Un reciente video, en el que aparentemente agentes de la policía ejecutan a unos adolescentes sospechosos de haber cometido un crimen, plantea una pregunta importante: ¿En qué medida podrían las cifras de desapariciones del país estar escondiendo la letal “limpieza social” ejercida por los propios agentes de la ley?
Las escenas son escalofriantes. En el video difundido por la cadena de televisión brasileña Globo, en su programa de noticias Fantastico (vea más abajo), dos policías militares persiguen y capturan a tres adolescentes sospechosos de haber robado en el centro de Río. Una vez los presuntos criminales son encerrados en la parte trasera de su camioneta, los agentes de policía tienen una conversación muy informal.
“¿Deberíamos ir allá arriba?” dice un policía a otro, quien lo mira y asiente.
“Disparar el arma un poco”, responde, mirando a los chicos en el espejo retrovisor.
Con “allá arriba” se refieren al Morro do Sumaré, un punto alto y aislado en el Bosque de Tijuca de Río, un parque nacional. El coche, rastreado por GPS, se desplaza hacia el bosque durante lo que parecen ser cerca de 45 minutos, y luego se detiene.
Los oficiales, posteriormente identificados como Vinicius Lima y Fabio Magalhaes, salen del automóvil y provocan a los jóvenes.
“Ni siquiera hemos empezado a golpearlos y ya están llorando…” los incita uno de los policías.
A continuación los oficiales vuelven al vehículo y manejan por un minuto antes de salir de él una vez más, riendo mientras lo hacen. Magalhaes simula como si disparara con su arma, y luego vuelve al automóvil y sonríe.
Lima grita a los chicos: “¡Dejen de llorar, maldita sea! ¡Están llorando demasiado, maldita sea! ¡Compórtense como hombres, maldita sea!”
Dos minutos más tarde llegan a la cima del Morro do Sumaré. Uno de los adolescentes es escoltado lejos de la camioneta por razones que aún no son claras. Entonces las cámaras dejan de rodar.
En el momento en que la grabación vuelve a comenzar los agentes están de vuelta en el camión, conduciendo por la colina, y no hay nadie en la parte posterior. Pasan junto al primer chico que había sido sacado de la camioneta mientras camina por la carretera, y lo señalan para que se monte de nuevo al vehículo.
“Si hay algún comentario de lo que viste allí con nosotros, tan sólo un murmullo, iremos tras de ti ¿me estás escuchando? Vas a fingir que no pasó nada”, dice Magalhaes.
Poco después el chico es dejado en el centro de Río.
Un cuerpo y un testigo
Cinco días más tarde, el cuerpo de Matheus Alves dos Santos, de 14 años, fue encontrado en la cima de la colina. Mientras que el otro chico sobrevivió milagrosamente.
Identificado sólo como “M” por su propia protección, M señaló a Pública, un sitio de noticias investigativo de Brasil, que él había contado con la “suerte” de ser sacado del automóvil antes de Matheus, y que luego fue obligado a tenderse en el suelo.
“Éste está listo” oyó bromear a los oficiales, antes de que dispararan a M en la rodilla con una pistola y en la espalda con un rifle. M escuchó más disparos y luego sintió cómo el cuerpo de Matheus caía sobre él.
(El tercer chico, quien posteriormente fue encontrado por los investigadores, reveló que lo habían dejado ir antes de que ocurriera la ejecución porque conocía a un amigo de los agentes)
Los policías patearon a los chicos antes de partir para comprobar que estuvieran muertos, dijo M. En un material adicional publicado posteriormente por Fantastico, Lima y Magalhaes discuten los asesinatos.
“Dos muertos”, dice Lima. “Si hacemos esto durante toda la semana seguirá disminuyendo. Llegaremos a la meta”.
No se sabe a que “meta” se referían los oficiales. Es posible que estuvieran actuando bajo presión para reducir los robos callejeros en el centro de Río, así como también es posible que la presión sea para reducir sus tasas de violencia letal, la cual ocultan al disparar a los chicos en un sitio secreto en lugar de hacerlo durante la persecución.
Lo de siempre
La brutalidad policial en Brasil ha sido ampliamente documentada. La policía, considerada una de las fuerzas de seguridad más violentas del mundo, en promedio mató a cinco personas al día en 2012. La mayor parte de estas muertes ocurrieron en los estados de Río de Janeiro, São Paulo y Bahía, y la gran mayoría de los muertos eran hombres, jóvenes, negros y pobres.
Muchos de estos asesinatos fueron registrados en las favelas durante operaciones policiales contra el tráfico de drogas. Muchos han ocurrido cuando los agentes legítimamente creen que sus vidas están en peligro, o cuando toman decisiones apresuradas en un momento de acaloramiento. Sin embargo, también se presentan muchas ejecuciones arbitrarias.
Lo particularmente preocupante de las acciones de Lima y Magalhaes es su naturaleza calmada y premeditada -los oficiales no están en medio de alguna operación, no se enfrentaban a ningún tipo de amenaza y no parecían tener exceso de adrenalina en sus venas cuando tomaron la decisión de matar.
Fue, de hecho, una decisión que parecía totalmente rutinaria.
“Incluso para aquellos de nosotros acostumbrados a este tipo de comportamiento, esta forma casual en la que discutían las muertes es preocupante”, dijo Ignacio Cano, un experto sobre seguridad pública, violencia y Derechos Humanos en Río. “Esto parece ser de rutina tanto en términos de frecuencia como desde un punto de vista moral. Éste no fue un momento especial para ellos, era lo de siempre, como si fueran personas que trabajan en un matadero”.
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Es probable que si M no hubiese sobrevivido nadie se habría enterado de lo que ocurrió. Ciertamente, los oficiales no parecían estar demasiado preocupados por ser descubiertos -a pesar de que ahora enfrentan cargos por homicidio.
Planteando la pregunta: ¿Cuántas víctimas de ejecuciones similares nunca se descubren?
Los homicidios disminuyen y las desapariciones aumentan
Las cifras publicadas por el Instituto de Seguridad Pública (ISP) del gobierno del estado de Río muestran una caída drástica en la cantidad de asesinatos de la policía entre 2007 y 2013 -de 1.330 en 2007 a 402 entre octubre de 2012 y noviembre de 2013, una caída del 70 por ciento. Los homicidios en su conjunto también se redujeron significativamente, pasando de 6.133 en 2007 a 4.543 entre 2012 y 2013, una disminución del 25 por ciento.
Sin embargo, mientras que los homicidios registrados cayeron, las desapariciones registradas aumentaron. Un total de 4.641 personas fueron registradas como desaparecidas en 2007, aumentando en un 30 por ciento a 6.034 entre 2012 y 2013.
Fabio Araujo, un sociólogo que en su tesis examinó las desapariciones forzadas en Río, cree que esta correlación no es casual.
“El gobierno de Río ha fabricado un descenso en los homicidios”, dijo a InSight Crime. “Mi interpretación es que las cifras de desapariciones esconden los homicidios y los asesinatos de la policía. No tengo ninguna duda de que la desaparición de personas es una práctica policial”.
La policía utiliza varios métodos para disfrazar los asesinatos, dijo, “desaparecer” los cuerpos es uno de ellos.
“Desaparecer cuerpos es un principio común entre la policía, los traficantes y las milicias por igual”, dijo.
Cano, por su parte, no cree que las cifras puedan ser analizadas tan fácilmente.
“Muchas personas dan por sentado que la disminución en los homicidios y el aumento en las desapariciones están estrechamente vinculados”, dijo. “Creo que es sólo una hipótesis y la evidencia a favor de ese argumento es limitada. Ciertamente no podemos decir que la mayoría de las desapariciones son en realidad homicidios”.
Los homicidios realmente han disminuido, argumentó. “La Pacificación“, un sistema de seguridad de Río que tiene como objetivo recuperar el territorio de las favelas controlado por bandas de narcotraficantes, e instalar unidades de policía comunitaria conocidas como UPPs, ha disminuido los homicidios desde que fue lanzado en 2008, dijo.
Aún más importante fue la introducción de bonificaciones salariales para los funcionarios que redujeran su violencia letal, que había “tenido un papel decisivo en la caída del número de personas asesinadas por la policía, y en los homicidios en general”.
Sin embargo, tanto Cano como Araujo estuvieron de acuerdo en que dichas bonificaciones también pueden actuar como un incentivo para que la policía oculte los cuerpos de las personas que matan, incluso en los casos en que sucede accidentalmente, en lugar de reportarlos.
Es un panorama complejo, en el que las líneas se vuelven más borrosas cuando se tienen en cuenta las milicias que Araujo menciona. Estos grupos paramilitares formados en gran parte por agentes de la policía jubilados o fuera de servicio y por guardias de prisión, controlan muchas favelas de Río, cobrando dinero a cambio de protección e “impuestos” a los residentes y a los negocios.
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Tanto las tasas de homicidios como las de desapariciones son más altas en las zonas controladas por las milicias, y hay una correlación fuerte entre ellas. Cometer un crimen menor, o simplemente ser una presencia indeseable, puede exigir penas severas, incluyendo la desaparición y la muerte. Según informes de Pública, el año pasado los agentes policiales de Campo Grande, un zona al oeste de la ciudad de Río de Janeiro, tuvieron el segundo mejor resultado del estado en cuanto a la reducción de la violencia letal, por lo que cada oficial recibió un bono de casi US$4.000. Esta área también registra los niveles de desaparición más altos -y tiene una fuerte presencia de milicias.
Una cultura de brutalidad policial
La violencia estatal como mecanismo de control social en Brasil data de hace siglos. En el siglo XIX, cuando fue creada la primera fuerza policial, una de sus funciones era torturar a los esclavos. Durante la dictadura militar de los años setenta y ochenta, la policía militar aplastaba a la disidencia y torturaba y mataba a los “enemigos” del régimen. Hoy rutinariamente utiliza gas lacrimógeno, gas pimienta y garrotes contra los manifestantes.
La noción de que la policía debería matar a los criminales o a los presuntos delincuentes no es raro en en la sociedad brasileña, y de hecho es apoyada por muchos de sus miembros. En una encuesta realizada por la Secretaría Federal de Derechos Humanos en 2009, el 43 por ciento de los brasileños estuvo de acuerdo con la afirmación: “Un buen criminal es un criminal muerto”.
“No solo estamos hablando de una policía muy violenta, es mucho más profundo que eso”, dijo Cano. “Ellos no sólo cuentan con el respaldo moral [para matar], existe una demanda para esto. Para muchos sectores de la sociedad, y en especial, pero no exclusivamente, entre los más bajos, la violencia es el medio de control social, y matar a estas personas es la forma de hacerlo”.
El video del mes pasado representa un claro ejemplo de la persistencia de esta mentalidad, dijo Adilson Paes de Souza, quien se desempeñó como oficial de la policía militar de Brasil durante 30 años, antes de escribir un libro sobre la violencia en esa institución. La “naturalidad, frialdad y espontaneidad” con la que Lima y Magalhaes mataron son típicos en los escenarios descritos por los funcionarios que entrevistó.
Los oficiales tienen “la tranquilidad de hacer lo que les gusta”, con la “certeza de la impunidad”, dijo.