Deborah Bonello, investigadora sénior de InSight Crime, reflexiona sobre la nueva serie de televisión “El Chapo”, a partir de su experiencia periodística sobre el capo de la droga, la violencia relacionada con las drogas y otros problemas de seguridad en México. Advertencia: Este artículo contiene detalles sobre la trama de la serie.

En la mañana del 12 de julio de 2015 surgió la noticia de que Joaquín Archivaldo Guzmán Loera, alias “El Chapo”, había escapado de una prisión de máxima seguridad. Y lo hacía una vez más. La noticia de que el preso más buscado del país había escapado por segunda vez produjo una sonrisa burlona en mi cara y en la de millones de mexicanos. Incluso después de una década de haber estado informando sobre la guerra de México contra las drogas, mi incredulidad se transformó en credulidad, que a su vez se convirtió en una divertida perplejidad.

Había que entender que se trataba del narcotraficante más famoso del mundo después de Pablo Escobar: tenía el mismo estilo y las mismas agallas. Guzmán escapó a través de un túnel de más de un kilómetro y medio de longitud, con iluminación y ventilación, a bordo de una motocicleta que se desplazaba por rieles. Salió por una pequeña abertura cuadrada en el piso de una casa en construcción, desde donde se podía ver la prisión de Altiplano de la que escapó.

Las posteriores revelaciones relacionadas con la revista Rolling Stone, Sean Penn y la actriz mexicana Kate del Castillo (que quizá ayudaron a la recaptura del capo y de las cuales Steve Dudley, codirector de InSight Crime, hace un recuento que se puede leer aquí) le dieron un tinte aún más hollywoodense a la fuga de Guzmán. La leyenda de El Chapo crecía cada vez más.

Recuerdo que las comitivas de prensa extranjera, incluso veteranos reporteros que habían estado aquí por décadas, en ese momento repetían: “¡Sería imposible representar esto!”

Pero quizá sí se puede.

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Marco de la O representando al capo de la droga Joaquín Archivaldo Guzmán Loera en la serie “El Chapo” de Univisión/Netflix. Foto: Netflix

La primera temporada de “El Chapo”, producida por Univisión y distribuida por Netflix —el más reciente intento de los medios de comunicación por retratar la vida y obras de Guzmán— se distancia de algunas de las cosas que se saben sobre el culiacanense, lo que parece innecesario dada su larga lista de fugas. Según la leyenda, la primera vez que se fugó, salió de la prisión en un cesto de la lavandería.

Y hay más distanciamientos frente a la realidad. En el primer episodio se muestra que Guzmán —quien para entonces era un humilde peón descontento con su jefe— va directamente donde el legendario capo de la cocaína en Colombia, Pablo Escobar. Y lo visita en su propia casa. Trae consigo la promesa de entregar un cargamento de cocaína a Estados Unidos en tan solo 48 horas. Luego se presenta una bastante previsible carrera contra el tiempo, tras la cual el futuro capo cumple su audaz promesa.

Pero la idea de que Guzmán, que por entonces era un completo desconocido, se habría reunido con el rey de los capos, incluso contra la voluntad de su propio jefe, es totalmente ilógica.

“En toda estructura criminal, llámense pandillas, carteles o clanes italianos, hay reglas y existe el sentido común. Si no se tiene una reputación, una reputación creíble, no se puede lograr algo así”, afirma David Martínez-Amador, profesor universitario especializado en el crimen organizado transnacional y conocedor de los temas del narcotráfico.

“Es posible que El Chapo fuera creativo, innovador, etcétera… Pero si esto sucede en la vida real, lo hubieran matado”, dijo.

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Que el capo de la droga colombiano haya estado de acuerdo con la propuesta de Guzmán también va en contra de la lógica del crimen organizado.

Representar a las autoridades penitenciarias como incorruptibles durante la primera estancia de El Chapo tras las rejas es otro de los elementos más inverosímiles en la interpretación de Netflix sobre la vida del capo de la droga. La corrupción en todo el sistema de Justicia fue y sigue siendo endémica en México, y permitió las dos grandes fugas de Guzmán.

Pero, como dicen en la industria del cine, no permitamos que los hechos se interpongan en una buena historia. Los creadores de “El Chapo” y de miles de películas, libros y series de televisión basadas en los narcotraficantes no lo han permitido. ¿Por qué? Porque el tema del narcotráfico, el crimen y todo lo que lo rodea es atractivo. La fascinación que causan es polémica, pero lo cierto es que estos temas han servido como inspiración para una serie de versiones ficcionalizadas de historias de criminales de la vida real. Y la más reciente serie de Netflix es un buen ejemplo de ello.

Aunque comienza de manera lenta, resulta entretenida, y hacia el final del episodio tres yo ya estaba enganchada. El macabro asesinato de la mano derecha de la familia de Guzmán, Héctor Palma Salazar, alias “El Güero”, representado por Juan Pablo Acosta, fue un buen giro argumental. (A continuación se cuenta lo que sucede. Avance dos párrafos si no quiere estropearse la sorpresa antes de ver la serie.)

Los hermanos Avadaño —referencia a los hermanos Arellano Félix, quienes conformaron la base del que llegaría a ser el Cartel de Tijuana— son traficantes rivales de Guzmán dispuestos a poner en su lugar al ambicioso principiante y a sus socios. Un emisario suyo convence a la mujer de El Güero para que abandone a su esposo y escape a Venezuela junto con los dos hijos que ella tiene con Salazar.

Su “amante” la asesina en un hotel de Caracas y luego conduce hasta un puente a media noche, saca a sus hijos del asiento trasero del coche, donde duermen arropados con sábanas, y los arroja a un oscuro y caudaloso río. Los hermanos Avadaño envían la cabeza de la esposa de El Güero a casa en una heladera. La guerra ha comenzado.

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Que esta escena haya atrapado mi interés no me enorgullece, pero da cuenta del tipo de horrores que ya no se le hacen extraños a uno después de hacer cubrimiento periodístico sobre la violencia entre organizaciones narcotraficantes rivales en el México contemporáneo. Como reportera que a diario observo imágenes y videos hiperviolentos de la vida real, consideré que estaba trágicamente endurecida frente al impacto que suele causar este tipo de asesinatos. Sin embargo, la secuencia de acontecimientos ficticios era sorprendente (en realidad, no me había llegado a imaginar que el amante de la esposa planeaba engañarla) y absolutamente aterradora.

Aunque la violencia es permanente durante todo el resto de la serie, no ocurre nada tan brutal. En general, la cantidad de muertos permanece en los bajos niveles que hubo antes del inicio de la guerra contra las drogas en el México moderno, a partir de la cual se dio el inicio no sólo a un mayor número de homicidios, sino además a nuevos niveles de barbarie. En comparación con la realidad actual, la violencia durante esa época de la carrera de El Chapo (finales de los ochenta y comienzos de los noventa) era relativamente baja; de eso da cuenta este relato ficticio.

Pero las licencias creativas son más evidentes en el casting (Marco de la O representa a un Guzmán con más encanto y atractivo que el que parece tener en los recientes videos del líder del Cartel de Sinaloa en la vida real). La primera parte de la serie sólo llega hasta la captura de Guzmán en Guatemala en 1993, una acción que los creadores atribuyen directamente al entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, y que como parte de la trama quizá resultará polémica para los historiadores.

“En lo político, la directa implicación de la administración de Salinas de Gortari [por la captura de El Chapo] es una gran apuesta de los creadores de la serie. Pero, finalmente, no se trata de la vida real”, dice Martínez-Amador.

Lo que sí parece fiel a la realidad son los recuerdos de la infancia de Guzmán mientras se encuentra solo en cautiverio al final de la primera temporada de la serie. El respeto y el estatus social que han logrado los narcotraficantes, especialmente en las comunidades rurales, se representa de manera bastante real, así como las raíces humildes de Guzmán. En Sinaloa, actualmente Guzmán es tan respetado y admirado por los habitantes del lugar, como maldecido por las autoridades.

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Por otro lado, a lo largo de la serie a Guzmán le falta el fuerte acento de los habitantes del norte de México. Sus familiares son representados como personas de piel morena, cuando en realidad los “culichis” (término mexicano para referirse a las personas de Culiacán y Sinaloa) son generalmente de piel mucho más clara que el estereotipo que tienen los espectadores estadounidenses.

Sin embargo, a Martínez-Amador le parece que la representación de la guerra entre los Avadaño y Guzmán es bastante realista.

“[Me gustó] la representación de la guerra entre los Arrellano [Avadaño] y El Chapo. Esta es una de las primeras guerras y una de las más grandes. Y duró décadas”, le dijo a InSight Crime.

La secuencia en la que se trafica cocaína en la frontera entre México y Estados Unidos (territorio de los Avadaño) en latas de chiles verdes también sucedió en la vida real.

“Me gustó porque, al hacer comparaciones entre las organizaciones criminales, cuando se lee acerca de las italianas todo el mundo dice: ‘qué tan listos [fueron] esos italianos, traficando drogas por toda la ciudad de Nueva York en latas de salsa tomate’. Pues los de Sinaloa también lo hicieron. Pero el público estadounidense nunca va a reconocer que los mexicanos eran tan inteligentes como los sicilianos”, dijo Martínez-Amador, quien es originario de Sinaloa.

Al final de la primera parte, Guzmán se encuentra solo en su celda, después de que las autoridades de la prisión descubrieron que estaba planeando una fuga con su abogado. De manera desafiante,  grita las palabras de “El Rey”, la ranchera de José Alfredo Jiménez.

“Con dinero y sin dinero / yo hago siempre lo que quiero / y mi palabra es la ley.”

Al final, me gustó el Guzmán que representó De la O, aunque sé que no es la más acertada.