Mientras México lucha por llegar a un acuerdo sobre el masivo asesinato de 43 estudiantes en Guerrero, una de las preguntas aún sin resolver es por qué el grupo detrás de los asesinatos hizo lo que hizo.
Aunque muchos detalles quedan por afinarse, el esquema básico del incidente está prácticamente aceptado: los 43 estudiantes formaban parte de un grupo más amplio de la escuela normal rural de maestros en Ayotzinapa que iba rumbo a Iguala, Guerrero, con el objetivo de apoderarse de unos autobuses y recaudar fondos para un futuro viaje a una manifestación en Ciudad de México. Su estancia en Iguala coincidió con un importante discurso por parte de la esposa del alcalde de Iguala, María de los Ángeles Villa Pineda, quien tenía sus propias ambiciones políticas y cuya familia es cercana a Guerreros Unidos.
Desesperada por evitar la interrupción de su gran momento político por parte de los manifestantes estudiantiles potencialmente alborotados, Villa Pineda y su esposo, José Luis Abarca, le echaron la policía municipal y Guerreros Unidos encima a los estudiantes. Más de 50 personas murieron en la turba, incluyendo 43 que fueron presuntamente secuestradas, ejecutadas (o asfixiadas), e incineradas. (Algunos seguidores y medios de comunicación no han aceptado esta explicación.)
En respuesta a la criminalidad y a la ola de ira que provocó, el gobierno federal ha entrado en acción. Abarco y Villa Pineda pasaron a la clandestinidad, y fueron encontrados por las autoridades federales en Ciudad de México a principios de este mes. Un flujo constante de detenciones de miembros Guerreros de Unidos culminó en la captura en octubre del máximo líder del grupo, Sidronio Casarrubia Salgado.
Entre la gama de reacciones por parte del público mexicano, por debajo de la consternación, la indignación y la tristeza, se encuentra la pregunta aún no resuelta de por qué. ¿Por qué un grupo de nivel medio daría un paso tan provocativo, casi seguro de generar el tipo de atención masiva por parte de los medios de comunicación que precipitaría el colapso de un grupo? ¿Por qué equipararían a unas pocas docenas de adolescentes manifestantes, que era algo habitual en el panorama político y social de Guerrero, con una amenaza digna de una ejecución masiva?
Las respuestas a estas preguntas son importantes no sólo para arrojar luz sobre uno de los crímenes más notorios de México en décadas. También hablan de los potenciales cambios en el hampa de México, lo que podría tener repercusiones en otros lugares.
Análisis de InSight Crime
Es claro que Guerreros Unidos hizo un enorme error de cálculo. El grupo se ha vuelto radioactivo: sus líderes están en la cárcel o son una prioridad para las autoridades federales, y sus aliados políticos que no están prófugos o no han sido arrestados probablemente están manteniendo su distancia. La desaparición total del grupo es un escenario probable en el corto plazo. Los líderes posiblemente nunca consideraron que asesinar a muchos estudiantes pondría su vida en riesgo, y los acontecimientos recientes ponen de manifiesto que estaban equivocados.
También es probable que los miembros del grupo vieran a los estudiantes como agitadores desfavorecidos económicamente, y una alteración al orden público, y por lo tanto fuera visto como un grupo que no inspiraba mucha simpatía. Este punto de vista no es poco común en México. Como consecuencia, ellos probablemente sintieron que habría poco interés público en investigar la desaparición de los profesores rurales, en su mayoría pobres. Pero los verdugos malinterpretaron la respuesta popular; una cosa es quejarse por las extorsiones que se hacen pasar por recaudación de fondos, y otra muy distinta es permitir una masacre en respuesta.
Un grave error de cálculo de este tipo también sugiere una expectativa de impunidad por parte de Guerreros Unidos, incluso cuando llevaron a cabo uno de los peores crímenes imaginables. Esta teoría es apoyada por las decenas de cadáveres, descubiertos gracias a la información proporcionada por miembros detenidos del grupo, que fueron enterrados en fosas clandestinas que, evidentemente, no tenían nada que ver con los estudiantes que estaban desaparecidos. Se sospecha que ha habido otros asesinatos, similares en el método pero menores en el alcance a los asesinatos en Iguala, que han pasado básicamente desapercibidos por las autoridades. A medida que el grupo se dio cuenta que, literalmente, podría salirse con la suya, siguió pasando el límite de lo aceptable.
Lo mismo podría decirse del exalcalde. Otra gran parte de la explicación probablemente reside en los detalles de la relación entre Guerreros Unidos y Abarca y la alcaldía. Los informes que surgieron después de la masacre pintan al alcalde no sólo como un funcionario corrupto que mira hacia otro lado a cambio de sobornos, sino también como un asesino y un traficante. Guerreros Unidos parece haber funcionado como una especie de fuerza de choque extralegal a las órdenes del alcalde y su esposa. Esto amplió la esfera de enemigos mortales mucho más allá de lo que es típico para un grupo de tráfico de drogas, hasta el punto en el que incluyó a 43 aspirantes a maestros sin vínculos con el crimen organizado. Y esa relación no sólo fomentó la idea errada de invencibilidad, sino que también borró la línea entre la agresividad y la temeridad.
La íntima relación de Guerreros Unidos con la alcaldía en Iguala no es inusual en México. Hay muchos grupos criminales que trabajan con y dependen de las autoridades locales. Pero ésta se vio favorecida por una serie de circunstancias poco comunes, como los antecedentes del alcalde y la lejanía de Iguala. Y es que parece poco probable que se repita, haciendo menos probable la ocurrencia de masacres. Por desgracia, el daño en Guerrero ya está hecho.