrillas y los grupos narco-paramilitares, a los que llama BACRIM (“bandas criminales”). En consecuencia, el gobierno ha declarado la guerra a este negocio ilegal, una estrategia que el director de la Policía, León, ha descrito como “un asalto frontal irreversible.”

El Plan de Corazón Verde fue pensado para ser la primera etapa de esta guerra, y según Santos, la operación alcanzó la mayoría de sus objetivos: cerrando unas 17 ollas y arrestando a 1.300 personas. Sin embargo, las fuerzas de seguridad se enfrentan a un camino duro en la reducción del mercado nacional de drogas en Colombia: la policía dice que tiene información de 3.350 ollas más en todo el país.