El pasado 4 de enero, la capital de Maranhão en Brasil sufrió una ola de ataques sobre buses y comisarías, bajo órdenes de una pandilla encarcelada local. La muerte de una niña de 6 años y las terribles condiciones en los centros penitenciarios en Maranhão, incluyendo videos de prisioneros descabezados y alegatos de violaciones de familiares de prisioneros de visita, puso la atención del mundo sobre la crisis carcelaria en Brasil.

Pero más preocupante aún es su familiaridad: esto no es nada nuevo.

El caso paradigmático se dio en 2006, cuando el Primeiro Comando do Capital (PCC) paralizó São Paulo durante días con cientos de ataques en lugares estratégicos. Pero en realidad el PCC había estaba perfeccionado tácticas aprendidas del Comando Vermelho de Rio de Janeiro, una pandilla mucho más antigua. Nacida de los calabozos de la dictadura militar brasileña en los años 70, el CV adaptó técnicas para apoderarse del sistema penitenciario y, eventualmente, expandirse en los años 80 hasta llegar a controlar las favelas de la ciudad – y su lucrativo negocio de tráfico de drogas.

Este articulo apareció originalmente en el blog Sin Miedos del Banco Interamericano de Desarrollo. Vea el articulo original aquí (en español)

Los teléfonos móviles han acelerado esta expansión, pero como demuestra el caso CV, los ingredientes básicos son un conocimiento compartido, una tecnología que pueda ser replicada y enseñada. La pandilla cuida sus miembros en las cárceles, con un sistema crudo de justicia que castiga a los que desobedecen. Esto les da el poder sobre la gente en la calle que anticipa una posible encarcelación. “Lo que hagas ahí afuera”, me dijo un ex traficante en Rio, “tendrás que responder por ello adentro”.

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Por lo tanto resulta preocupante pero no sorprendente que las redes criminales basadas en las cárceles siguen expandiéndose. En 2013, más de 100 buses fueron incendiados y puestos policiales atacados en Santa Catarina, normalmente un estado pacífico en el próspero sur brasileño. Los ataques fueron obras de Primeiro Comando Catarinense, hasta ese momento una organización basada en los centros penitenciarios poco conocida. Primeiro Comando Catarinense había sido fundada siete años antes por reclusos que habían pasado tiempo en centros penitenciarios en otros estados controlados por Primeiro Comando do Capital.

Una de las dos pandillas luchando para la hegemonía en las cárceles de Maranhão a principios de 2014 es otro vástago del PCC, conocido como Primeiro Comando do Maranhão. De hecho, un informe del 2011 encontró que el PCC es activo en por lo menos 16 estados brasileños, ya sea por medio de alianzas con grupos locales o por medio de sus propias franquicias.

Investigaciones recientes sobre pandillas en las cárceles demuestran cómo las pandillas dan vuelta la lógica del encarcelamiento.

En primer lugar, las pandillas obtienen su poder imponiendo un cierto orden en los centros penitenciarios, con regimenes de protección y bienestar para los reclusos internados en un sistema brutal y caótico. Esto seguirá siendo así aún después de que termine la actual lucha por el control de las cárceles de Maranhão, cuando una pandilla se imponga sobre otra, y la violencia al interior de las cárceles disminuya (como sucedió en São Paulo) y el tema desaparezca de los titulares de prensa.

En segundo lugar, las pandillas saben cómo proyectar su poder hacia las calles, asegurando la lealtad de los reclusos liberados y los que no han sido arrestados aún pero anticipan que en el futuro podrían caer bajo las garras de los líderes presos. Este poder es con frecuencia utilizado para organizar actividad criminal local, usualmente relacionada con el tráfico de drogas, aunque las maras centroamericanas han aprendido cómo organizar redes de chantajes desde las cárceles. También permite a las pandillas ordenar ataques tipo terroristas que presionan las autoridades políticas o, por otra parte, imponer medidas de reducción de violencia, como es el caso de la tregua de las maras en El Salvador o el “código de conducta criminal” (lei do crime) en Brasil. Ambas medidas de las pandillas significaron importantes reducciones en las tasas de homicidio. Esto incrementó el poder de negociación de las bandas penitenciarias frente al estado.

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Políticas que encierran gran números de pandilleros resultan en tasas de encarcelamiento más altas y peores condiciones de hacinamiento, y aumentan el poderío en la calle de las pandillas de las cárceles, en vez de disminuirlo.

¿Qué hacer? Un punto de partida es implementar políticas más inteligentes, incluyendo enfocarse en los verdaderos criminales de arrestos masivos en contra de todos integrantes de las pandillas. Otras medidas efectivas son penas más cortas pero más certeras para infracciones menores, y centros penitenciarios más pequeños pero con más vigilancia. Esto puede disuadir en vez de alentar la obediencia a los líderes pandilleros que se encuentran tras las rejas.

No obstante, un progreso real puede requerir una reducción de las tasas de encarcelamiento que no tienen precedente histórico. La situación en Maranhão nos recuerda que en muchos sentidos, los problemas recien comienzan, y no terminan, cuando los transgresores son arrestados.

Este articulo apareció originalmente en el blog Sin Miedos del Banco Interamericano de Desarrollo. Vea el articulo original aquí (en español)

*Lessing es profesor asistente en ciencias políticas en la Universidad de Chicago

9 respuestas a “Paradoja en Brasil: cómo las cárceles fortalecen las pandillas”