Una teoría que no se había contemplado hasta el momento podría plantear una respuesta a la indignante pregunta de porqué un grupo criminal en México asesinó a docenas de estudiantes manifestantes el año pasado en el estado de Guerrero. Sin embargo, la falta de evidencia limita las posibilidades de que ésta suponga una conclusión a ese trágico episodio.
El mes pasado, se presentó el informe final del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), una coalición de investigación ad hoc convocada para investigar la desaparición de 43 estudiantes manifestantes en Iguala, México, en 2014.
El documento de 560 páginas contiene una condena exhaustiva a la chapucera respuesta del gobierno, repleta de contradicciones inadvertidas y conclusiones no sustentadas. La evidencia que lleva al gobierno a concluir que los estudiantes fueron tomados como rehenes por interrumpir un discurso de la primera dama de Igual María de los Ángeles Villa Pineda carece de solidez. Aun menos sólida es la conclusión del gobierno de que los estudiantes fueran incinerados en un basurero local. Poniendo en evidencia la incompetencia del gobierno está el aporte principal al informe del GIEI, que se espera sirva a la vez como modelo para investigaciones futuras y como lección contra cortinas de humo similares posteriores.
El informe también propone una teoría alternativa para la motivación del ataque, una cuestión que ha incomodado a analistas e investigadores desde que ocurriera el incidente. Aunque los autores del informe no llegan a ningún hallazgo concluyente, sugieren que uno de los cinco buses que los estudiantes se tomaron antes de su desaparición estaba cargado de heroína con destino a Estados Unidos. En ese punto, Guerreros Unidos, el grupo local presuntamente responsable de la masacre, habría tenido una motivación comercial obvia para implicarse en lo que hasta el momento era una disputa política de rutina. Incluso, no tenían la certeza de cuál de los buses era, lo cual los obligó a atacar y retomar los cinco.
Hay varios elementos en el caso de Iguala consistentes con esta hipótesis. Uno es el monitoreo muy coordinado de las actividades de los estudiantes por parte de delegados de diferentes organismos federales y municipales. Esto también parece anómalo y puede derivarse de su confabulación con los Guerreros Unidos, y su consiguiente interés en el destino de un bus cargado de heroína.
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Otro elemento es la acusación formal de diciembre de 2014 a varios miembros de Guerreros Unidos con residencia en Chicago, por parte del fiscal federal de Estados Unidos en Chicago. Los expedientes del caso incluyen declaraciones juradas de agentes de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA por sus iniciales en inglés) que detallan las tácticas de transporte clandestino empleadas por el grupo, incluyendo el uso de autobuses comerciales (como los tomados por los estudiantes) de zonas productoras de droga al sur de México para realizar tramos del viaje.
La importancia del autobús como motivación para el ataque también explicaría la particular torpeza del gobierno en selación a su propio recuento sobre los autobuses de los que los estudiantes se apropiaron. Los investigadores del gobierno acusaron a los estudiantes de abandonar y destruir un autobús, pero no aportaron evidencia alguna de dicha destrucción e ignoraron la evidencia contraria. El GIEI concluyó que el gobierno simplemente inventó la historia de la nada. Cuando el GIEI pidió que se le permitiera inspeccionar otro bus que aparece en el video de seguridad. La procuraduría general de la república de México entregó un autobús a todas luces diferente.
Esta teoría tiene algo de plausible, lo cual ha llamado la atención de los medios internacionales. La hipótesis también alimenta el deseo palpable de llegar a una explicación para un asesinato masivo tan bizarro y disparatado. Pero hay errores sustanciales en la teoría del GIEI: la lógica es increíblemente pobre y adolece de una buena serie de baches, y se carece por completo de evidencia.
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Muchos de los problemas comienzan con una mirada más detallada a los expedientes de los casos de Chicago, en los que no hay más que un nexo circunstancial con el caso de Iguala. Como lo reconocen los autores del GIEI, las empresas de autobuses, que, según las autoridades estadounidenses, usaba Guerreros Unidos para el transporte de heroína no incluían la Estrella de Oro, la empresa transportadora dueña del vehículo tomado por los estudiantes y sospechoso de llevar el cargamento de heroína.
También es notable que las autoridades estadounidenses no hubieran logrado establecer la conexión entre los sospechosos y la desaparición en México. Dada la atención sobre las desapariciones de Iguala y su propio interés personal en el grupo que habría perpetrado la masacre, los agentes de la DEA y los fiscales que prepararon el caso debían tener pleno conocimiento de los estudiantes desaparecidos. Asociar sus sospechosos con un crimen tan notorio parecería una movida lógica para asegurarse de que el caso recibiera una buena atención. La investigación realizada por Estados Unidos vigiló a los objetivos, incluyendo el uso de grabaciones telefónicas en las que los sujetos se incriminaban, a lo largo de noviembre de 2014, lo que significa que la investigación coincidió con las desapariciones de Iguala. En cierto punto, alguien implicado en el caso de Estados Unidos probablemente habría hecho la conexión, si hubiera existido.
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Para dar más peso a la nueva teoría, se esperaría verla corroborada por alguno de los sospechosos (muchos de quienes han hablado largo y tendido sobre el incidente) o alguna otra pieza de evidencia directa. Sin eso, todo lo que en realidad da cohesión a la teoría es el uso de autobuses por parte de Guerreros Unidos (una práctica relativamente común, y una coincidencia probable) y la torpeza del gobierno en la investigación sobre el papel de los autobuses (a lo que se le resta importancia cuando se tiene en cuenta que el gobierno entorpeció prácticamente todos los elementos de la investigación). Quedamos entonces sin una base no circunstancial para esta teoría.
La teoría del autobús con heroína tampoco logra explicar de manera convincente el motivo. Explicaría el interés de la pandilla en los autobuses tomados por los estudiantes, pero aun si se ignoran las falencias en la evidencia y se acepta esta versión, queda por aclarar porqué consideraron que era de su interés secuestrar y posiblemente asesinar a los estudiantes. Es de suponer que sería posible detener el bus, recuperar la droga y luego dejar seguir a los manifestantes sin cometer una masacre que atraería una avalancha de recursos federales e internacionales sobre Guerreros Unidos. Porqué los líderes del grupo no optaron por esa opción sigue siendo tan confuso como siempre.
Nada de esto pretende demonizar al GIEI, cuyo informe merece todos los aplausos que ha recibido. Por otra parte, el grupo simplemente está planteando una posibilidad más que emitiendo una declaración concluyente, y la teoría de la heroína en el bus es tan buena como cualquiera de las otras que flotan en torno al debate de Iguala.
Pero eso significa que no estamos más cerca de responder un aspecto central detrás de este episodio. En lo cierto o no, sin una demostración adicional, la teoría del GIEI no es más que otra posible respuesta a un acertijo que ya ha generado docenas de teorías conspiratorias.