Moscú está listo para inaugurar la Copa Mundial de Fútbol Rusia 2018, que arranca con el partido entre la selección anfitriona y la de Arabia Saudita. En el estadio estarán, el jueves 14 de junio, los futbolistas, miles de aficionados, decenas de cámaras de televisión, pero también las manchas de corrupción y vínculos con el crimen organizado que empañan a este, el deporte más popular del mundo, que según cálculos de la BBC movió cerca de US$10.000 millones entre 2011 y 2014, cuando el mundial se jugó en Brasil.

Es 21 de julio de 2013 en el estadio M&T Bank de Baltimore, en Maryland, Estados Unidos. La selección estadounidense y la de El Salvador juegan los cuartos de final de la Copa de Oro, el campeonato más importante de Concacaf, la federación afiliada a FIFA que manda en el fútbol profesional de Centro y Norteamérica y el Caribe. El estadio está lleno. Hay banderas, gritos de apoyo; la alegría que suele haber en un campo en que se juega el deporte más popular del mundo. Pero también hay sombras, grandes, las de los escándalos de corrupción que tienen infectado a este deporte desde hace años.

Sobre El Salvador ya pesa, en este partido, una mancha enorme, que será pública poco menos de un mes después, cuando el principal diario deportivo del país destape todos los detalles sobre un escándalo que atañe a varios de los jugadores que hoy patean la pelota en Baltimore: esta selección salvadoreña lleva ratos vendiendo partidos a una mafia internacional de apostadores.

El Salvador termina, como casi siempre, derrotado. Los estadounidenses le recetan un 5 a 1 contundente. Los aficionados salvadoreños que han llegado al estadio se retirarán, de nuevo, desilusionados; con mucha rabia esta vez. “Se les perdona lo maletas (malos jugadores), pero no lo mañosos (ladrones)”, me dice un hombre que ha manejado seis horas desde Carolina del Norte para ver jugar a la selección centroamericana.

Durante los siguientes meses El Salvador conocerá todos los pormenores sobre los “amaños”, que pueden resumirse así: los principales jugadores del equipo nacional, previo acuerdo con representantes de una mafia de apostadores basados en Singapur, cobran decenas de miles de dólares para garantizar marcadores, simular lesiones y perder partidos. La Fiscalía local interviene, interroga, emite órdenes provisionales de cateo y hace un saludable escándalo mediático; al final nadie va preso. Y, con los años, poco cambia: el fútbol salvadoreño sigue siendo de los peores del continente, en su selección juega aún algún jugador señalado por los amaños y el entrenador ha vuelto a ser el mismo que dirigía al equipo cuando los seleccionados vendían partidos.

Los amaños en el fútbol salvadoreño son apenas una muestra de la corrupción masiva que ha existido en la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), el emporio con sede en Suiza que dirige el gran negocio del fútbol en el mundo y organiza la logística y réditos comerciales de las copas mundiales como la que empieza este jueves 14 de junio en Rusia. Como aquella tarde en Baltimore, sobre los estadios rusos también se proyectarán las sombras de corrupción que aún se ciernen sobre el rey de todos los deportes, como los comentaristas televisivos suelen llamar a este deporte que despierta pasiones por igual en América, en Europa, en Asia o en África.

Al fútbol, a sus jugadores, sus estadios, los persiguen esas sombras, que suelen nacer en mafias internacionales o nacionales incluso vinculadas a grandes grupos de crimen organizado y que llevan años manchándolo.

En lo que toca a los mundiales, los negocios sucios suelen empezar en los pasillos de FIFA cuando se escoge a los países que servirán de sedes a los torneos. Un reporte publicado por el New York Times el domingo 10 de junio da cuenta, por ejemplo, de como el gobierno de Vladimir Putin logró, a punta de cabildeo político, acallar las sospechas de que su gobierno y agentes paraestatales pagaron sobornos para que Rusia se quedará con la sede de 2018.

Derechos televisivos, camisetas, estampitas y sobornos

Es miércoles 13 de junio en San Salvador, la víspera del Mundial. En varias calles de la ciudad, desde su centro histórico hasta sus barrios altos, vendedores informales apuestan a sacar la venta del día con camisetas alusivas a los equipos más populares en el país: a falta de una selección que saque el pecho, los salvadoreños suelen decantarse por España, Brasil o Argentina, debido sobre todo a la popularidad de las ligas europeas transmitidas por cable en las televisiones locales. Cada camiseta, en las calles de la capital salvadoreña, se vende a un promedio de US$10.

Una semana antes, en Langley Park, Maryland, hogar de miles de salvadoreños emigrados, un hombre compra estampitas para llenar el álbum alusivo a las selecciones participantes en el mundial, que cada cuatro años imprime la empresa italiana Panini. Aquí, cada paquete con cinco estampitas vale US$1; cada álbum tiene 670 estampitas, pero llenarlo cuesta alrededor de 400 dólares en Estados Unidos según un estudio de Banco Santander citado en el diario La Opinión de Los Ángeles. Para tener una idea del valor de este negocio: en 2017, Panini facturó US$65 millones solo en España, uno de los países donde el álbum es popular, de acuerdo con un ejecutivo de la compañía citado en El Comercio de Perú.

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Pero lo de las figuritas es una friolera comparado con los derechos de transmisión televisiva, que es donde el crimen organizado y las mafias futboleras han echado raíces. En total, de acuerdo a un reporte de la BBC de Londres basado en información de FIFA, el fútbol profesional asociado movió, en competiciones internacionales, unos US$10.000 millones entre 2011 y 2014 (aquí no se cuentan los dineros que mueven las federaciones nacionales, que en casos de ligas populares en todo el mundo, como la inglesa o la española, aportan cifras que se cuentan en cientos de millones de dólares).

Buena parte de esos ingresos tienen que ver con la venta de derechos de transmisión televisiva. Una muestra: solo la venta en Estados Unidos de esos derechos relacionados con el Mundial Brasil 2014 fue de US$2.500 millones, según FIFA. De acuerdo con acusaciones penales de la justicia estadounidense contra funcionarios federativos acusados de varios delitos en Nueva York en 2015, la concesión de derechos televisivos a cambio de sobornos ha sido una de las principales fuentes de corrupción y sobornos en el mundo del fútbol.

El fútbol centroamericano, que en el mundial ruso es representado por las selecciones de Costa Rica y Panamá, provee, de nuevo, un buen ejemplo de cómo funcionan esas mafias. Según la confesión que uno de los acusados hizo en 2013 en la corte neoyorquina, en el marco del caso abierto contra funcionarios de FIFA, en siete de las 12 ediciones de la Copa de Oro -que reúne en un torneo regional a las selecciones de Concacaf- los oficiales de la federación internacional recibieron sobornos para entregar los derechos de mercadeo y transmisión televisiva a Traffic International, una empresa brasileña de promoción deportiva basada en Miami, una especie de Odebrecht del fútbol.

El aliento del narcotráfico

Las manchas del fútbol no terminan ahí. Al deporte rey también le rondan los tentáculos del narcotráfico. Mítico es ya el caso de Andrés Escobar, el defensor central de la Selección Colombia asesinado en su país en julio de 1994, luego de que un autogol suyo provocará la eliminación de su país del mundial que ese año se jugó en Estados Unidos. De acuerdo con la familia del jugador, los responsables del asesinato fueron apostadores vinculados al narco.

Los ejemplos de cómo criminales relacionados a grupos de narcotráfico se han metido en el fútbol abundan en América. InSight ha reportado sobre varios de ellos. Uno de los casos más destacados es el del empresario Juan Salazar Umaña, alias “Chepe Diablo” y supuesto líder del llamado Cártel de Texis, quien fue presidente de la Federación Salvadoreña de Fútbol, estuvo listado como capo internacional del narcotráfico y es procesado en El Salvador por lavado de dinero.

En México está el caso de Rodolfo Dávila Córdova, un operador del Cártel de Juárez que también era un agente que se encargaba de traspasos de jugadores latinoamericanos al fútbol europeo.

En Honduras, el Real Sociedad de Tocoa, un club en el departamento de Colón, estuvo relacionado a la familia Rivera Maradiaga, también conocida como Los Cachiros, uno de los grupos de narcotráfico más importantes del país, dos de cuyos miembros han sido juzgados en Estados Unidos.  La lista es amplia.

En 2013, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incluyó al Envigado Fútbol Club, un equipo de Colombia, y su accionista mayoritario Juan Pablo Upegui Gallego, en la llamada lista Kingpin por su supuesta vinculación con la Oficina de Envigado, el tráfico de drogas y la red de crimen organizado en Medellín desde la desaparición de Pablo Escobar.

Pero el jueves, cuando el balón ruede en el pasto del estadio Luzhnikí de Moscú, durante el partido inaugural de la Copa del Mundo de 2018, poco se hablará de narcotráfico, sobornos o amaños. El mundo estará concentrado, como cada cuatro años, en una sola palabra: Gol.