Cuando se habla de Centroamérica, todos los ojos suelen posarse en el Triángulo Norte. Pero en 2016 el crimen organizado local en Costa Rica y Panamá —tradicionales oasis de calma en la región— ingresaron a un territorio sin precedentes.

En Costa Rica, la evolución de los grupos criminales nacionales ha dado pie a una ola de violencia, mientras que las estructuras criminales en Panamá parecen estar sofisticándose cada vez más. Esta tendencia deberá mantenerse en 2017, mientras los organismos estatales enfrentan la creciente amenaza y mientras crece el narcotráfico en la región.

2016 arrojó aún más evidencia de que el crimen organizado local en los países centroamericanos de Panamá y Costa Rica —países de los que por lo general no se pensaría que albergaran organizaciones mafiosas transnacionales de cuño propio— está cobrando mayor complejidad.

En Panamá, pandillas locales que por largo tiempo se han asociado con actividad delincuencial menor están consolidandose en dos “bloques” rivales bajo los nombres de Bagdad y Calor Calor. Hay indicios de que estas estructuras actúan como las llamadas “oficinas de cobro“, que colaboran directamente con el crimen organizado transnacional.

Estas oficinas ofrecen servicios, como “protección de rutas de drogas y asesinato a sueldo para otros grupos criminales, y actúan como puente entre organizaciones criminales colombianas, como Los Urabeños y traficantes que llevan estupefacientes a otros destinos”,  según el gobierno panameño. 

Hay señales de que los grupos locales están operando con mayor independencia de sus poderosos patrones.

Más aún, las pandillas de Panamá al parecer controlan las rutas de narcotráfico que pasan por el país e incluso pueden tener operaciones transnacionales. Se dice que Calor Calor y Bagdad “tienen células en Costa Rica, aunque no es claro hasta dónde llega su participación en el negocio de la droga”. 

Al otro lado de la frontera oeste de Panamá, Costa Rica, considerada por largo tiempo la “Suiza de Latinoamérica”, ha tenido un drástico aumento de los crímenes violentos asociados con el negocio ilegal de narcóticos. Entre 2000 y 2015, la tasa de homicidios en el país casi se duplicó de 6,3 a 11,5 por 100.000 ciudadanos. Hasta 70 por ciento de la violencia se ha asociado con guerras por territorio entre pandillas traficantes locales.

Esta dinámica es nueva en el país, ante lo que el ministro de seguridad costarricense Gustavo Mata explica que “la criminalidad en el país está relacionada cada vez más con el tráfico de drogas, mientras que anteriormente consistía sobre todo en atracos a bancos, robos de vehículos y secuestro”.

La evolución de las pandillas

Para entender la evolución del crimen en estos países, es importante retroceder un poco. Ubicadas en un corredor clave para el movimiento de estupefacientes, estos países fueron penetrados hace tiempo por organizaciones transnacionales de tráfico. En ese sentido, por lo general se ha considerado que las pandillas de esta parte de Centroamérica están subordinadas a los carteles mexicanos y colombianos. De hecho, las capturas de emisarios criminales extranjeros en Panamá en 2016 indicaban que las “bandas más grandes están intensificando su papel en el transporte de drogas a nivel nacional, mientras que permanecen al servicio de las células colombianas y mexicanas”.

Sin embargo, hay señales de que los grupos locales están operando con mayor independencia de sus poderosos patrones —una tendencia que no es rara en países de tránsito de drogas—. Un ejemplo notable de noviembre de 2016, las autoridades costarricenses anunciaron que habían desmantelado la primera “estructura criminal que manejaba todos los aspectos del narcotráfico desde Costa Rica”.

También el año pasado, las autoridades colombianas y panameñas anunciaron el desmantelamiento de una red internacional de narcotráfico liderada por un criminal panameño. La complejidad de las actividades de esta organización “plantea la pregunta de si los grupos panameños siguen actuando como simples prestadores de servicios para las organizaciones criminales colombianas y panameñas, o si han comenzado a establecer sus propias operaciones de tráfico transnacional”.

Un mayor volumen de drogas que pasan por el istmo centroamericano puede fortalecer aún más el poder y las ganancias de los grupos locales.

Los factores que impulsan esta creciente independencia tienen varias facetas. Por un lado, es natural que las estructuras que tienen nexos con organizaciones más poderosas asciendan con el tiempo en la escala criminal. Pero la dinámica criminal transnacional también cumple un papel clave.

Luego del colapso de los poderosos carteles colombianos, Panamá y Costa Rica han caído cada vez más bajo la influencia de los grupos mexicanos más que los colombianos. Hacia el inicio del siglo en Costa Rica, las bandas que habían estado al servicio de los colombianos se encontraron prestando “servicios independientes” sin cabecillas, y eventualmente cayeron bajo el control de las organizaciones mafiosas mexicanas.

Sin embargo, los disturbios en el hampa mexicano pueden estar formando ahora una nueva generación de grupos independientes.

“En los últimos años […] los carteles mexicanos han experimentado una escisión similar a la de sus predecesores colombianos, lo que parece estar abriendo espacio para que los grupos locales asuman un rol mayor en el negocio de las drogas ilícitas en Costa Rica,” informamos en noviembre. “Como resultado, el que las organizaciones narcotraficantes de Costa Rica sigan evolucionando o no puede tener mucho que ver con la dinámica criminal en México y con las iniciativas de las autoridades costarricense para desmantelar estas estructuras domésticas”.

Lo mismo podría ser válido para las pandillas de Panamá, más sofisticadas.

Fuerzas de seguridad en problemas

Hay mucho espacio para mejorar en la respuesta de estos países a la amenaza de las bandas locales. En Costa Rica, la rápida escalada de violencia ha tomado por sorpresa a las autoridades. Luego de una masacre relacionada con las pandillas, el 2 de octubre, el ministro de seguridad mismo “lamentó que su oficina carezca de recursos humanos y financieros suficientes para combatir la creciente violencia criminal, y amenazó con renunciar si no se destinaban recursos adicionales pronto al ministerio”.

El gobierno costarricense ha intentado reforzar las iniciativas de seguridad, por ejemplo, desplegando 400 agentes de policía adicionales en octubre en el importante puerto marítimo de Limón, que ha tenido un rol central en el negocio transnacional de drogas. Estados Unidos también dispuso de US$30 millones en asistencia de seguridad para el país.

Sin embargo, el mal equipado gobierno reconoce la necesidad de cambiar su estrategia para confrontar con más efectividad el abrupto deterioro de su situación de seguridad.

Panamá también tiene problemas propios que enfrentar, pese a un descenso importante en el total de homicidios en los últimos siete años. El presidente panameño Juan Carlos Varela atribuye al crimen organizado hasta el 70 por ciento de los homicidios registrados en el país, y hay evidencia de que la dinámica de las pandillas es la mayor responsable de los nodos de violencia, pues hay más homicidios en las zonas con mayor presencia de bandas.

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Gráfico tomado del artículo del 20 de octubre “Áreas de Panamá con mayor presencia de pandillas tienen mayores tasas de homicidios

En 2016, el presidente Varela siguió sus amenazas a las pandillas con medidas duras y el ofrecimiento de su programa de amnistía y rehabilitación a miles de jóvenes. Pero la eficacia de su estrategia combinada es cuestionable, pues el número de bandas en el país no ha bajado desde su posesión en 2014.

Prospectos futuros

Mirando hacia delante, la amenaza más tangible en lo que respecta al crimen organizado de Centroamérica probablemente sea el avance continuado de las actividades de las pandillas locales.

En Costa Rica, esto podría contribuir a un mayor incremento de la violencia, con las luchas de poder entre los grupos. Pero puede  ser inminente un futuro un poco más estable en el hampa panameño con la conformación en bloque de las estructuras pandilleras. Es probable que estas redes se organicen más y quizás hagan la transición de su rol como mediadores a asumir mayor control de las etapas de la cadena de narcotráfico que por lo general manejan los carteles mexicanos y colombianos.

Un mayor volumen de drogas que pasan por el istmo centroamericano puede fortalecer aún más el poder y las ganancias de los grupos locales. Pese a numerosas señales de que las rutas de droga de Suramérica a Estados Unidos están pasando hacia la región del Caribe, hay evidencia de que la ruta centroamericana está aumentando su importancia. En Panamá ha habido el mayor volumen de drogas incautadas desde el 2000, y el gobierno costarricense ha presentado predicciones descabelladas de “tráfico de 1.700 toneladas de cocaína a través de Costa Rica en 2016” —una cifra poco creíble considerando que la producción global se acerca a las 900 toneladas.

Lo que puede ser más importante, el alza en el cultivo de coca en Colombia —vecino de Panamá y principal proveedor de cocaína de Estados Unidos— puede mantenerse en 2017, dando a sus vecinos del norte aún mayores suministros del alcaloide.

Sumado a esto, la expansión del canal de Panamá, que conecta las aguas del Atlántico y el Pacífico, podría ampliar la entrada de productos ilegales que pasen de contrabando por el país.

Esa dinámica ilustra la importancia estratégica de estos dos países para el crimen organizado en las Américas y, por supuesto, en el mundo. Con esos prospectos, bien podemos ver cómo Panamá y Costa Rica siguen los pasos de otros países de tránsito, donde las pandillas locales se abrieron camino hasta los escalones superiores del crimen organizado. La evolución de los carteles mexicanos es un buen ejemplo, y las bandas centroamericanas pronto podrían constituirse en otro. 

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