Durante tres días se presentó en la Ciudad de México el Museo de Política de Drogas, patrocinado por Open Society Foundations. En su cuarta edición y su primera vez en Latinoamérica, el museo utilizó el arte para reflexionar sobre las experiencias de las políticas de drogas en México, con un enfoque especial en las víctimas de la violencia que surge como resultado del prohibicionismo y la militarización.

Los dibujos de cinco rostros cuelgan de la pared. Uno al lado otro. Todos son rostros de personas reales que enfrentan  el mismo destino: la pena de muerte. Son ciudadanos de Indonesia, Irán y Myanmar. Países en donde la posesión de drogas se castigada con la mayor pena. A su lado, un cartel recuenta cómo inició el desarrollo de medidas de prohibición de drogas en México para reducir la oferta.

“En este museo se contrasta cómo diversos países hemos vivido las políticas de drogas, cómo nos tocó aplicar la prohibición de manera distinta”, dijo a InSight Crime Aram Barra, uno de los organizadores del museo y quien también es investigador en temas de seguridad y política de drogas.

La versión del museo que llegó a México incluye 80 piezas de arte de 26 artistas, de los cuales 16 son mexicanos. La primera obra a la que se enfrentan los visitantes es un enorme e imponente letrero que dice “NARCO”, escrito en letras gruesas, rellenas de cápsulas, píldoras, jeringas y líneas falsas de cocaína.

Obra de Eduardo Olbés

La planta baja del museo hizo un recorrido por la historia de las políticas de drogas en México, desde la década de 1920 hasta el presente. Al lado de cada período, una serie de obras de arte mostraron la cara humana de las consecuencias de estas medidas.

Las pinturas de los cinco rostros esperando la muerte, así como otros relatos de personas que pasaron varios años en prisión en Estados Unidos por delitos de droga sin haber utilizado la violencia, invitaron a los visitantes a ponerse en los zapatos de personas que han sido criminalizadas e incluso demonizadas por ciertas narrativas prohibicionistas.

Cinco personas que esperan su sentencia de muerte por delitos de drogas

Mientras la historia progresa y se acerca al contexto más reciente de la militarización de la lucha contra las drogas a partir de 2006, el museo comenzó a centrarse en la experiencia mexicana. Una pintura abrió esta parte de la exhibición, en donde se muestra fríamente una operación militar y varios muertos cubiertos de sangre. No se distingue quién es culpable y quién es inocente.

En el centro de la sala y colgado en la parte más alta de la pared, estuvo una de las obras más emblemáticas del museo: La Matanza del Centro de Aliviane. Este cuadro oscuro y sombrío mpstró de manera cruda a una mujer lidiando con el dolor. Se realizó a partir de una foto real que apareció en la televisión local de Ciudad Juárez, luego de la masacre en el centro de rehabilitación Aliviane en 2009, en donde murieron 18 jóvenes tras la incursión de un grupo de sicarios.

Miguel Aragón es el artista detrás de la obra y encontró su inspiración en su propia experiencia de ver cómo la violencia transformó a su nativa Ciudad Juárez, que llegó a ser la ciudad con más homicidios en el mundo de 2008 a 2011. Los constantes reportes de violencia lo llevaron a transformar las imágenes que aparecían en los periódicos en obras de arte.

“Los artistas necesitamos reflejar lo que la sociedad está viviendo y presentarlo al público de la manera más pura que se pueda. Sin ser jueces, para que el público sea el que decida”, dijo Aragón a InSight Crime.

“A mí lo que más me impacta es que las personas (víctimas o victimarios) pierden sus nombres. Estoy tratando de humanizar a la gente.”

La Matanza del Centro de Aliviane de Miguel Aragón

El museo también exploró el uso tradicional de las drogas por parte de muchas comunidades en América Latina. Con esto se resaltó la vulnerabilidad de ciertas comunidades que han sido uno de los principales objetivos de las políticas prohibicionistas a pesar de que forman parte de los menores eslabones de la cadena del narcotráfico.

Los campesinos que cultivan coca en Colombia son un ejemplo, así como los Wixárika en México, que utilizan el peyote –criminalizado en la década de 1990 de la misma manera que la cocaína– durante prácticas sagradas. Para reflejar la represión y persecución de estas prácticas, el museo presentó un altar realizado por integrantes de esta comunidad indígena.

Justo en frente, esta colorida obra de arte fue contrastada con tres trofeos dorados que representan la riqueza de los grandes capos, así como la corrupción e impunidad de ciertos sectores del gobierno hacia estos actores.

“Es interesante que el museo presenta diferentes narrativas de la guerra contra las drogas y de todo lo que implica”, dijo a InSight Crime uno de los visitantes del museo. “Te abre los ojos con respecto a todas las comunidades que son específicamente afectadas con estas políticas de prohibicionismo.”

Tres trofeos que representan ala riqueza que acumulan los capos de droga

Al subir al segundo piso, los visitantes se encontraron con tres obras muy peculiares: un venado, un águila y una huella dactilar construidos enteramente por armas incautadas por la Marina mexicana a grupos criminales en Guadalajara.

Cuando se observan estas esculturas con detenimiento, sorprende la enorme cantidad de armas que utilizó el autor Álvaro Cuevas para construirla y lleva a reflexionar sobre la magnitud del tráfico de armas en México, que según algunos expertos podría tratarse de hasta 200.000 armas que han sido ingresadas al país cada año.

Las armas también fueron centrales en la exposición del proyecto “Palas por armas”, que relató la historia de cómo 1.547 armas fueron entregadas voluntariamente en Culiacán, Sinaloa, las cuales fueron transformadas en palas que se utilizaron para la reforestación de la zona.

“Para mí esta exposición juega con la idea de que, al ayudar las palas a plantar árboles, la transformación de armas a palas es convertir algo que quita vida en algo que da vida”, dijo Barra, quien también dirige campaña de Instinto de Vida.

“Pero yo también lo veo como una reflexión sobre los desaparecidos que fueron enterrados en fosas clandestinas”.

Las tres esculturas de Álvaro Cuevas con armas decomisadas y algunas de las palas que fueron construidas a base de armas fundidas.

La última sección del museo dedicó un espacio entero a las víctimas de la violencia de la guerra contra las drogas en México. Una red de decenas de pañuelos bordados que relatan las historias de casos de desaparición forzada colgaban desde el techo del salón. Los pañuelos bordados con hilo rojo narraron historias de víctimas cuyos cuerpos ya fueron encontrados. Los hilos verdes significan que esas personas continúan desaparecidas.

“No dejemos de indignarnos, no normalicemos la violencia”, dijo la investigadora Rebeca Calzada a la audiencia durante un panel sobre militarización de la lucha contra las drogas.

Pañuelos bordados que colgaban en el museo.

En medio de los bordados que contaban las historias de los desaparecidos, había personas de todas las edades plasmando sus ideas en una pared dedicada a eso. Hubo opiniones, comentarios y chistes. Pero sobre todo, un deseo de de buscar alternativas a la militarización, a la prohibición y a evitar que las actuales políticas de drogas se utilicen como legitimación de la violencia.

“En México no tenemos pena de muerte de iure como en otros países, pero de alguna manera sí la hemos tenido de facto por la guerra que vivimos”, dijo Aram Barra, al referirse a la obra de los cinco rostros que esperan su condena.