Colombia ha anunciado la captura del “último gran capo” del grupo mafioso de Medellín conocido como la “Oficina de Envigado”, pero dicha denominación ya no coincide con la realidad de una red criminal que ha evolucionado y sigue siendo una parte importante del hampa colombiana.

En las últimas horas de 2015, el presidente colombiano Juan Manuel Santos escribió un tuit en el que anunciaba la captura de Carlos Arturo Hernández Ossa, alias “Duncan”, realizada en Perú, y donde denominaba al fugitivo narcotraficante como el último gran capo de una organización criminal cuyas raíces se remontan a Pablo Escobar y el Cartel de Medellín.

La carrera criminal de Duncan comenzó cuando pasó de las filas del ejército colombiano a la red paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) después de que fuera sorprendido vendiendo armas militares a la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Su experiencia militar fue puesta al servicio de las AUC, y a comienzos del nuevo siglo InSight Crime descubrió que Duncan estaba entrenando paramilitares en un campamento en el norte del departamento de Antioquia.

Duncan fue enviado a Medellín, capital del departamento de Antioquia, para combatir las facciones guerrilleras que se habían tomado el control de muchos de los barrios de la periferia de la ciudad. Allí trabajó con Diego Murillo, alias “Don Berna”, quien se había convertido en el cabecilla criminal de Medellín después de la muerte de Pablo Escobar, y a la vez estaba ganando un enorme poder como jefe paramilitar dentro de las filas de las AUC.

Las AUC se desmovilizaron entre 2003 y 2006, después de llegar a un acuerdo con el gobierno colombiano, y Duncan se encontraba entre quienes entregaron sus armas. Sin embargo, en lugar de reincorporarse a la vida civil, asumió el control de una facción rural de la Oficina, conocida como “Los Paisas”, a la vez que mantenía su influencia en Medellín.

En 2008, Don Berna fue extraditado a Estados Unidos, lo que generó agitación en la Oficina. Al ver que la dirigencia se estaba desintegrando, Duncan se convirtió en uno de los jefes más poderosos de la Oficina —o quizá en el más poderoso—. Sin embargo, Duncan fue arrestado pocos meses después de la extradición de Don Berna.

Aunque Duncan sólo fue condenado a tres años de prisión por falsificación de documentos, escapó en 2010 después de lograr que se le diera el permiso de cumplir su condena bajo arresto domiciliario.

Hasta el momento de su recaptura, Duncan continuaba dirigiendo rutas del narcotráfico y redes del crimen organizado en Medellín, a menudo desde el extranjero, hasta que la policía dio con su paradero en Perú, aparentemente mediante un seguimiento a su amante, en una de las visitas que ella le hizo desde Colombia.

Análisis de InSight Crime

Considerar a Duncan como el “último gran capo” de la Oficina de Envigado es algo erróneo por varias razones. En primer lugar, en vez de ser el jefe de la Oficina, él era una de las diversas figuras destacadas dentro de la organización, y no hay ningún indicio de que fuera el más poderoso o importante.

Además, la Oficina como tal ya no es una organización monolítica coherente, sino una federación de organizaciones criminales que cumplen un importante papel, si bien limitado, en el hampa colombiana, de modo que títulos como “capo” se refieren a la ya desaparecida era de los carteles.

La reestructuración y evolución de la Oficina de Envigado comenzó cuando la extradición de Don Berna y los arrestos y muertes de sus principales lugartenientes desataron una guerra fratricida de sucesión entre dos figuras clave, Erickson Vargas Cárdenas, alias “Sebastián”, y Maximiliano Bonilla Orozco, alias “Valenciano”.

Esta guerra no sólo dividió a las facciones de la Oficina, sino que además generó diferencias en sus intereses comerciales: mientras que Sebastián tenía mayor influencia en las actividades criminales de las pandillas de Medellín, Valenciano tenía más control sobre las redes de narcotráfico internacional del grupo. Sebastián finalmente salió victorioso, pero quedó al frente de una organización que había perdido gran parte de su influencia en el tráfico de drogas transnacional.

Sebastián tuvo poco tiempo para reconstruir la organización y fue detenido en agosto de 2012, por lo que no pudo dejar ningún sucesor. Al percibir esta debilidad, pronto apareció un nuevo enemigo, Los Urabeños, un grupo de narcoparamilitares que surgieron a raíz de la desmovilización de las AUC. Los Urabeños buscaron tomarse el control de Medellín mediante una estrategia que incluía poderío militar y alianzas estratégicas, lo cual significó una nueva guerra en la ciudad.

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Esta guerra no llegó a su final precisamente por una victoria militar, sino gracias a un pacto entre las dos partes, por medio del cual acordaron suspender los combates y cooperar en el narcotráfico. Fuentes del hampa le dijeron a InSight Crime que este acuerdo fue negociado por actores poderosos con intereses en el hampa y el mundo jurídico, que consideraban que la violencia estaba afectando sus intereses. Varias fuentes han indicado además que la organización mexicana del Cartel de Sinaloa pudo haber cumplido un papel en estas negociaciones, en su intento por restablecer su proveedor confiable de cocaína, que había sido puesto en riesgo por las luchas y la inestabilidad al interior del hampa colombiana.

Las divisiones y los conflictos han llevado a que la Oficina sea una estructura muy distinta a la que dirigía Don Berna, y con un papel diferente en el hampa. La Oficina ha estado siempre integrada por facciones semiautónomas en cada nivel, que van desde unas 120 a 350 pandillas barriales, hasta las grandes estructuras a las que la policía se refiere como ODIN (Organizaciones Delincuenciales Integradas al Narcotráfico). Sin embargo, esas facciones ya no están unidas bajo un solo mando, sino que operan como una coalición cuyos vínculos a menudo no van más allá de los negocios que les generan beneficios mutuos y del miedo a desintegrarse.

Según la policía, en Medellín hay 14 ODIN, pero tres de ellas han sido severamente debilitadas. No está claro cuántas de estas redes tienen miembros en la alta dirigencia de la Oficina, pero lo que está claro es que en los últimos años se ha presentado una reestructuración en la jerarquía de la Oficina, dado que algunas de sus figuras más poderosas han sido asesinadas o arrestadas, mientras que otras han surgido desde niveles medios del hampa y han venido adquiriendo mayor poder y estatus.

La aparición más visible ha sido la de alias “Tom” y su organización “Los Chatas”. Anteriormente, Tom había sido un criminal de nivel medio, mientras que en su gran parte Los Chatas se habían replegado en Bello, una ciudad satélite de Medellín, donde se enfrentaron con estructuras más establecidas por el control de actividades criminales como la extorsión.

Sin embargo, a finales de 2015 el Departamento del Tesoro de Estados Unidos incluyó a Los Chatas en su lista de redes del crimen organizado internacional (“Kingpin List”), y, según las fuerzas de seguridad colombianas, el grupo dirigía grandes laboratorios de cristalización de cocaína en zonas rurales de Antioquia, en alianza con Los Urabeños. Por su parte, Tom ha sido descrito como el nuevo jefe militar de la Oficina.

El surgimiento de Tom y Los Chatas se puede rastrear en informes que sugieren que ellos hicieron sus propios pactos con Los Urabeños. Según el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Tom es ahora el principal enlace entre la dirigencia de la Oficina y Los Urabeños, y ha estado encargado de mantener el acuerdo entre las dos partes —una importante posición de poder en la nueva conformación del hampa—. Además, según le dijeron fuentes de inteligencia a El Colombiano, la alianza con Los Urabeños también les ha permitido a Los Chatas extender su poder fuera del área metropolitana de Medellín e incursionar en territorios de narcotráfico en el departamento de Antioquia.

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El papel actual de la Oficina en el hampa colombiana es muy diverso. En Medellín y sus alrededores, las diferentes facciones de la Oficina tienen diversos portafolios criminales y obtienen ganancias millonarias por realizar actividades de extorsión, venta de drogas, robos, tráfico sexual, contrabando, e incluso otras actividades como el comercio de productos alimenticios básicos o el alquiler de propiedades. Aunque las ganancias obtenidas por tales crímenes son bajas en comparación con el tráfico de drogas, siguen siendo lucrativas: según un reciente estudio de la Universidad de Antioquia y la Universidad EAFIT, en Medellín la extorsión y los robos producen unos US$18 millones al año.

Además, las facciones de la Oficina proveen varios servicios clave a diversos actores del narcotráfico, especialmente en actividades como cobro de deudas, lavado de dinero y asesinatos. Según el Departamento del Tesoro, socios transnacionales como Los Urabeños y el Cartel de Sinaloa han llegado a depender de la Oficina para tales servicios.

Sin embargo, lo que está menos claro es el alcance del tráfico transnacional de drogas de la Oficina. En el dictamen que acompañó la inclusión de la Oficina en su lista de capos, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos dijo que la red está directamente involucrada en el tráfico internacional de drogas, así como en “actividades secundarias”, como la extorsión, el lavado de dinero y el sicariato —aunque en realidad puede ser al contrario—.

Es probable que importantes figuras como la de Duncan, que tienen años de experiencia en el hampa, mantengan contactos con el tráfico de drogas y sus rutas, y que actores que apenas están surgiendo, como Tom, puedan estar buscando su propio lugar en las altas esferas del crimen organizado. Sin embargo, como organización, es más probable que las actividades “secundarias” sean ahora el objetivo principal de la Oficina, y que su función principal sea la de proveer seguridad y servir como lavadores de dinero para los poderosos narcotraficantes que permanecen ocultos en las sombras del hampa colombiana moderna y de las redes transnacionales, como Los Urabeños y el Cartel de Sinaloa.

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3 respuestas a “El ‘último capo’ de Medellín y la evolución de la ‘Oficina’”