El sistema de prisiones de Latinoamérica ha tenido la reputación de ser corrupto, sirviendo a menudo como incubadora de las organizaciones criminales y de sus actividades. Pero, Belice, una pequeña nación centroamericana está asumiendo un enfoque diferente, que considera a los reclusos como seres humanos que necesitan rehabilitarse.

Sin embargo, no siempre ha sido así. Antes de que una organización no gubernamental de orientación católica, conocida como Fundación Kolbe, fuera contratada para administrar el sistema penitenciario de Belice en 2002, los funcionarios de las prisiones solían cometer abusos contra los reclusos, y estos se enfrentaban entre sí con alarmante frecuencia.

Existía un ambiente tenso, no sin razón. La Prisión Central de Belice carecía de agua potable y de un sistema de alcantarillado adecuado. Dos tercios de los 900 reclusos se veían obligados a dormir en el suelo al lado de sus propias heces, mientras que los demás se disputaban las únicas 300 camas disponibles.

Pero las condiciones actuales son muy diferentes.

Desde que la Fundación Kolbe asumió el control, cada uno de los 1.150 reclusos de la prisión —casi la mitad de los cuales son migrantes centroamericanos encarcelados por ofensas de inmigración no violentas— tiene acceso a una de las 2.100 camas disponibles, un buen sistema de alcantarillado y una ducha. La prisión cuenta ahora con unas 30 edificaciones utilizadas para ofrecerles a los internos diversos programas sociales y de rehabilitación.

“No somos perfectos, pero estamos a años luz de muchos otros de la región”, le dijo a InSight Crime el director de la Prisión Central de Belice, Virgilio Murillo.

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Pero las mejoras en infraestructura no son el único avance. Las tasas de actividad criminal y los decomisos de bienes de contrabando son también mucho más bajos desde que Kolbe asumió la dirección. Las fugas de presos, que anteriormente eran facilitadas por la corrupción generalizada y por la deplorable infraestructura, pronto podrán ser cosa del pasado. Se pasó de 57 fugas en el año 2000 a solo dos el año pasado. En 2018, las autoridades penitenciarias incautaron menos de un kilogramo de marihuana y seis teléfonos celulares. Según funcionarios de la prisión, las armas incautadas se han reducido en más de la mitad desde el 2013.

Si bien el gobierno de Belice aporta solamente US$7 por preso al día (en comparación, el costo diario promedio de cada preso en Estados Unidos es de casi US$100), Murillo afirma que enfocarse en la rehabilitación y ver a los privados de la libertad como seres humanos dignos de respeto ha permitido cambiar la cultura penitenciaria y reducir la criminalidad.

Actualmente, los internos pueden acceder a servicios de tratamiento de adicciones y participar voluntariamente en clases dirigidas a obtener un diploma de primaria —algo de lo que muchos de ellos carecen—. También se ofrecen cursos formativos en áreas como mecánica, construcción, carpintería, soldadura y agricultura. Los presos tienen además su propia estación de radio, con emisiones diarias, y los internos con mejor comportamiento hacen parte un comité asesor que se reúne semanalmente con Murillo y otros funcionarios para informarles sobre temas que preocupan a los reclusos y cosas que quisieran mejorar.

“Las medidas punitivas no sirven”, dice Murillo. “Si uno trata a las personas como animales, entonces ellas se comportan como animales, pero si se les trata como hijos de Dios, entonces cambian sus vidas”.

Este enfoque ha permitido impedir la reincidencia de los presos. Según Murillo, la tasa de reincidencia de Belice se encuentra en alrededor del 10 por ciento, entre tres y cinco años después de que los presos salen de la cárcel. En comparación, cerca de dos tercios de los presos liberados en Estados Unidos son detenidos de nuevo en los siguientes tres años después de su liberación.

Esta estrategia de rehabilitación de los internos también previene las confrontaciones entre los 104 miembros de pandillas —cerca del 11 por ciento de la población carcelaria—, que representan 16 facciones de pandillas en la prisión. Murillo afirma que en los últimos cinco años solo ha habido un incidente relacionado con pandillas. Y de los 32 pandilleros liberados desde 2018, ninguno ha reincidido ni ha vuelto a la cárcel.

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Es cierto que el sistema penitenciario de Belice —y el país como tal— no tiene la misma proporción de pandilleros que los países del Triángulo Norte (El Salvador, Guatemala y Honduras) y no está bajo el mando de facto de poderosas pandillas carcelarias, como Primer Comando Capital (PCC) en Brasil.

Sin embargo, las políticas de “mano dura” han llevado al aumento de las poblaciones carcelarias y al deterioro de las condiciones de las prisiones, lo que ha permitido una rampante corrupción y graves violaciones de los derechos humanos. Los recursos no suelen ser invertidos en rehabilitación ni en ofrecer a los reclusos las habilidades necesarias para su reinserción en la sociedad, lo cual conduce a un ciclo interminable de reincidencia y de nuevos encarcelamientos.

Sin embargo, Murillo afirma que todavía faltan cosas por mejorar en Belice.

Los procesos judiciales de la nación centroamericana son lentos. Más de un tercio de los reclusos del país están detenidos en prisión preventiva, sin haber sido declarados culpables de ningún delito. Si no se le presta atención, esto podría conducir a graves condiciones de hacinamiento, como ha ocurrido en otros países latinoamericanos. Ello tendría negativas consecuencias para las cárceles de Belice, dados los limitados recursos con los que cuenta la Fundación Kolbe.

Además, los exconvictos son estigmatizados por sus errores del pasado y carecen del suficiente apoyo una vez son liberados, al igual que en otros países de la región. A menudo carecen de acceso a oportunidades laborales —pues muchos empresarios se niegan a contratar exconvictos— y no pueden encontrar apoyo en los hogares de transición porque estos solo tienen cupo para unas pocas personas.

“Los presos salen pero la sociedad los estigmatiza como criminales de por vida”, dice Murillo. “Necesitamos educar a la sociedad en torno al hecho de que las personas cometen errores y merecen una segunda oportunidad”.

Aun así, los ajustes hechos al sistema de prisiones de Belice son una luz en la región, en donde las prisiones se han dedicado más a fomentar y promover el crimen que a rehabilitar a quienes las habitan.