Cómo una meta al parecer audaz para proteger el Amazonas es acertada en términos económicos.
Cuando Teodoro Roosevelt exploró el Amazonas hace un siglo, quedó fascinado por el majestuoso río que corría “de oeste a este, del ocaso al alba, de los Andes al Atlántico”. En el diario de viaje de 1914 del expresidente de Estados Unidos En las selvas de Brasil, se exaltó con los “frondosos árboles, la maraña de lianas, las cavernas de vegetación, donde enredaderas de gruesas hojas cubrían todo lo demás”.
Roosevelt concluyó que la Amazonía era “la última frontera” del mundo […] “y pasarán décadas antes de que desaparezca”.
Este artículo apareció originalmente en Americas Quarterly y fue publicado con permiso. Lea el artículo en inglés aquí. Lea el original aquí.
Hoy, probablemente Teddy no estaría tan confiado. Mientras lee este artículo, un área de aproximadamente un campo de fútbol es devastada minuto a minuto sólo en la Amazonía brasileña. Cerca de 20 por ciento de la Amazonía brasileña ha sido deforestada en las cuatro últimas décadas. Un 20 por ciento más padece “degradación”, que se define ampliamente como la pérdida de un bosque de la capacidad de producir madera, conservar la biodiversidad y capturar carbono, debido a la tala y a los incendios forestales.
Como sucede con cualquier ecosistema, la Amazonía tiene un límite natural que, después de cruzado, será imposible revertir. Algunos científicos temen que si la deforestación supera el 40 por ciento del territorio, la Amazonía comenzará un proceso irreversible de transformación en potreros. Las implicaciones para el calentamiento global, los patrones climáticos y la biodiversidad serían catastróficos.
Hubo una época, no hace mucho tiempo, cuando parecíamos movernos precisamente en esa dirección. Sólo en 2004, se destruyeron unos 27.000 kilómetros cuadrados (10.400 millas cuadradas) de selva —un área más grande que Bélgica— tan solo en Brasil. Ese año, a causa de esa destrucción desenfrenada, Brasil quedó entre los cinco mayores emisores mundiales de gases de invernadero, algo especialmente molesto, porque, aun cuando la deforestación de la Amazonía representaba más de la mitad de las emisiones de carbono de Brasil, la región sólo generaba 8 por ciento del producto doméstico bruto interno. Peor aún, la región tuvo algunos de los peores indicadores de Brasil en los aspectos de salud, educación y seguridad pública.
En otras palabras, estábamos perdiendo uno de nuestros mayores tesoros a cambio de nada.
Brasil, que alberga cerca del 65 por ciento de la selva amazónica, siempre ha tenido una responsabilidad especial sobre su defensa. Ese mismo año, en 2004, el gobierno del presidente Luiz Inácio Lula da Silva anunció un ambicioso plan para contener la deforestación. Dados los fracasos de las políticas anteriores, nadie preveía que eso funcionaría. Pero sorprendentemente, funcionó. En 2014, el área de la Amazonía deforestada anualmente en Brasil cayó a unos 5.000 kilómetros cuadrados (1.900 millas cuadradas), un descenso de más de 75 por ciento en comparación con 2004.
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El plan contemplaba distintos mecanismos que, tomados en conjunto, probaron su efectividad. Esto incluyó iniciativas para el monitoreo de la selva casi al instante, usando imágenes satelitales para detener a los agresores antes de que echaran abajo el bosque. Implementó sentencias efectivas para los transgresores, enviándolos a la cárcel y confiscando sus bienes asociados a los delitos ambientes. Creó una amplia red de Unidades de Conservación —un área de más de 500 mil kilómetros cuadrados, casi la extensión de Francia, en sólo tres años. La reducción de la deforestación amazónica resultante se considera la mayor conquista de la humanidad hasta la fecha en términos de reducción de emisiones de gases de invernadero; se impidió la emisión a la atmósfera del equivalente de más de 3 gigatoneladas de dióxido de carbono.
Éste es, sin duda, un logro para celebrar. Pero no es suficiente.
Aun cuando la deforestación haya bajado en más de 75 por ciento, el ritmo de pérdida de árboles en la Amazonía aún se considera, junto al de Indonesia, el más acelerado del mundo. Eso significa que tan sólo se aplazó el riesgo de una catástrofe ambiental y económica en lugar de evitarla por completo. Así que, en lugar de conformarse con el estado de las cosas, es hora de perseguir una meta más audaz y necesaria: deforestación cero en la Amazonía. Algunos consideran esta meta radical, o incluso utópica. La verdad, sin embargo, es que una meta de deforestación cero no sólo es posible, sino deseable. Sería benéfica para el medio ambiente, sí, pero ése es apenas uno de los motivos para hacerlo. La deforestación cero también traería beneficios enormes para la economía de la Amazonía y su pueblo. He aquí cuatro razones que explican por qué:
1. Ya hemos arrasado toda la tierra que necesitamos.
Brasil ha talado, en los últimos cuarenta años, un área de selva mayor que California y Arizona juntas. Y aun así casi dos tercios del área deforestada está subutilizada, y más de 10 millones de hectáreas están simplemente abandonadas (un área equivalente a la extensión de Virginia).
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Es cierto que la tierra que ha sido deforestada es más de la necesaria para sostener nuevas granjas, represas, proyectos mineros y ciudades en las próximas décadas. Sería completamente posible elevar la producción económica de la Amazonía, y dar trabajo y salud a sus casi 33 millones de habitantes, sin deforestar nuevas áreas. Alcanzar esa meta depende principalmente del desarrollo y la implementación de tecnologías y técnicas, muchas de las cuales ya existen, para hacer mejor uso de la tierra ya deforestada.
Existen señales promisorias de que eso es posible. En el estado oriental de Pará, los criadores de ganado han aumentado su productividad cinco veces más que sus homólogos, produciendo 500 kilogramos de carne por hectárea al año, en comparación con un promedio de tan solo 100 kilogramos en el resto de la Amazonía, gracias al mejoramiento del pastoreo y a la adopción de prácticas para el mejoramiento del bienestar animal (plantación de árboles en puntos estratégicos para dar sombra, suministro de agua dulce, etc.) Los productores de soja en el Mato Grosso están aumentando la producción sin promover la deforestación, gracias a las mejoras en productividad. Además, nuevas técnicas permiten que la madera y otros productos forestales no madereros, como el açai, sean cosechados sin talar el bosque.
2. El crecimiento económico no demanda la deforestación
En 1970, cuando el ritmo de deforestación en la Amazonía comenzó a acelerarse seriamente, la región generaba poco menos del 8 por ciento del producto interno bruto, PIB, de Brasil. Hoy, 45 años después, después de toda la selva talada, después de todas las fincas ganaderas y de los proyectos mineros y las nuevas ciudades, la región de la Amazonía aporta el mismo 8 por ciento al PIB de Brasil.
En otras palabras, el tipo de desarrollo ocurrido no hizo nada para mejorar la situación económica de los habitantes de la Amazonía en comparación con el resto de Brasil. La gente hizo sacrificios enormes en su calidad de vida, al ver reemplazar su prístino hábitat selvático por ciudades contaminadas, pero los beneficios de tal crecimiento sólo beneficiaron a un reducido número de personas y empresas. La Amazonía aún tiene unos de los peores indicadores sociales y de salud de Brasil. Es hora de buscar un modelo de crecimiento económico más inteligente que no dependa de la tala de la selva.
3. El valor económico de la selva es grande… y va en aumento.
Nuestra comprensión del valor económico intrínseco de la selva ha aumentado. Tiene un valor estratégico enorme en la actualidad y será aún mayor en el futuro.
Para citar unos pocos ejemplos: La Amazonía es el estuario de mayor tamaño y diversidad en el mundo. Rico en recursos pesqueros, y alberga cerca de 700 mil millones de árboles. La Amazonía también desempeña un papel fundamental en la regulación del clima en la región y en el mundo. De hecho, la Amazonía es el “proveedor” de lluvias para el centro-sur de Brasil, por lo cual genera humedad, que luego es llevada al sureste por los llamados “ríos voladores”. Algunos científicos creen que la grave sequía reciente en São Paulo y otras grandes ciudades (de Brasil) pudo deberse a la deforestación de la Amazonía. El costo económico del racionamiento de agua en ese estado, que dio lugar a la pérdida de producción y negocios, es mucho mayor que todo lo obtenido con la devastación de la selva.
Analizándolo globalmente, algunos estiman que la región amazónica tiene casi el 25 por ciento de las reservas de carbono superior al suelo de los bosques del mundo. Si ese carbono se liberara a la atmósfera, podría hacer aún más catastrófico el calentamiento global, con consecuencias económicas y sociales devastadoras para la humanidad.
4. Los consumidores del mundo no apoyarán una mayor deforestación.
Hay una enorme presión de los mercados para que se eliminen los productos que provienen de áreas deforestadas. Es importante señalar una iniciativa del Foro de Bienes de Consumo (Consumer Goods Forum), alianza de algunas de las empresas más grandes del mundo, que adoptó la meta de la deforestación cero para 2020. Es decir, a partir de esa fecha, dejará de comprar cualquier tipo de carne, soja, aceite de palma, madera o papel provenientes de áreas recién deforestadas. Esta presión del mercado ha permitido mostrar a los productores que hacen uso intensivo de la tierra en las zonas rurales de la Amazonía la necesidad de acabar con la deforestación para alcanzar la competitividad y el éxito en sus negocios.
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El ingrediente final para hacer viable la deforestación cero es incentivar al gobierno de Brasil, y los otros gobiernos con territorio en la Amazonía a asumir compromisos audaces en lugar de conformarse con la situación actual. Existen algunas ventanas de oportunidad en este frente. La conferencia global sobre el clima, que se realizará en París a finales de 2015, es la más importante. Otro camino sería apoyar iniciativas en el ámbito estatal. Por ejemplo, el estado brasileño de Pará, cuya área es mayor que la de Francia y España juntas, ya ha anunciado una meta de deforestación cero para 2020. Esto muestra que ya hay liderazgo político y visión sobre este aspecto; sólo tiene que difundirse a los ámbitos nacional e internacional.
La Amazonía siempre ha sido un lugar para los aventureros. Eso fue cierto hace un siglo, cuando exploradores como Teodoro Roosevelt abrieron sus caminos, y sigue siendo verdad hoy para los líderes que estén dispuestos a preservar el maravilloso patrimonio de la Amazonía para las generaciones futuras. Lo que necesitamos son ideas audaces y personas audaces que ayuden a implementarlas. Demos el próximo paso, y reduzcamos la deforestación a cero.
*Este artículo apareció originalmente en Americas Quarterly y fue publicado con permiso. Lea el artículo en inglés aquí. Lea el original aquí.