Los residentes de Buenaventura se han vuelto prisioneros de guerra en la lucha por el principal puerto de cocaína de Colombia. Ellos están confinados dentro de fronteras invisibles, silenciados por atrocidades macabras, y viven a merced de jóvenes alienados que son armados y protegidos por caudillos del narcotráfico.

El miedo y la desesperación invaden las comunidades deterioradas que conforman la primera línea en la batalla por Buenaventura. La vida se ha convertido en una letanía de horrores en la que se han vuelto habituales las fosas comunes, los cuerpos desmembrados, la tortura y el abuso sexual.

Los barrios de la ciudad han sido divididos en territorios manejados, ya sea por una organización criminal conocida como “La Empresa”, o por los invasores narcoparamilitares del norte, los Urabeños.

“No hay libertad”, dijo un líder del consejo comunitario de uno de los barrios afectados, quien no quiso ser identificado por temor a represalias. “Estamos encerrados -secuestrados en nuestros propios vecindarios”.

Aquellos que cruzan las fronteras de un área a otra con frecuencia nunca vuelven a ser vistos, tengan o no alguna conexión con los grupos armados. Muchos simplemente desaparecen, arrojados a las fosas comunes, que según los residentes están repartidas en la ciudad, o son arrastrados por la marea. Aquellos que son hallados a menudo son encontrados en pedazos, con ambos bandos empleando el desmembramiento como una escalofriante táctica de intimidación.

Los enfrentamientos entre los grupos son constantes, dicen los residentes.

“No pasa un día en Buenaventura en el que no se oigan disparos de ametralladora”, dijo un líder de una organización afrocolombiana, quien tampoco quiso ser identificado por razones de seguridad. “En la noche la gente come con plomo, y la mañana se despierta con plomo”.

Mientras que muchos de los narcotraficantes que dirigen esta guerra son de afuera de la región, es la juventud de los barrios de la ciudad la que sirve como combatientes principales. Son reclutados con la oferta de un arma, prestigio y un salario.

“Al principio era puramente gente de fuera [de la ciudad], quienes comenzaron a desmembrar gente y a reclutar jóvenes -lo cual era fácil porque los jóvenes no tienen trabajo”, dijo el líder afrocolombiano. “Ahora, los actores armados, los que están cometiendo este tipo de violencia, son nuestra propia gente, nuestros vecinos”.

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La violencia se ha concentrado en puntos estratégicos, que son el hogar de la población más vulnerable de la ciudad -barrios costeros con chozas de madera toscamente construidas sobre pilotes que se hunden en el mar durante la marea alta. Las ubicaciones de los barrios ofrecen a los grupos armados acceso al mar y vías navegables desde donde salen las drogas, y donde las armas y los hombres pueden entrar.

Estos barrios pobres también tienen una presencia mínima del Estado y una población que vive en la extrema pobreza, sin educación, empleo o servicios públicos básicos. Estas condiciones no sólo han conducido a hombres jóvenes al conflicto, sino también a mujeres y niños, que los residentes y las fuerzas de seguridad dicen que están siendo reclutados con mayor frecuencia por pandillas, con el fin de ocultar y mover armas y contrabando, y para actuar como exploradores y vigías.

Una vez arrastrados dentro de los grupos armados, los residentes dicen que los jóvenes saquean sus propias comunidades con violento abandono, exprimiendo hasta la última gota la economía a través de la extorsión, el abuso sexual de cualquier niña o mujer que les llame la atención, y silenciando a cualquiera que desafíe su autoridad.

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La joya criminal de la Costa Pacífica colombiana

El motivo de esta violencia radica en la ubicación estratégica de Buenaventura: la ciudad es uno de los territorios más preciados del hampa de Colombia.

Situado en la costa sur del Pacífico en el departamento de Valle del Cauca, está rodeado por un laberinto de manglares que consta de kilómetros de canales que conectan los laboratorios de procesamiento de cocaína del Frente 30 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) con el mar abierto.

Según la Guardia Costera, un estimado de 250 toneladas de cocaína se mueven cada año a través de estos cursos de agua, la mayoría en lanchas rápidas con destino a Panamá y Costa Rica. La ciudad en sí es el corazón de este comercio: es allí donde se hacen las ofertas, se organiza la logística y se lava el dinero.

Mientras que la ciudad ha sufrido por más de 15 años a manos de narcotraficantes, milicias de la guerrilla y grupos paramilitares, la actual ronda del conflicto se remonta a la caída y el nacimiento de dos grupos criminales que han dominado el hampa del país desde la desmovilización del movimiento paramilitar colombiano: los Rastrojos y los Urabeños.

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En la lucha de todos contra todos, que se dio tras la desintegración de los paramilitares, los Rastrojos se apresuraron a establecer una presencia en Buenaventura, a medida que se expandían desde su bastión en Cali hacia el resto de la región del Pacífico.

“Cuando llegaron, crearon una banda criminal para defender sus rutas estratégicas y sus actividades criminales -crearon La Empresa”, dijo a InSight Crime el comandante de la Policía de Buenaventura, el coronel Oscar Gómez Heredia.

El grupo reclutó en gran parte a exparamilitares, a exmiembros de las milicias urbanas de las FARC y a delincuentes comunes.

“Ellos vinieron aquí con sus estructuras de mando y control, ofreciendo salarios para reclutar a los miembros de las organizaciones criminales”, dijo el coronel Gómez.

Sin embargo, La Empresa fue más que un brazo armado de los Rastrojos. Entre sus miembros fundadores estuvieron varios empresarios locales, con un pie tanto en el mundo legal como en del hampa. La organización se convirtió en una formidable alianza de narcotraficantes nacionales con una estructura de poder local compuesta por paramilitares y élites empresariales.

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La Empresa se expandió rápidamente y asumió el control no sólo de las rutas del tráfico transnacional de drogas, sino también de la extorsión, la minería ilegal y la venta local de drogas. El grupo incluso ejerce un monopolio sobre el movimiento y la venta de productos de primera necesidad, tales como frutas y verduras, productos lácteos y carne.

A comienzos de 2012, el imperio criminal, construido a nivel nacional por los Rastrojos, dominó el hampa de Colombia, y Buenaventura fue uno de los feudos más lucrativos de ese imperio. Sin embargo, el éxito de los Rastrojos fue de corta duración.

En mayo de 2012, el principal líder del grupo, Javier Calle Serna, alias “Comba”, se entregó a las autoridades estadounidenses. Con las fuerzas de seguridad actuando según la información proporcionada por Comba, la organización colapsó rápidamente, y para el momento en que su miembro fundador Diego Pérez Henao, alias “Diego Rastrojo”, fue capturado en junio de ese año, los días del grupo como la más formidable organización de tráfico de drogas de Colombia habían terminado.

La implosión de la Rastrojos como una organización nacional cortó vitales líneas de suministro para La Empresa –aún más críticamente su respaldo financiero. La Empresa fue repentinamente vulnerable.

Los Urabeños se instalan

En ese momento, los principales rivales de los Rastrojos a nivel nacional eran los Urabeños, un ejército narcotraficante descendiente de los bloques paramilitares en el norte. Con la implosión de los Rastrojos, los Urabeños detectaron rápidamente la oportunidad en Buenaventura. Sin embargo comenzaron la tarea con cautela.

“Entraron en la ciudad poco a poco”, dijo el coronel Gómez. “Al principio venían sin armas a revisar los corredores, para ver la facilidad con la que podían entrar y qué oportunidades se ofrecían”.

Después de este periodo inicial de reconocimiento, los Urabeños comenzaron a reclutar soldados rasos locales y a armarlos con las armas que movían de forma masiva a la ciudad. Los salarios que ofrecían eran mucho más grandes que aquellos ofrecidos por La Empresa, y pronto habrían reunido una fuerza estimada por las fuerzas de seguridad de 200.

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Los primeros disparos de la guerra fueron lanzados el 6 de octubre de 2012, cuando sicarios de los Urabeños mataron a tiros en la calle a uno de los principales comandantes de La Empresa.

El asesinato fue sólo el comienzo. Sólo en ese octubre, se registraron 33 asesinatos, lo que representa una cuarta parte de los homicidios totales de la ciudad ese año. Cuerpo tras cuerpo fue encontrado mutilado o le faltaba la cabeza o una extremidad. Entre el comienzo del mes de octubre y las primeras semanas de noviembre, hubo diez desplazamientos masivos, con 5.495 personas huyendo de sus hogares, según el centro de monitoreo de desplazamiento CODHES.

La campaña de la Urabeños fue orquestada por una alianza de narcotraficantes del Valle del Cauca que se habían unido con los Urabeños para tratar de apoderarse de la región de los Rastrojos. A la cabeza de la operación estaba Orlando Gutiérrez Rendón, alias “El Negro Orlando”, un exmiembro de los Rastrojos que ahora se encuentra en prisión, quien se volvió contra ellos para convertirse en uno de sus principales torturadores.

La Empresa quedó tambaleándo tras el ataque de los Urabeños. Después de que varios líderes claves fueran asesinados, el grupo sufrió una deserción masiva. Las fuerzas de seguridad estiman que los Urabeños absorbieron el 70 por ciento de La Empresa en cuestión de meses, entre ellos, algunos de los miembros fundadores del grupo. Para enero de 2013,los Urabeños habían asumido el control de casi todas las rutas de tráfico de drogas de la región, informó la prensa local.

Sin embargo, los Urabeños fueron incapaces de dar un golpe mortal a sus rivales, y La Empresa comenzó a reagruparse. El liderazgo restante, se rumoraba, había buscado apoyo financiero y refuerzos de otros lugares en el Valle y la lucha estalló de nuevo.

En ese momento, los Urabeños fueron aparentemente incapaces o no estaban dispuestos a pagar salarios regulares para el ejército que habían acumulado, lo que provocó que la deserción se incorporara de nuevo a La Empresa. Las fuerzas de seguridad dicen que las filas de La Empresa se han visto reforzadas con Urabeños disidentes, al punto que, en este momento, su composición actual es esencialmente una facción disidente de los Urabeños.

Una ciudad fuera de control

Ambos grupos también se han debilitado por una serie de detenciones y operaciones de las fuerzas de seguridad. La policía dice ahora que gracias a sus esfuerzos contra las estructuras militares y financieras del grupo, la guerra está llegando a su fin, con ambos lados desorganizados y luchando para financiar la lucha.

“Hoy en día están muy fragmentados en el sentido de que no tienen el mismo liderazgo, mando y control”, dijo el coronel Gómez.

Sin embargo, el resultado, según la policía, ha sido una ola de delincuencia perpetrada por jóvenes lanzados a la deriva por sus narco-pagadores, y otros interesados ??en aprovechar el temor que despiertan sus nombres.

“Ha habido un aumento en nuevos miembros, pero no tienen la filosofía de estos grupos, o la estructura de mando. Ellos simplemente se aprovechan de la sensación colectiva de que estos grupos criminales están presentes”, dijo Gómez.

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Uno de los principales indicios de esto ha sido la extorsión. Según el grupo antisecuestro y antiextorsión, el Gaula, aunque algunas de las extorsiones son ejecutadas por orden de los Urabeños y los comandantes de La Empresa, la mayoría de ellas ahora están a cargo de los reclutas callejeros que actúan de forma independiente porque no han sido pagados.

Sin embargo, la actividad principal por la que están peleando los Urabeños y La Empresa sigue sin verse afectada.

“El conflicto ha aumentado [el flujo de drogas]”, dijo a InSight Crime el Comandante de la Guardia Costera del Pacífico, Capitán Carlos Delgado Yermanos. “A pesar de las disputas, han seguido controlando el tráfico de drogas y han mantenido las rutas”.

También hay numerosos indicios de que la violencia que continúa propagándose no es simplemente un acto de la descomposición social, y sigue estando estrechamente vinculado a las disputas territoriales entre las dos partes.

En diciembre, las autoridades admitieron que los Urabeños habían traído refuerzos procedentes de la región del Chocó. Los residentes continúan reportando que paramilitares fuertemente armados están apoderándose de los barrios, obligándolos a abandonar sus hogares. Cuerpos desmembrados siguen apareciendo flotando en la bahía, e informes de matanzas vinculadas a La Empresa y a los Urabeños están ahora extendiéndose a zonas rurales en las afueras de la ciudad.

Aunque la disciplina en las filas de los grupos puede estar desmoronándose, incluso la policía admite que no hay escasez de jóvenes desesperados, criados en la pobreza y la violencia, dispuestos a tomar el lugar de los caídos y continuar la guerra de otra persona por el derecho a mover la cocaína hacia el norte.

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