Hay varias razones por las que cada vez más personas son alcanzadas por balas perdidas en Río de Janeiro, un fenómeno preocupante que da cuenta de los retos que implica la estrategia de pacificación de la ciudad.

El mes pasado, cerca de 32 personas fueron heridas por balas perdidas en el área metropolitana de Río de Janeiro, informó O Globo. Al menos cinco de esas personas murieron, incluyendo una niña de 4 años y un niño de 9 años de edad.

En los años noventa, las balas perdidas fueron un problema común en esta ciudad brasileña, razón por la que César Maia, alcalde de la cuidad durante tres periodos, se ha referido a ella como la “Bosnia tropical”. Esa situación cambió en la primera década del nuevo siglo, cuando las mejoras en seguridad pública llevaron a una disminución de estos incidentes. Entre 2007 y 2011, el número de personas alcanzadas por balas perdidas en el estado de Río pasó de 258 a 81.

Pero en el año 2012 las heridas por balas perdidas comenzaron a aumentar de nuevo, y en 2013 hubo 111 casos, la última cifra suministrada por el Instituto de Seguridad Pública (ISP) de Río de Janeiro. El ISP solía divulgar cifras trimestrales sobre incidentes relacionados con balas perdidas, pero decidió publicar sus cifras solo una vez al año, señalando que este cambio se debía a que se estaban presentando menos casos. Y este no es solo una problemática local. Un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en junio de 2014 señaló que entre 2009 y 2013 Brasil tuvo el segundo mayor número de casos de balas perdidas en Latinoamérica, después de Venezuela.

La oleada de incidentes de balas perdidas muestra la existencia de un patrón similar: el año pasado, algunos crímenes violentos en el estado de Río de Janeiro aumentaron en comparación con el año anterior, según el ISP. En 2014, los homicidios crecieron un 4 por ciento, mientras que los robos callejeros aumentaron casi un 33 por ciento. Los atracos aumentaron más del 42 por ciento en la última década.

Análisis de Insight Crime

La denominada estrategia de pacificación de Río de Janeiro inició en 2008, cuando el gobierno comenzó a implementar una presencia policial permanente en las favelas de la ciudad. Desde entonces, se instalaron 38 Unidades de Policía Pacificadora (UPP), que beneficiaron a cerca de un millón y medio de personas. Los resultados iniciales parecieron prometedores: entre 2008 y 2012, la violencia letal disminuyó un 65 por ciento en las comunidades pacificadas. En el estado de Río, los homicidios mostraron una tendencia a la baja entre 2010 y 2012, pero comenzaron a subir de nuevo en 2013.

A pesar de la expansión del programa de las UPP, la violencia policial sigue siendo un problema. Entre 2013 y 2014, el número de personas asesinadas por las fuerzas de seguridad de Río aumentó cerca del 40 por ciento, según datos del ISP. El año pasado, la policía de Río mató casi el mismo número de personas que la policía en todo Estados Unidos. Del mismo modo, ser un agente de policía en Río de Janeiro sigue siendo una profesión peligrosa. En 2013 murieron 111 policías militares, mientras que 112 fueron asesinados el año pasado, según los medios locales.

Sin embargo, el jefe de seguridad de Río de Janeiro culpó a las porosas fronteras de Brasil del problema de las balas perdidas en el país. Durante una conferencia de prensa el 4 de febrero, el secretario de Seguridad Pública del estado de Río de Janeiro, José Mariano Beltrame, atribuyó el aumento de estos casos a la gran cantidad de armas de contrabando que ingresan al país desde Paraguay. Añadió que es trabajo del gobierno federal enfrentar el problema de la frontera, que no es una situación nueva. En enero, la Policía Militar (PM) de Río de Janeiro confiscó 41 fusiles, más del doble que la cantidad confiscada el mismo mes del año pasado, mientras que la incautación de pistolas aumentó casi un 50 por ciento.

Beltrame admitió que, aunque la policía de Río enfrenta retos, no debería ser culpada por los incidentes de balas perdidas. En cambio, el secretario atribuyó la mayoría de estas muertes a la “nación de criminales armados vinculados al narco” de Río de Janeiro, que no tienen respeto por la vida humana e idolatran las armas. Prometió mantener la estrategia de pacificación del estado, que continúa su misión de acabar con los “imperios de narcotraficantes”. Advirtió que, aunque la policía planea ingresar a nuevas zonas dominadas por el crimen organizado, todavía desatendidas, el proceso no ocurrirá de manera inmediata.

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Además de tiroteos con participación de la policía, los conflictos entre grupos paramilitares y narcotraficantes también son causa de violencia. Por ejemplo, según informó O dia, el mes pasado los enfrentamientos entre estos dos grupos representaron el 80 por ciento de los 130 homicidios que ocurrieron en la región de Baixada Fluminense, área metropolitana de Río.

Finalmente, algunos narcotraficantes pueden estar migrando a áreas sin control policial después de que las autoridades instalaron las UPP en sus territorios. Paulo Storani, experto en seguridad y exoficial de la policía de operaciones especiales, está de acuerdo con esta teoría, y le dijo a UOL que el problema de las balas perdidas se debe principalmente a que grupos criminales desplazados se mudan a otros barrios y tratan de desplazar a otras pandillas.  “Muchos de estos casos [de balas perdidas] se originan en disputas entre grupos rivales”, dijo.

Mileni de Carvalho, la madre de la niña de 4 años que murió a causa de una bala perdida en la zona occidental de Río de Janeiro en enero, hizo eco de esta idea: “En países en guerra como Afganistán, cada vez mueren menos personas que aquí, porque aquí hay una guerra constante que nunca termina”, le dijo a EFE. “Llevan los policías de las favelas a los barrios ricos, y todos los criminales se vienen para acá”.