A más de tres años de una gran operación que buscaba abordar el microtráfico de drogas en la capital de Colombia, el negocio ha resurgido, con nuevos grupos disputándose ganancias millonarias.

El 28 de mayo de 2016, a las 5:20 de la mañana, más de 2.500 agentes de la Policía Nacional y Metropolitana entraron fuertemente armados a la zona del Bronx. Durante años, el pequeño barrio ubicado en el centro de Bogotá fue epicentro del expendio de drogas, la prostitución, el abuso sexual y los juegos de azar en la ciudad.

Tras la operación, que duró casi 72 horas, las autoridades reportaron el rescate de 140 menores de edad y 595 personas en situación de calle que eran consumidores activos de estupefacientes y estaban siendo utilizados por las bandas locales para delitos incluyendo la venta de droga.

Con el apoyo del Cuerpo Técnico de Investigación (CTI) de la Fiscalía, dentro de las ruinas de las casas abandonadas se incautaron más de 30 armas de fuego y 100.000 dosis de droga, y se capturaron a 13 miembros de una de las bandas que controlaba la zona conocida como “Los Sayayines”.

De acuerdo con la Alcaldía Mayor de Bogotá, en el sector del Bronx cada día se recaudaban, en promedio, 130 millones de pesos colombianos (casi US$38,000) en tráfico de estupefacientes y US$1.5 millones al mes a través de dos estructuras criminales o “ganchos”, como se les conoce popularmente a las mafias que controlan el narcomenudeo en la capital.

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Dos días después del operativo, el alcalde Enrique Peñalosa aseguró, en una rueda de prensa, que la intervención había logrado recuperar el control de la zona y sobre todo desarticular las organizaciones criminales que allí operaban.

En el mismo año, las autoridades intervinieron los barrios de San Bernardo, Cinco Huecos, El Amparo y María Paz.

Sin embargo, cuatro años más tarde, las autoridades han identificado al menos 14 nuevos centros de microtráfico en la ciudad.

Las localidades más afectadas por este problema tras la desarticulación del Bronx han sido Bosa, Ciudad Bolívar, Usme y San Cristóbal, la mayoría ubicadas en la periferia de la ciudad.

Desde allí se surte de marihuana, cocaína, basuco y drogas sintéticas al resto de la ciudad, por lo general en zonas de entretenimiento nocturno, colegios y universidades.

De acuerdo con un reporte del 2017 de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), solo en Bogotá hay más de 400 expendios minoristas que mueven alrededor de US$15 millones al año.

Análisis de InSight Crime

Luego de la intervención al Bronx, el negocio del microtráfico en Bogotá ha sufrido una serie de cambios que reflejan la capacidad de adaptación y versatilidad de los grupos criminales que manejan este negocio.

De acuerdo con el informe de la FIP, poco antes del operativo, en Bogotá se venía dando un proceso de fragmentación de los mercados locales de droga. Luego de esta intervención, los criminales del Bronx se movieron a otras localidades de la ciudad, como Ciudad Bolívar, Suba y Kennedy.

A medida que han ido surgiendo nuevos puntos de venta de drogas alrededor de la ciudad, esto ha provocado un aumento de la violencia.

Si bien la tasa de asesinatos en la capital colombiana ha ido disminuyendo, las autoridades han señalado que algunos de los casos de asesinatos y descuartizamientos que se han presentado este año en Bogotá son producto del ajuste de cuentas entre bandas del microtráfico.

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De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, no es raro que estas organizaciones hayan decidido desplazarse hacia el sur de la ciudad en zonas como Ciudad Bolívar, Suba, Kennedy y Bosa. Según la entidad, estas localidades guardan una estrecha relación con las dinámicas criminales que se mueven en el resto del país y funcionan como corredores estratégicos para la entrada de droga y armas a la capital.

La droga entraría a esta parte de la ciudad principalmente por la Autopista Sur y la Avenida Villavicencio, que conectan a la capital con el sur del país, principalmente con los departamentos del Cauca, Meta y Guaviare.

Las localidades de Ciudad Bolívar, Suba, Kennedy y Bosa, entre otras, han sido terreno fértil para la extorsión, el reclutamiento de menores y otras economías ilegales.

Es tal la magnitud de la operación de estos grupos en esta parte de la ciudad, que el defensor del pueblo, Carlos Alfonso Negret, dijo que en Bogotá hay que hablar de narcotráfico en lugar de microtráfico, debido a la extensión y sofisticación de las estructuras que dominan el sector.

A diferencia de como operan en zonas rurales, según la Defensoría, estos grupos no tienen una jerarquía definida, no portan uniformes o insignias, ni se enfrentan de forma abierta como sí ocurre en otras partes del país. Esto les permite camuflarse dentro de la cotidianidad de la ciudad, pero también les exige trabajar de forma distinta.

Tanto la Defensoría como la FIP coinciden en que el microtráfico en Bogotá ha tendido a moverse a través de la subcontratación de bandas ilegales de menor alcance, tercerizando la distribución y venta de la droga para consolidar el negocio en una red con varios eslabones.

De esta forma, la droga pasaría por varias manos desde que entra a la ciudad hasta que es vendida al consumidor final, lo que permite que haya una alta rotación de personas involucradas en esta economía criminal, reduciendo el riesgo para los dueños iniciales de la mercancía.