Un zoológico de animales salvajes fundado por un narco asesino. Un banquero multimillonario que financia a un cartel y cría cocodrilos por amor. Una familia presidencial de apellido Lobo involucrada con los dueños del zoo. Honduras vive con la ley de la selva: manda quien muerde primero o más fuerte.

Es innegable: este hombre ama a los animales. Devis Leonel Rivera Maradiaga confesó recientemente haber asesinado a 78 personas y utilizar dinero proveniente del narcotráfico para construir un zoológico en el oeste de Honduras. Lo dijo en una corte de Nueva York. No como imputado sino como testigo contra el acusado, Fabio Lobo, también confeso narcotraficante e hijo del expresidente hondureño Porfirio Lobo Sosa.

El zoológico de Rivera Maradiaga sigue abierto al público —los menores de tres años entran gratis—. Es una excentricidad levantada en un valle verde. Una finca de 20 hectáreas rodeada por colinas en medio de la nada, o, para ser más precisos, una hora al sur de San Pedro Sula, una de las ciudades más violentas del mundo.

*Este artículo fue publicado originalmente en El Faro. Fue editado y publicado con permiso. No representa necesariamente las opiniones de InSight Crime. Vea el original aquí.

El zoológico hospeda 538 especímenes que demandan cuidado y comida. El zoológico que construyó Rivera Maradiaga es tan grande que casi 70 familias de la zona viven de cultivar alimentos para las bestias

Hay más de 50 grandes gatos: decenas de leones y tigres —entre ellos cinco tigres blancos o albinos—; pumas; jaguares; ocelotes… y unos cuantos gatitos mansos que se pasean libres por el parque. Hay también cuatro hipopótamos distribuidos en tres espacios cercados unidos por un canal que alimenta las piletas de agua donde pasan buena parte del día. El encierro incluye además a un puñado de dromedarios y camellos; varias alpacas; avestruces; tapires amazónicos; primates; bisontes; ñus; emús.

En un estanque artificial nadan cuatro cocodrilos de la especie acutus, conocidos como cocodrilos americanos, nativos de América Central, que parecen acechar todo el tiempo una pequeña isla sin playa, donde se refugian un grupo de monos araña. En el aviario vuelan, sin desplegar sus alas completamente, guacamayas azules y rojas; cacatúas; tucanes. Los más afortunados faisanes y gallinas de guinea y de Japón se pasean libres entre los visitantes.

Devis Leonel Rivera Maradiaga lideraba junto a su hermano Javier el cartel conocido como Los Cachiros. El capo construyó este zoo porque le gustaban los animales y porque supo que los narcos tienen gustos extravagantes. Pero, sobre todo, lo hizo porque podía.

Registrar su colección de animales como un zoo permitió a Rivera Maradiaga comprar e importar legalmente nuevas especies. No es que alguien en Honduras fuese a darle problemas; era para facilitar los trámites en los países de origen. Con todas las de la ley. Por eso, desde que lo construyó, el narco abrió su capricho al público.

El zoológico cuenta con siete cabañas y cuatro casas rodantes de alquiler. Hay dos piscinas, un sistema de tirolesas, restaurantes y cafés, una pista de go karts, un trenecito, paintball y una laguna artificial que los visitantes pueden recorrer alquilando un bote a pedales o a remos. Del centro de la laguna emerge un islote con una gigantesca escultura de un caballo blanco relinchando alzado sobre sus patas traseras. Una figura extraña en un zoológico lleno de felinos. Pero los caballos son otra de las obsesiones del Señor de Joya Grande. Otras dos esculturas de caballos, uno colorado y otro tordo, se levantan en el acceso, dando la bienvenida a los visitantes.

La escultura de un caballo que relincha decora el islote que se erosiona a pedazos en medio de la laguna. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

(Imagen de la escultura del caballo. Credito: Victor Peña/El Faro)

Esta finca de animales exóticos es tanto una imitación de las excentricidades del narco colombiano Pablo Escobar como un homenaje. Los Cachiros llegaron al extremo de escoger, como marca, los mismos colores y una tipografía similar a la empleada por Escobar para su Hacienda Nápoles. Hasta colocaron la silueta de un árbol como figura central del logotipo de Joya Grande.

Los hermanos Rivera Maradiaga también adoptaron algunas costumbres del norte de México y encargaron un corrido en su honor, que pronto se convirtió en una de las canciones más sonadas de Honduras: “El corrido de Los Cachiros”.

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Rivera Maradiaga vivía a más de 300 kilómetros de aquí, en Tocoa, Colón, pero de cuando en cuando dormía en su propia cabaña del zoológico personal. Solía llegar en helicóptero. Por las mañanas desayunaba en el balcón y, antes de recorrer la propiedad para ver a sus gatos, acariciaba a Big Boy, la única jirafa que vive en Honduras.

Big Boy era la consentida del hombre que acaba de confesar en Nueva York varios de sus crímenes. Vino de Guatemala hace cinco años, donada por un circo. Tiene nueve años de edad y se alimenta de hojas de nance y pasto verde. Los empleados complementan su dieta con siete libras diarias de concentrado de verduras y veinte más de zanahoria, cebollas y lechuga. Big Boy es mansa y se deja acariciar. Aquí todos hablan de Big Boy pero nadie pronuncia el nombre del capo. Se le conoce simplemente como El Señor.

La noche que llegamos a Joya Grande pedimos una cabaña. El gerente nos ofreció una sencilla construcción de madera con dos cuartos, porche y balcón. “Era la Cabaña del Señor”, nos dijo, acentuando el Señor, como si hablara del Che o de Rubén Darío. “Allí se quedaba él cuando venía”.

Dormir en una cabaña con dos camas matrimoniales cuesta US$ 200 la noche. Por la mitad del precio se puede dormir en una de las casas rodantes distribuidas cerca de las cabañas, cada una con una cama doble y un pequeño taburete ofrecido como cama individual. Son precios altísimos para este país de pobres.

La cabaña 18 era la preferida por El Señor, dice el gerente del zoológico, al referirise a Devis Leonel Rivera Maradiaga. Este llegaba de cuando en cuando a su parque, y se instalaba en la cabaña de madera con vista privilegiada a Big Boy, su jirafa favorita. Foto de El Faro, por Víctor Peña.

(La cabaña preferida de “El Señor”. Credito Victor Peña/El Faro)

Entre 2003 y 2013, Los Cachiros fueron los reyes del crimen organizado en Honduras. Se convirtieron en el principal enlace entre los narcos de Suramérica —Venezuela y Colombia— y los muy poderosos mexicanos, en especial el Cartel de Sinaloa de Joaquín “El Chapo” Guzmán. Compraron políticos, militares y policías y se asociaron con grandes empresarios. Incluso sobrevivieron al golpe de Estado de 2009 contra el presidente Manuel Zelaya y al posterior aislamiento de la comunidad internacional. Si el comercio global cerró las puertas a Honduras, el tráfico de drogas creció. También el número de hondureños interesados en lucrar con el narco.

Los Cachiros nunca aparecieron en las listas de Forbes, pero se estima que, en su apogeo, el patrimonio del cartel ascendía a US$ 1.000.000.000. Con ese volumen, habrían ocupado el séptimo lugar en la lista de la revista de los grupos empresariales más ricos de Centroamérica. Entre los negocios legales que las autoridades hondureñas les incautaron a su caída en el año 2013 se encontraban una empresa de cultivo de palma africana en la zona del Aguán, constructoras que lavaron millones de dólares en contratos con el Estado, una minera, varias inmobiliarias y el zoológico de Joya Grande.

*Este artículo fue publicado originalmente en El Faro. Fue editado y publicado con permiso. No representa necesariamente las opiniones de InSight Crime. Vea el original aquí.