En este barrio de la Ciudad de Guatemala no existe la Mara Salvatrucha, y sin embargo, hay muchos emeeses.

La pared de uno de los pasajes de entrada a la comunidad está decorada por un grafiti enorme que reza “Mara Salvatrucha 13 – Tiny Locos”. En la esquina, al final de la pared portadora del grafiti, un muchacho, con calcetas altas y usando una imitación muy mala de los Nike Cortez, el zapato pandillero, me mira muy arisco y habla por sus auriculares, supongo, informando de mi llegada.

Supongo bien, en la siguiente cuadra hay tres más de ellos esperándome. Me ven pasar con ojos ariscos e informan a los demás. Mientras más me adentro en el barrio, la presencia de los emeeses, como se les conoce a los pandilleros de la MS13, va siendo más fuerte, más visible. Si el primero tenía zapatos de imitación, los del siguiente pasaje los tienen originales. Los del tercer pasaje ya tienen tatuajes y, aunque hace frío y recién ha lloviznado, se quitan la camisa para mostrarlos.

A pesar de la fuerza de la evidencia, y de la presencia irrevocable de los emeeses, todas mis fuentes están de acuerdo en que acá no existe la MS13.

Caballo Loco, el emeese más veterano de este lugar, me lleva por los callejones y me señala con el dedo a los pandilleros, sus grafitis y sus guaridas. A él lo protegen las reglas del barrio bajo, esas reglas que ponen a los bandidos veteranos en una posición casi divina. El viejo pandillero me cuenta la historia sangrienta de cada una de sus esquinas y explica, con gran paciencia, la lógica que permite que en decenas de barrios de la capital guatemalteca se pueda ser pandillero emeese sin pertenecer a la MS13.

*Este es el segundo artículo de una investigación de tres partes, “MS13 y Co.”, que examina cómo la MS13 evolucionó desde sus modestos comienzos hasta convertirse en una potencia empresarial con inversiones en numerosos negocios, tanto legales como ilegales, en todo el Triángulo Norte. Lea los demás capítulos de la investigación aquí o descargue el informe completo aquí.

Los comienzos de la MS13 en Guatemala

Es el mes de abril del año 2021. En el centro de Ciudad de Guatemala, luego de seguir algunas indicaciones que me hicieron dar vueltas erráticas por los alrededores de la majestuosa catedral metropolitana, me encuentro con Amable. Él no tiene ya ni la apariencia ni la actitud del pandillero. Hace años dejó las ropas holgadas, los Nike Cortez y la mirada de asesino.

Ahora viste de pantalón sastre y zapatos de cuero. Tiene un trabajo, y las dos letras que antes pavoneaba con orgullo, ahora las esconde detrás de su camisa de botones. Lo acompaña Furiosa. Ella sí tiene mirada de asesina, aunque Amable jura que jamás ha atacado a nadie, o al menos sin motivo. Es una pitbull color ceniza que lleva en su cuello una enorme cadena metálica, que, según Amable, es más un ornamento que una necesidad.

“Ella es tranquila. La cadena es solo para que la gente no se ponga nerviosa”, dice Amable presumiendo de la buena educación de Furiosa.

Amable fue emeese. Aún lo es. Aún lleva las letras y, aunque no esté vinculado con ninguna estructura, dice que todavía lleva al barrio en el corazón. Dice aún sentirse parte de esa estructura que fue su familia durante tanto, tanto tiempo.

La historia que unió a Amable con la pandilla más famosa de América empezó una noche a principios de los ochenta en Ciudad de Guatemala.

Tenía pocos meses de nacido cuando le dio su primera crisis respiratoria. Fueron cuatro años en los cuales Amable salía de un broncoespasmo y lo postraba una crisis asmática. La superaba. Pero entonces caía en las garras de la neumonía. Sus pulmones eran disputados por cuanto padecimiento respiratorio existe.

Su madre, abrumada por los padecimientos de su hijo, que cada vez se iban volviendo más frecuentes y agresivos, decidió escapar de la capital guatemalteca, una ciudad en ocasiones fría por naturaleza. Se mudaron a El Salvador, a la costa del occidente del país más chiquito de Centroamérica, a la ciudad de Sonsonate. Pensó que ahí, en el calor y humedad de la costa, los pulmones de su hijo encontrarían sosiego. Acertó. Pero entonces llegó la pobreza.

Su madre nunca estudió, mantenía a su familia con el oficio de hacer muñecos con esqueleto de alambre y carne de papel periódico que los niños desbaratan a garrotazos en los cumpleaños: piñatas. Desde que tiene uso de razón hasta los 12 años, Amable se sentó junto a su madre a torcer alambre y a armar esos muñecos kamikaze para poder comprar comida.

Hasta que un día de principios de los noventa su madre enfermó. Una apendicitis ignorada por los médicos del hospital público se convirtió en peritonitis y la mujer quedó postrada en cama durante meses. Amable tuvo que armar los muñecos solo. Pero no eran tan bonitos como los que hacía su madre, así que casi nadie los compraba. Con el tiempo, y con el hambre metida en casa a todas horas, Amable aprendió el arte de robar comida de las fiestas de quinceañeras y las bodas en Sonsonate, y a engañar a los cajeros del supermercado para llevarse la compra sin pagar. En esas andanzas conoció a la MS13.

“El primer vato que me tiró la garra fue el hermano de un amigo: ‘La Mara Salvatrucha’ —me gritó—. ‘La Mara Salvatrucha’ —le respondí yo también sin saber mucho que significaba—. Desde ese momento ya no me les despegué”, dice, risueño, el Amable.

Para 1994, la vida con la MS13 de Sonsonate ya era violenta, pero aún era divertida. El conflicto político y militar salvadoreño recién terminaba y los pandilleros deportados de California reclutaban sin control a los niños y adolescentes pobres de los barrios de la ciudad. La vida era bailar, drogarse, robar, conquistar muchachas y, si algún Barrio 18 —la pandilla rival de la MS13— se cruzaba en su camino, pelear con bates y cadenas en una guerra con olor a juego.

Pero esto no duró mucho. Las balas empezaron a tronar y la sangre comenzó a fluir. Se fundaron las primeras clicas salvadoreñas de la MS13 y con esto vinieron los conflictos y las conjuras. Así ya no funcionaba para Amable. Para él, la MS13 tenía que ver más con las fiestas que con los funerales. Se regresó solo a una Guatemala que no había olvidado pero que no tuvo tiempo de conocer. 

La Pandilla del Yin Yang

En Guatemala, en la década de los noventa, sobre todo en su primer lustro, las pandillas de origen californiano se adaptaron al ethos de Centroamérica y reclutaban casi a cualquiera que deseara estar dentro. Así lo cuenta Amable y una larga lista de pandilleros veteranos que prefieren esconderse en anonimato total.

“Los noventa fueron los tiempos de oro de las pandillas”, dice Amable.

La pandilla era la familia elegida, una familia disfuncional, sin padre o madre, pero con cientos de hermanos. Los pocos deportados que llegaron les enseñaban sobre ropa, palabras encriptadas y marcas de zapatos. Les decían qué palabras podían usar y qué colores eran los correctos, pero poco les dijeron de violencia. No era tan importante.

La MS13 y el Barrio 18 estaban amparados en una vieja tregua entre pandillas, nacida allá, en Los Ángeles, California. Una tregua en donde las pandillas conviven, se comunican, se alían contra enemigos comunes y pelean, pero con honor. “One on One (cara a cara), machete contra bate, cuchillo contra cadena. A este pacto callejero se le conoce como “El Sur.  Y El Sur era, en los noventa, la ley de las calles de la capital guatemalteca y sus alrededores urbanos.

En 1995, después de un viaje más o menos azaroso desde Sonsonate, en la costa salvadoreña, hasta la capital guatemalteca, Amable vagó por las calles de la ciudad buscando a su familia: La MS13. Encontró algún grafiti, escuchó algún rumor, pero pasaron los meses y seguía estando solo. Consiguió comida como pudo, robó alguna prenda y pidió en algún semáforo. Su familia no aparecía por ningún lado.

Un sábado, su deambular errático por la ciudad lo condujo a una fiesta callejera cerca del Cerrito del Carmen. Es un pequeño cerro con una iglesia en la punta, un lugar turístico en la ciudad, rodeado de colonias de clase obrera. Ese sábado se celebraría una fiesta comunitaria en honor a la Virgen María. La gente bailaba cumbias y bebían licor barato en su honor. Entre los tragos, unos muchachos le hablaron a Amable sobre un callejón donde solían reunirse pandilleros y Amable no dudó.

Fotografía de una de las primeras clicas de la MS13 en Guatemala tomada en el Cerrito del Carmen, ca. 1995-1996. Foto: Archivo de Juan Martínez d’Aubuisson

“Yo estaba loco por la garra. Yo solo pensaba en la MS, en la MS. Ya la andaba en el corazón”, me cuenta Amable una tarde inusualmente fría de abril de 2021, mientras come pizza, en un negocio pequeño en el centro histórico de Ciudad de Guatemala, en donde me citó.

En ese callejón le gritaron “La 18 hijo de puta” y Amable, como dicta la norma de la calle, no negó su pandilla: “La Mara Salvatrucha, panochos hijos de puta”, respondió. Desde que llegó a Guatemala, esta sería su primera oportunidad, quizá también la última, de defender esa pandilla tan enquistada en su corazón de adolescente.

Pero en vez de cuchilladas y batazos le dieron abrazos y palmadas. Eran miembros de la MS13 y aquello era una trampa para dieciocheros y una prueba para emeeses. Una que Amable superó con creces. Desde ese día ya no estuvo solo ni vagó como animal errante por las calles de Ciudad de Guatemala. Había encontrado a su familia.

El grupo de Amable no hacía mayor cosa y la MS13 era poco más que un rumor en el barrio bajo de la ciudad. Vivían en la casa del Yin Yang, un edificio abandonado frente al Cerrito del Carmen en Ciudad de Guatemala. En la entrada del edificio estaba grabado, en cemento, el Yin Yang, ese símbolo oriental que representa la dualidad. Seguro a los últimos dueños les pareció elegante o al constructor de aquel edificio le gustaba el significado y decidió ponerlo. Quién sabe; en todo caso, para los jóvenes pandilleros aquel símbolo despertó una infinidad de historias y leyendas. Se sentían abrumadoramente especiales de vivir en una casa tan cool.

Ahí, estos primeros emeeses montaban fiestas, invitaban a muchachas, se drogaban hasta perder la conciencia. Los episodios de sangre eran escasos. Amable apenas logra recordar dos: la vez que Casco, un emeese hondureño que llegó a Guatemala buscando aventuras, se voló la cabeza jugando ruleta rusa. La segunda fue cuando Security, de la misma pandilla, meses después, se voló la cabeza jugando exactamente lo mismo, con la misma pistola, en la misma casa.

La casa del Yin Yang en Ciudad de Guatemala. Foto: Juan Martínez d’Aubuisson

En esos años, aquellos fueron los únicos cuerpos de los cuales tuvieron que deshacerse. Las demás pandillas no eran una amenaza vigente. La fiesta pandillera en la que vivían estaba amparada en El Sur, ese pacto tan extraño que normaba y domesticaba la violencia entre pandilleros.

Para 1996, Amable se volvió líder de una veintena de muchachos sin hogar y tomaron control del Cerrito del Carmen y sus alrededores. Con todo y lo ambiguo y difuso que esto significaba.

Amable y sus homies vivían la vida como los niños de Peter Pan: pensando que jamás crecerían.

Un virus entra a El Sur   

En ese mismo 1996, en que Amable y decenas de muchachos del Cerrito del Carmen jugaban a ser gánsteres, sin mayores consecuencias, entró al reformatorio para varones de San José Pinula, en las afueras de Ciudad de Guatemala, un muchacho arisco que parecía estar molesto todo el tiempo con todo el mundo. Se llamaba David Ixcol.

El muchacho venía de uno de los guetos más bravos de la extensión urbana que rodea la capital guatemalteca: Ciudad del Sol, en Villa Nueva. David Ixcol pertenecía a una de las primeras clicas de la MS13 en el país, la Coronados Locos Salvatrucha. Llegaba al reformatorio justo después de haber destronado a Huevo Loco, el antiguo líder de la clica. Huevo Loco no era alguien fácil de derrotar. Era un muchacho violento y agresivo que portaba con orgullo la cicatriz de un balazo en su rostro. Y Ciudad del Sol no era lugar para débiles. Ese pacto, El Sur, que llevaba Amable en otras partes de la ciudad, ahí no tenía mucho sentido. Ahí estaba la banda de asaltantes y contrabandistas conocidos como “CDS” y otras pandillas más antiguas conocidas como Breikeros, por su afición al break dance y la cultura hip hop.

David Ixcol se presentó aquel día de 1996 como El Soldado de Coronados. A los pocos días de haber entrado al reformatorio fabricó un cuchillo, esperó que anocheciera, tomó del cuello al Strong, un pandillero de Barrio 18 que dormía en su catre, amparado por el pacto de no agresión entre pandillas, y le trazó una X en todo el pecho, tachando completamente el número 18 que llevaba tatuado.

Los demás líderes de diferentes pandillas, asustados por la ocurrencia del muchacho de Ciudad de Sol, hicieron una reunión, pues se corría el riesgo de que aquel pacto, tan bien apreciado por los pandilleros, se viniera al traste.

Soldado se defendió diciendo que, si la víctima hubiese sido un verdadero pandillero, uno de corazón, no hubiese permitido tal vejación. Y que en todo caso no estaba ahí para dar explicaciones a gente que prefiere una reunión a una pelea. Ese día, aunque nadie quiso entenderlo, el Soldado de Coronado rompió El Sur. Esta vez pudieron ignorarlo y seguir con la vida en modo fiesta pandillera, pero años después no tendrían más remedio que aceptarlo, y de una forma muy jodida.

Soldado cumplió una condena corta esa vez. Pero al año siguiente, en 1997, volvió a entrar al reformatorio. En esta ocasión no solo traía una acusación más grave, sino que venía acompañado de un puñado de los emeeses que al sol de hoy timonean la pandilla. El Brown, el Mamut, El Psico y el más joven de todos: Célbin.

Soldado y compañía pidieron ser trasladados a un reformatorio más grande, conocido como Gaviotas. Ahí estaban mezclados menores y mayores de edad y se había formado un núcleo más o menos numeroso de emeeses. El director los envió con gusto. Siempre es un alivio pasarles los problemas a otros; los envió a todos menos a Célbin.

Otros pandilleros que estuvieron ahí, pero que pidieron no ser identificados en este texto, me contaron sobre el berrinche que hizo Célbin cuando los funcionarios le dijeron que no podían enviarlo con los demás porque estaba muy pequeño, y corría un enorme riesgo de ser maltratado de todas las formas que un reo puede serlo.

Célbin se quedó solo en el reformatorio, amargado y refunfuñando. Era un muchacho de 13 o 14 años y era flaco, muy flaco. Había crecido en las calles de Ciudad del Sol y desde pequeño fue criado por la MS13. Por eso, ese día, y para términos prácticos, Célbin se quedó sin su familia.

Soldado y compañía se fueron, y en poco tiempo se volvieron líderes de todos los pandilleros de Gaviotas. Soldado se hizo un nombre, y los demás pandilleros, sin importar mucho a qué pandilla hubiesen jurado su lealtad, lo seguían. La MS13, una pandilla tan dispersa y tan poco sólida, no tardó en llamarle líder.

Célbin, el muchacho gruñón y mal encarado, se había hecho también a un pequeño reino en el sistema de reformatorios para menores. Pero, al igual que su mentor, nunca terminó de verle los beneficios a El Sur. En últimas, era una muralla que le impedía llegar hasta donde sus enemigos. Y estos eran todos aquellos pandilleros que defendieran un símbolo distinto al suyo.

El Sur era una carga para Célbin y pronto se la sacudiría, pero antes usaría ese peso a su favor.

El barrio de Caballo Loco

En 1996, no todos los pandilleros vivían la alegre fiesta de El Sur. No todos vivían en la tierra de nunca jamás.

Caballo Loco creció en uno de los lugares más inhóspitos de Ciudad de Guatemala. Acá todos viven de lo que otros tiran. En términos menos amables, viven de la basura. La seleccionan, la apilan, la acumulan y la venden. A veces, incluso, la usan y la comen.

Caballo Loco, quien apenas tenías 12 años, formó una pequeña banda junto a su amigo Julián. Ninguno de los dos estudiaba y su trabajo, si se le puede llamar de esa forma, consistía en buscar cosas de valor entre la basura. Robaban si podían y peleaban, si es que alguien quería pelear con ellos. Con el tiempo, reclutaron a otros dos y ya podían hacer fechorías más complejas, como robarse la basura de otros o apedrear alguna farola. Hasta que llegó al barrio la MS13.

Venía en forma de un salvadoreño que había sido deportado de Estados Unidos: Skiny, de la clica de Normandie. Él les habló de la maravilla de la su pandilla, los embrujó con la posibilidad de comenzar a existir. La posibilidad de dejar de ser esos despojos humanos, dejar esa media vida que vivían, y comenzar realmente a existir. Pero para esto había que nacer. Nadie existe sin un nacimiento. Así que les dijo que se iniciaran como miembros de la pandilla. Ese pandillero salvadoreño les dijo que él tenía el poder de darles el aval para iniciarse. Luego se fue y no volvieron a verlo. El problema es que no les dijo cómo se inicia un pandillero.

Tenían algunas nociones, y Skiny había contado muchas historias sobre su propia iniciación. El resto tuvieron que dejarlo a la imaginación.

Así fue que, un día de junio de 1996, en la madrugada, los cuatro muchachos de la comunidad basurero hicieron una rueda y se lanzaron todos contra todos. El último que quedara de pie sería el líder. Perro Loco fue el penúltimo en caer, y su amigo Julián lo venció al final. Luego todos escogieron sus nombres y nacieron.

Así surgió esa clica. Y como todos eran unos niños, la bautizaron Tinys Locos Salvatrucha, de la Mara Salvatrucha 13. Las pandillas toman tu debilidad y la vuelven tu fortaleza, o al menos, le ponen un nombre genial.

Surge un líder

Las pandillas, en sus ritos de paso, para nombrar a los neófitos y ayudarles a empezar así su nueva vida como pandilleros, suelen tomar aquello que solía avergonzarlos y volverlo algo cool. Si eres desproporcionado de rostro, serás El Engendro; sí eres muy tímido y casi no hablas, serás El Serio; si tuviste problemas de crecimiento, serás El Chuky.

Célbin, aquel niño que lloró al ser separado de Soldado de Coronado y los demás pandilleros de Ciudad del Sol, creció en la calle, así que su nombre se convirtió en El Vago, de la clica de Coronados Locos Salvatrucha. Como dije antes: las pandillas toman tu debilidad y la vuelven tu fortaleza, o al menos, le ponen un nombre genial.

Soldado de Coronado, el pandillero arisco que trazó una cruz con su cuchillo en el tatuaje de un joven dieciochero en el reformatorio, se retiró de la pandilla a finales de los noventa. Fue un líder efímero, una llamarada violenta, pero corta. En cambio, El Vago no. Se volvió un líder no solo para emeeses, sino para todos los pandilleros presos en el Centro de Detención de Pavoncito, una cárcel al sur de Ciudad de Guatemala. Él organizó las reuniones secretas por las noches, y coordinó con pandilleros en las calles para lograr introducir un pequeño arsenal.

El Vago organizó un levantamiento carcelario el 23 de diciembre de 2002. Junto a un ejército de pandilleros, se lanzó contra los amos de Pavoncito, que, en su mayoría, eran criminales de larga trayectoria, con algún vínculo con las élites militares de Guatemala y con acceso a armas de fuego dentro del penal.

Desde los primeros días de los noventa hasta ese diciembre de 2002, los pandilleros habían sido los parias y los plebeyos del sistema carcelario. Una década de soportar violaciones, torturas, golpizas y robos son suficiente motor para organizar una rebelión. Una década en los penales guatemaltecos crio varias venganzas.

Hasta en la sociedad de los bandidos hay castas, y los pandilleros pertenecían a una especie de lumpen criminal. Estaban fuera de la ley y cometían delitos, pero esos delitos no generaban ganancias, no los hacían hombres más ricos o más poderosos. Únicamente les hacían crecer en su propio microsistema. Además, eran conflictivos, bulliciosos y rebeldes. Con esa lógica de fondo, los pandilleros padecieron indecibles vejaciones bajo el yugo de esos capos carcelarios antes de la rebelión del 2002.

Un funcionario inspecciona una celda, en una de cuyas paredes se ven inscritas las palabras “El Sur”, después de la masacre en la prisión de Pavoncito, en 2005. Fuente: Archivo de Juan José Martínez d’Aubuisson

La rebelión de ese diciembre de 2002 duró 24 horas. Catorce cuerpos de los capos y sus secuaces quedaron destrozados por las balas o los machetes de los pandilleros. El Vago, además de liderar aquel levantamiento, cortó con un machete la cabeza de Julio César Beteta, el capo más importante de la cárcel de Pavoncito y primo de un reconocido militar. La tomó por el cabello y la exhibió frente a las cámaras de decenas de periodistas que se habían apostado afuera del recinto. Una de las personas que estuvo ahí, y que pidió no ser identificada, cuenta que El Vago pasó al menos una hora con la cabeza en sus manos.

Desde ese momento, El Vago se cambió su nombre; decidió morir como El Vago y nacer como Diabólico. Para ese entonces, era un líder respetado dentro de la MS13, pero a partir de ese día de diciembre de 2002, hasta el momento en que se escribe este texto, ha sido quien timonea ese barco.

Adiós a El Sur

El 15 de agosto de 2005, la MS13 rompió El Sur. Sucedió en el penal de Escuintla, a 63 kilómetros de Ciudad de Guatemala, donde decenas de emeeses atacaron a balazos y machete a los dieciocheros.

Los atacaron por sorpresa, a traición. El ejército de pandilleros, de diferente denominación que se unificó para terminar con el imperio de los capos tres años atrás, fue disuelto a balazos por la Mara Salvatrucha 13.

Como era de esperarse, el ataque fue organizado y dirigido por Diabólico.

Al motín de Escuintla le siguieron tres más en otros penales. Los reformatorios para menores también vieron correr sangre; en su mayoría, sangre dieciochera. El virus de la guerra se metió en las pandillas de Guatemala desde aquel día noventero en que un muchacho de Ciudad del Sol cruzó, con su cuchillo hechizo, el pecho tatuado de un muchacho dieciochero. Esa vez los pandilleros sureños decidieron ignorarlo y seguir con su juego serio, con la fiesta pandillera, con el código de honor callejero. Esta vez no pudieron.

El Sur estaba muerto y con él toda una forma de vivir el barrio bajo.

Diabólico (izquierda) con otros pandilleros de la MS13, 1995. Foto: Archivo de Juan Martínez d’Aubuisson

Después de muerto El Sur, la MS13, bajo el mando de Diabólico de Coronados, optó por reducirse. O, en todo caso, por no crecer más. La pandilla cerró sus filas. Dejó de incorporar a más muchachos a sus líneas y dejó ir a quien quisiera. Entre estos desertores estaba Amable.

Se retiró de la pandilla cuando esta dejó de ser divertida. En una de las ocasiones en que estuvo preso, la gente de Diabólico le organizó un juicio. Entre otras cosas, le recriminaron haber tenido una buena relación con algunos líderes dieciocheros en el pasado. Amable se defendió diciendo que en esos años la norma era El Sur, y que él siempre había sido un fiel observador de las reglas sureñas. Lo trataron de cobarde y lo amenazaron con matarlo. Hasta ahí llegó la pandilla para Amable. Como dijimos antes, para este pandillero la MS13 tenía que ver más con fiestas que con funerales. Sobre todo, si el funeral que se avecinaba era el suyo.

E: ¿Extrañas a tu pandilla?

A: La neta, sí. La pandilla que yo conocí sí. Eran buenos tiempos, la verdad. Ahora ya se jodió todo. Todo es dinero. Ya no es como antes. Ya no hay hermandad entre gánsteres.

E: Si pudieras volver a esos tiempos, ¿lo harías?

A: Sí. La verdad sí. Pero ahora a la pandilla ya se le metió el virus de la economía.

Dice Amable, muy serio, mientras está de pie frente al edificio viejo que fue guarida de los primeros emeeses de la ciudad. La casa es ahora una cuartería o mesón. Y siguiendo la mirada de Amable, me topo con un símbolo viejo, casi borrado por obra de las tormentas, la pintura y todas esas cosas que trae consigo el tiempo. Es el símbolo del yin yang.

La era de las pandillas fiesteras pasó, se terminó ese agosto de 2005. Fue una forma de vida que funcionó para muchos niños y adolescentes guatemaltecos que quedaron sobrando del conflicto armado, que llegaron a Ciudad de Guatemala huyendo de la guerra y la pobreza y se vieron de pronto perdidos en un lugar extraño, muchos de ellos sin familia. Esa era, cuando las pandillas eran un refugio violento para los desechos sociales, duró menos de diez años. Luego llegó el dinero.

Los tiempos de Amable se fueron borrando, como un tatuaje viejo, como un grafiti en la lluvia.

Una banda de profesionales

“La MS13 es una estructura mucho más pequeña que Barrio 18. Pero mucho más organizada. Ellos son más astutos. Ellos tratan ya de no aparecer flojos, de no parecer pandilleros. Ellos tienen gente estudiando leyes, administración de empresas. Son una mafia”, asegura un expolicía, que pasó la última media década persiguiendo, o tratando de hacerlo, a la MS13. 

Habla de esta pandilla, a la que acosó como un sabueso, con cierta admiración en una tarde de mayo de 2021.

“Ellos no son como la 18, ellos tienen un consejo de nueve personas. Todos están presos. Y dividen su territorio en tres sectores: trébol, zona 1 y zona de villas. En cada sector hay hasta ocho clicas; todas le reportan a un encargado de zona, y este les reporta a los nueve que están en prisión. El líder de esos nueve es un pandillero de Ciudad del Sol, Jorge Yahír de León Hernández. Él es el líder desde hace más de una década”.

Jorge Yahír es el verdadero nombre de Célbin, que luego fue El Vago y luego se convirtió en Diabólico. El hombre que cambió el rumbo de las pandillas guatemaltecas.

El expolicía cuenta que durante varios años la MS13 fue una especie de enigma para las autoridades. Cuando creían haber encontrado un hilo de investigación, el fiscal del caso era asesinado, o cuando creían haber conseguido un testigo dentro de la estructura, este desaparecía sin dejar rastro. Pasaban meses sin saber de ellos y sin tener capturas y, de pronto, de forma repentina, la pandilla volvía a hacer su epifanía en la ciudad.

“En mi opinión, la forma de extorsionar de ellos es diferente a la de la 18, mucho más parecida a las mafias. Aquellos [los dieciocheros] solo van y te piden el dinero y dicen que, si no pagas, te matan. Estos [los emeeses] venden algo así como protección. Vaya, un ejemplo de eso me tocó investigarlo a mí. El caso de los chicleros [vendedores de gomas de mascar] de la ruta a Chimaltenango”, dice el expolicía.

En julio de 2017, los transportistas de una de las rutas que van desde el centro de la ciudad hasta Chimaltenango, una ciudad a 50 kilómetros de la capital guatemalteca, se quejaron con la MS13. Dijeron que ellos pagaban a tiempo la cuantiosa extorsión que la pandilla exigía. Pero la ruta seguía siendo objetivo de otros bandidos, de malhechores de poca monta que, con el pretexto de vender golosinas o cigarros, se subían a los buses y asaltaban a los pasajeros. Esto ponía en entredicho el poder de la MS13 y, sobre todo, la capacidad de control que tenían sobre la ruta. Si no podían controlar a unos simples muchachos ladrones de monedas, ¿qué sentido tenía seguirles pagando?

Al menos 13 de esos muchachos murieron entre julio y agosto de 2017. En este caso, la técnica de raptarlos y enterrarlos en un monte lejano no aplicaba. En este caso se trataba de una demostración de poder de la MS13. Entonces, cuatro de esos muchachos fueron acribillados en una gasolinera el 28 de julio de ese año, y ocho más fueron acribillados el siguiente día en otro tramo de la avenida Roosevelt. El 31 de julio, otros dos más fueron asesinados en una cevichería de la localidad de El Tejar, siempre dentro del trayecto de la ruta de buses en cuestión. Esto me lo contó el expolicía y lo confirman los documentos del Ministerio Público a los que tuvimos acceso.

La ruta es larga, y los muertos quedaron como reguero de migas de pan que llevaban hasta la MS13. El expolicía lo vio claro; trató de convencer a sus jefes de que esto era un solo caso y no una serie de ellos, pero fue en vano. La MS13 se salió con la suya. Los casos no pudieron ser relacionados. Luego de esta demostración, la pandilla volvió a sumirse en las sombras.

“Los emeeses siguen teniendo extorsiones. Pero han mutado. Por ejemplo, ahora tienen negocios. Muchos de los tuc tuc [mototaxis] son de ellos, es su negocio; varias ventas de carros usados en zona 13 son de ellos; varios puntos fuertes de venta de drogas son también de ellos, pero la apuesta es pasar desapercibidos”, dice el expolicía que solía perseguirlos.

Dice que pueden pasar desapercibidos, en buena medida, porque son pocos. “Cada clica tiene entre cuatro y ocho miembros, como mucho. No más. Ellos ya quedaron los que son. No aceptan más”.

Según esta fuente, y según 35 personas entrevistadas en cinco grupos focales de la capital guatemalteca, la MS13 ha diversificado sus formas de obtener ingresos. Pasaron de depender de la extorsión como única fuente de ingresos, a montar sus propios negocios. Sin embargo, la extorsión sigue siendo la principal fuente de ingresos de la pandilla. Pero ya no es la única.

Según datos del Ministerio Público, la extorsión es un delito que ha venido incrementando sin parar en Guatemala. De 738 denuncias por extorsión en 2004, ya con la MS13 bajo control de Diabólico, se saltó a 9.430 en 2010, hasta llegar a 15.495 en 2019. El 2020 registró un descenso significativo, con 13.116 denuncias reportadas. Sin embargo, para fines de estadísticas comparativas, el 2020 no es el mejor año para usar, debido a la existencia de otras variables como la crisis ocasionada por la pandemia de COVID-19.

En los primeros cinco meses de 2021, las extorsiones parecen haberse recompuesto, y se reportó un incremento del 11 por ciento en las denuncias de extorsión con respecto al 2020. Pero los datos se quedan cortos; según varias fuentes dentro del Ministerio Público y la policía, la mayor parte de extorsiones no son denunciadas.

Las autoridades insisten en que un alto porcentaje de las extorsiones son hechas por “imitadores”, gente que no pertenece realmente a pandillas de origen californiano. Se me vienen a la mente los muchachos que me mostró Caballo Loco en el basurero.

Pregunté a algunas fuentes dentro del Ministerio Público sobre los parámetros para determinar si alguien es pandillero o imitador. Me dijeron que en el caso de la MS13 está bien claro. Si están bajo el comando de Diabólico es emeese; si no, son imitadores.

La estrategia de las zarigüeyas

El 15 de agosto de 2017 se conmemoraba el doceavo aniversario de la masacre que acabó con El Sur. Tanto la MS13 como Barrio 18 suelen conmemorar esa fecha a la usanza de los bandidos: con tiros.

El expolicía lo sabía y levantó las alertas entre su gente, pero llegó el 15 de agosto y no pasó nada.

Resulta que una diligencia burocrática se retrasó un día y la camioneta que llevaría al reo Anderson Cabrera Cifuentes de la cárcel del Boquerón, en el sur de Guatemala, hacia el hospital Roosevelt, en la ciudad capital, no lo hizo el 15 sino el 16 de agosto. Cabrera Cifuentes era miembro de la clica Vatos Locos de la MS13 y purgaba una condena de más de 100 años por diversos asesinatos y extorsiones. Entre ellos el asesinato, en 2010, de un investigador policial, y el de cinco comerciantes de la zona 4 de la capital que se negaron a pagar extorsiones, según fuentes del Ministerio Público.

Ese día, un comando de la MS13 atacó el hospital Roosevelt. Asesinaron a dos guardias penitenciarios que acompañaban a Cabrera Cifuentes; asesinaron a otros dos guardias de seguridad del hospital, a dos niños menores de 15 años y un adulto. Luego se llevaron consigo a Cabrera Cifuentes.

Y la MS13 volvió a desaparecer.

Esa fue la penúltima gran aparición de la MS13 en Guatemala. La última vez que robó titulares y fue la comidilla de los noticieros. La penúltima vez que altas autoridades hablaron de ellos en códigos de “enemigo número uno”. La última vez que estuvieron en foco fue únicamente para reportar la muerte de Cabrera Cifuentes el 4 de octubre de 2018, quien decidió meterse un tiro en la cabeza antes que regresar al penal.

Desde esa vez ya no han sido protagonistas en la narrativa violenta de Guatemala. Sus siguientes apariciones han sido en códigos muy diferentes.

El 22 de diciembre de 2019, Diabólico y su pandilla salieron nuevamente de las sombras. Esa vez él no cargaba la cabeza de ningún capo carcelario, ni se les acusaban de ningún audaz y sangriento rescate. En esa ocasión, Diabólico recibió a un equipo de prensa española en el penal Fraijanes II, en las afueras de la capital guatemalteca. Esa vez se ufanaba de coordinar una clínica dental y una microempresa de serigrafía.

Después de la entrevista con el medio español El País, hasta estos penales han llegado otros medios. En su mayoría, llegaron hasta ahí a petición de Diabólico. En estas entrevistas, el líder pandillero, menos hábil para las palabras que para el machete, intenta organizar un discurso suave, en donde presenta, o intenta presentar a la MS13 como una estructura que lucha por terminar con la extorsión, como quien lucha por dejar un vicio.

En 2021, las autoridades decidieron trasladar desde el penal de máxima seguridad Fraijanes II a los 194 miembros de la MS13, entre los cuales se encontraban Diabólico y otros dirigentes, hacia un penal con medidas menos restrictivas: Pavoncito, el penal donde comenzó todo, donde hace 19 años los “cholos” se levantaron contra las élites de la mafia guatemalteca y los pasaron por machete. Cuando aún El Sur vivía.

En sus interacciones con periodistas, Diabólico no deja de insistir en que la MS13 no tiene intención de pelear. Es muy reiterativo en decir que no quiere verse como los emeeses de El Salvador o de Honduras: encerrados en celdas minúsculas y hacinadas, siendo asesinados por policías y militares. Insiste en que ya no son una amenaza, y que si el gobierno les da la oportunidad, ellos dejarían de extorsionar y de delinquir completamente, volviéndose entonces una pandilla conformada por pandilleros que trabajan.

En esta ocasión, y a diferencia de los otros periodistas convocados por Diabólico, no hablé con él en persona. El día de la cita, en el penal de Pavoncito, en mayo de 2021, en la entrada del penal, sus homies me dijeron que Diabólico había tenido que “atender otros asuntos” y que no le sería posible recibirme, que regresara mañana. Al día siguiente, un funcionario de la cárcel me informó que las autoridades guatemaltecas habían prohibido mi entrada a cualquier recinto del sistema carcelario, y se habían girado instrucciones a los funcionarios de no hablar conmigo. Gajes del oficio.

De todas formas, hablé con Diabólico. Me comuniqué con él por otros medios. Parte del acuerdo fue no revelar cuáles. En esas conversaciones, le pregunté al líder de la MS13 si lo que estaba proponiendo era disolver la pandilla, a lo que respondió con un poco ambiguo “no”. Dijo que más bien lo que pretendía era hacer que la pandilla poco a poco deje de cometer delitos y violencia. Hizo énfasis en que en ningún momento está amenazando al país o al gobierno del presidente Giammattei. No trata de poner al gobierno entre la espada y la pared; sabe que no puede. Ya no.

Las palabras de Diabólico suenan más a una forma taimada de rendición que a una amenaza. Es normal, nadie amenaza sin saberse en el lado ganador, y los emeeses en el penal de Pavoncito son apenas 194.

“En cárceles no llegan a los 400, la mayoría con condenas largas. Y en la calle no serán más de 300”, me dice en una entrevista un exfiscal de crimen organizado.

Él cree que la MS13 ha optado por la estrategia de las zarigüeyas: caminar en silencio, en las sombras y, ante el riesgo, hacerse el muerto; y pasado el peligro, seguir viviendo. Como estrategia evolutiva, no será la más honorable o la que inspire más leyendas. Pero algo es cierto: ningún cazador considera importante tener la cabeza de una zarigüeya en su pared.

La MS13: una pandilla de todos

En una tarde de mayo de 2021, mientras caminamos por su barrio, Caballo Loco cuenta que su clica, la que fundó con sus amigos de barrio inventándose las reglas de iniciación, no creció mucho. No tuvo tiempo. A los dos años de fundada, alrededor del 1999, entraron en conflicto con una clica fuerte: los Normandie Locos Salvatrucha, una de las clicas más grandes y reconocidas de la pandilla.

Esta guerra llevó a la muerte de dos de los cuatro fundadores, y la MS13, es decir Diabólico, prohibieron que volviera a surgir una clica de la pandilla en ese lugar. Los muchachos del basurero resultaron ser muy problemáticos. La MS13 quedó vetada en ese lugar y, sin embargo, está muy presente.

La Mara Salvatrucha 13 es una marca. No es propiedad de nadie. Si bien los primeros emeeses empezaron en Los Ángeles, en California, la pandilla ha crecido, se expandió, se liberó de las ataduras de sus fundadores y corrió libre por los barrios bajos de toda una región.

Aun en Guatemala, donde desde el vendedor de dulces hasta el director de cárceles dirá que Diabólico es el jefe de la MS13, la marca tiene vida propia, y la potestad de decidir quién representará las dos letras no vive en el Pavoncito, ni en ningún lugar.

Los emeeses, al margen de las opiniones de Diabólico y los otros ocho líderes de la MS13, siguen guardando celosamente las esquinas de su colonia en el basurero. Caballo Loco me lleva hasta el fondo de la colonia, un lugar de calles estrechas y suelo de lodo. Me muestra el callejón donde inventaron su propio rito de iniciación; me muestra los lugares exactos donde cayeron muertos sus amigos y sus enemigos, y me dice que no debemos seguir caminando. En los ojos de los emeeses se adivinan ya cuchillos. No debemos forzar nuestra suerte; me dice que no debemos llegar hasta el lugar donde venden sus pequeñas bolsitas de marihuana y crack.

Esto es la MS13. Una marca, no una pandilla transnacional, como han insistido con la obcecación de los burros diferentes gobernantes, funcionarios, agentes policiales, el FBI, académicos, periodistas de Estados Unidos y Donald Trump. La MS13 está al alcance de cualquiera y esa, no otra, ha sido su fortaleza para expandirse y sobrevivir.

A los muchachos esquineros de esta comunidad, que venden bolsitas de marihuana y crack, que pintan paredes, y sus propios cuerpos, con las dos letras, poco les importa que Diabólico no los reconozca como emeeses. Ellos levantarán la garra cada vez que puedan, y una cosa sí puedo asegurar: a quien reciba una nota de extorsión, o una bala de ellos, poco le importará si la carta o el tiro tenía la bendición de Diabólico, el muchacho de Ciudad del Sol que rompió El Sur en una cárcel.

*La información detallada que se ofrece en este artículo en torno a la vida personal de los pandilleros y la historia de la MS13 proviene de múltiples entrevistas con docenas de pandilleros y ex pandilleros, funcionarios del Ministerio Público y la Policía Nacional Civil, organizaciones no gubernamentales, activistas, académicos y personas que han vivido de cerca el fenómeno pandillero.

**Este es el tercer artículo de una investigación de tres partes, “MS13 y Co.”, que examina cómo la MS13 evolucionó desde sus modestos comienzos hasta convertirse en una potencia empresarial con inversiones en numerosos negocios, tanto legales como ilegales, en todo el Triángulo Norte de Centroamérica. Este capítulo analiza un inusitado pacto de no agresión entre la MS13 y la pandilla rival Barrio 18, que finalmente derivó en más derramamiento de sangre, dado que ambiciosos miembros de la MS13 intentaron imponer su autoridad sobre la pandilla. Lea la investigación completa aquí.