La cultura hip hop ha sido asociada durante mucho tiempo con las pandillas, la violencia y el vandalismo. Pero diversos actores en Latinoamérica están intentando cambiar los prejuicios y asumir retos con el fin de experimentar con estas formas de arte como alternativas para los jóvenes en situación de riesgo que, de lo contrario, pueden involucrarse en actividades delictivas.

Tres jóvenes vestidos con ropa ancha y gorras de béisbol puestas hacia atrás rapean al ritmo de un micrófono portátil casero. Se encuentran en una pequeña casa de la Comuna 13, uno de los barrios más pobres y violentos de Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia.

Pero la casa no es un refugio de pandillas, ni los muchachos rapean para una fiesta de “pandilleros”.

La Casa Morada es un centro comunitario frecuentado por habitantes del barrio de todas las edades, quienes buscan un espacio seguro para expresarse a través de un tipo de hip hop enfocado en la paz y la justicia social.

Los habitantes de la Comuna 13 han sufrido durante mucho tiempo el conflicto de las pandillas y el control ejercido por éstas, pero muchos dicen que el hip hop ha ayudado a mejorar las condiciones del barrio y de sus jóvenes.

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Margoth Yepes, conocida como “La Abuela Rapera”, observa una presentación de rap en el centro comunitario Casa Morada en la Comuna 13.

Aunque muchos de los habitantes asociaban inicialmente el hip hop con las pandillas y el crimen, sus percepciones han cambiado después de casi una década de ver que el hip hop es utilizado como “herramienta para la transformación social,” como lo expresa un instructor de hip hop del sector, quien es además líder comunitario, cuyo nombre de rapero es Kbala.

“Hace siete años, los raperos y los grafiteros eran vistos como delincuentes”, afirma. “Pero eso ha cambiado y ahora somos reconocidos en el barrio, y mucha gente se nos acerca y nos dice: ‘Ayúdenme con mi hijo. Llévenlo a sus clases’”.

En toda Latinoamérica, los gobiernos y las comunidades de base han intentado aprovechar la popularidad y la energía del hip hop como una herramienta para la prevención de la violencia y el crimen, particularmente entre la gente joven.

Hay cierta evidencia anecdótica que permite indicar que este tipo de proyectos pueden ser efectivos para ofrecerles a los jóvenes en riesgo alternativas diferentes a la criminalidad. Pero ha habido muy pocas evaluaciones sistemáticas, y los programas enfrentan diversos obstáculos para para poder ser implementados de una manera sostenible.

¿Culpable por asociación?

El uso del hip hop para mantener a los jóvenes alejados de la delincuencia es un tanto paradójico. Esta cultura musical ha sido vinculada a las pandillas y el crimen en el continente americano, pero también ha sido muy popular entre los jóvenes en situaciones de pobreza y conflicto que no están involucrados en la vida criminal —y que quieren evitar caer en ella—.

El tono “rebelde, subversivo e inconformista” del hip hop atrae a los jóvenes en riesgo, lo que lo convierte en una herramienta eficaz para atraer a los jóvenes hacia los programas de prevención de la violencia y el crimen, dijo Jonathan Furzsyfer, coordinador del programa de seguridad del centro de análisis México Evalúa.

A los jóvenes les gusta, pero la asociación entre el hip hop y la delincuencia ha hecho difícil disponer de apoyo social y político para este tipo de iniciativas. Y las condiciones locales, como la presencia activa de los grupos criminales, pueden representar oportunidades y desafíos de seguridad en toda la región.

En Centroamérica, las relaciones entre el hip hop y la cultura de las pandillas son quizá más profundas y polémicas que en cualquier otro lugar de la región, en gran parte debido a los orígenes de este estilo musical. El grafiti y el rap en Centroamérica han estado bastante influenciados por el estilo de rap “gangsta” desarrollado en la costa oeste de Estados Unidos en las décadas de los ochenta y los noventa. Dado que las medidas inmigratorias de Estados Unidos se recrudecieron durante dicho período, este estilo musical fue llevado al sur de la frontera por los migrantes deportados, muchos de los cuales habían participado en actividades pandilleras.

Junto con la música y el arte callejero, estos deportados trajeron a sus países de origen las estructuras de las pandillas. En las últimas décadas, la cultura hip hop gangsta ha seguido siendo popular en Centroamérica. La pandilla MS13 sigue produciendo rap gangsta y marcando su territorio con grafitis, al igual que su principal rival, Barrio 18. Como resultado, muchos de los gobiernos centroamericanos han ejercido represión contra el hip hop como parte de sus estrategias de mano dura contra los grupos criminales.

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Un grupo de DJ toca hip hop mientras un joven hace movimientos de breakdance durante un festival de hip hop en la Comuna 13 en febrero de 2017.

Recientemente, sin embargo, algunas autoridades de la región han comenzado a diferenciar entre el hip hop asociado a las pandillas y otras de sus expresiones, buscando aprovechar este tipo de arte para que los jóvenes exploren alternativas diferentes a los estilos de vida criminales.

Por ejemplo, en San Salvador, la capital de El Salvador, los gobiernos federales y locales se unieron en el año 2016 para implementar en los barrios asolados por la violencia un programa basado en el deporte y el arte con componentes de hip hop, denominado “Actívate por la Convivencia”.

“Skar”, un grafitero que se desempeña como instructor de Actívate, le dijo a InSight Crime que anteriormente los artistas callejeros solían ser perseguidos por la policía, pues eran considerados vándalos o pandilleros. Pero señaló que, después de que el gobierno salvadoreño comenzó a considerar el hip hop como una herramienta para la prevención de la violencia, esta situación ha cambiado, y los grafiteros son convocados para que colaboren con la administración actual.

Sin embargo, los programas de hip hop en el resto de la región muestran que las dinámicas de las pandillas locales pueden presentar obstáculos y oportunidades.

Cruzar los territorios de las pandillas y pronunciarse en contra de los grupos criminales puede poner en riesgo la seguridad de los participantes. Por ejemplo, en la Comuna 13 de Medellín, muchos “raperos conscientes” han sido blanco de las pandillas y otros grupos armados. Al menos una docena de raperos han sido asesinados desde el año 2009, y decenas más han sido desplazados de sus hogares.

Pero en otros lugares de la región, la dinámica de las pandillas locales ha ofrecido oportunidades para que los programas de hip hop para la prevención de la violencia permitan eliminar conflictos de décadas de duración. Por ejemplo, en las afueras de una de las ciudades más grandes de México, Guadalajara, el programa Más Barrio Comunidad Trabajando ha logrado usar el hip hop para zanjar las rivalidades entre las pandillas.

Para llevar a cabo proyectos de grafiti en los barrios de Guadalajara controlados por las pandillas, los organizadores de Más Barrio lograron negociar algunas treguas temporales entre las pandillas rivales, como le dijo a InSight un grafitero e instructor del programa, conocido como “Frase”.

Frase dijo que Más Barrio les informaba a los líderes de las pandillas acerca del lugar y la hora donde se llevarían a cabo los proyectos, con el fin de garantizar la seguridad de los jóvenes participantes que cruzaban las “fronteras invisibles” de las pandillas y ofrecerles a los pandilleros la oportunidad de participar.

Frase le dijo a InSight Crime que algunos miembros de pandillas rivales que se reunieron mediante el programa comenzaron a pintar y a tocar música rap de manera conjunta, en lugar de atacarse unos a otros.

 

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Documental sobre el trabajo de Más Barrio Comunidad Trabajando.

Incluso en países donde los programas de prevención basados en el hip hop han demostrado que tienen el potencial para generar cambios, en algunos casos los gobiernos han vuelto a implementar sus políticas represivas.

Esto es particularmente evidente en Brasil, donde la reciente agitación política y la crisis económica han hecho que las políticas se inclinen hacia la criminalización del grafiti, luego de décadas de experimentos exitosos con programas basados en el grafiti para prevenir el crimen.

Desde 1999, el organismo de seguridad ciudadana de Brasilia ha implementado el Projeto Picasso não Pichava (Proyecto Picasso no hacía Pintadas) como una alternativa a las políticas punitivas anteriores, que no lograron evitar que las pandillas participaran en el “pichação”, una popular forma de desfiguración de los espacios públicos que implica subir a alturas peligrosas para pintar con aerosol símbolos crípticos y alargados en edificios altos o en las rampas de las autopistas.

Según la descripción oficial del programa Picasso não Pichava, durante décadas dicho programa ha tenido como objetivo reducir la criminalidad entre los jóvenes que participan en las pandillas y en actividades criminales, así como entre los que están en riesgo de vincularse a las mismas, permitiéndoles participar en actividades artísticas y ofreciéndoles capacitación y educación en temas como responsabilidad social y salud pública.

Este programa y otros más, dirigidos a prevenir la violencia juvenil, fueron monitoreados y evaluados sistemáticamente entre 2009 y 2011 mediante una alianza entre el gobierno de Brasil, grupos comunitarios y organizaciones de la sociedad civil, entre ellos la organización Foro Brasileño de Seguridad Pública (Fórum Brasileiro de Segurança Pública – FBSP).

Dicha evaluación concluyó que los programas basados en la cultura como Picasso não Pichava pueden servir como alternativas efectivas frente a las actividades violentas y crear espacios seguros para la sana interacción social entre los jóvenes, especialmente cuando estos programas están diseñados para adaptarse a las condiciones locales y son monitoreados y evaluados cuidadosamente.

“Trabajar con los jóvenes en programas culturales permite canalizar su disposición y deseo de expresarse y hacer protesta social” de una manera positiva, al alejar a los jóvenes del vandalismo enseñándoles a crear murales de arte urbano, dice el FBSP.

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Eddie, un grafitero de El Salvador, les enseña a los niños de la Comuna 13 cómo usar pintura en aerosol, durante un festival de grafiti en febrero de 2017.

Sin embargo, a pesar de estos resultados, recientemente algunos políticos de Brasil han comenzado a endurecer las medidas represivas contra el grafiti y a reducir los fondos para los programas culturales de prevención de la violencia y la delincuencia.

El año pasado, el presidente interino Michel Temer disolvió el Ministerio de Cultura, que entre otras funciones administraba becas para cursos de hip hop y otros programas relacionados con las artes. La institución fue reintegrada poco después debido a las protestas que generó la medida, pero la indignación popular no ha evitado que otros políticos sigan su ejemplo.

João Doria, un aliado de Temer que recientemente fue elegido alcalde de la ciudad más grande de Brasil, São Paulo, y comenzó a implementar un polémico programa al estilo de las “ventanas rotas”, denominado Cidade Linda (Ciudad Bonita).

Doria dice que Cidade Linda pretende limpiar el paisaje urbano de São Paulo, lo que incluye cubrir con pintura los pichaçãos y perseguir a los “criminales” que los pintan. Pero el programa ha suscitado la reacción pública, dado que se han borrado indiscriminadamente todos los tipos de grafiti, incluyendo los grandes murales que son apreciados por los residentes y los amantes del arte a nivel internacional.

Dadas las lecciones aprendidas en Brasilia con el programa Picasso não Pichava, es poco probable que la estrategia represiva de Doria logre reducir el vandalismo. Además, podría reducir los posibles beneficios de los programas que utilizan el grafiti y el hip hop para prevenir las pandillas y la violencia.

Comunidades de base vs gobierno

El liderazgo y el financiamiento juegan un papel importante para determinar el alcance y las limitaciones de estas estrategias.

La mayoría de los proyectos que utilizan el hip hop nacieron y crecieron en las calles de los barrios marginados. Como lo ejemplifican los grupos de la Comuna 13 de Medellín, las iniciativas comunitarias son particularmente adecuadas porque conocen las dinámicas locales de una manera auténtica, pero las limitaciones financieras y las diferencias entre las comunidades a menudo dificultan extender o replicar los modelos en otras zonas.

Los residentes y líderes comunitarios de la Comuna 13 le dijeron a InSight Crime que durante casi una década los grupos de hip hop locales —conocidos como “colectivos” o “grupos”— han permitido evitar que los jóvenes se unan a las pandillas del sector o que se vinculen a otros estilos de vida criminales.

Por ejemplo, el rapero Kbala ha trabajado en el centro comunitario de hip hop Casa Kolacho durante varios años, enseñándoles a los jóvenes a resolver los problemas de la vida de una manera pacífica, a la vez que genera en ellos un sentido de pertenencia y les ofrece oportunidades de perfeccionar sus habilidades, obtener ingresos y reinvertir en su barrio —todo lo cual, según los miembros de la comunidad, ayuda a alejar a los jóvenes de las actividades delictivas—.

Kbala dice que el mejor método para lograr una “transformación” de la comunidad consiste en comenzar “con la manera como la gente piensa, habla y actúa”.

La estrategia de combinar el hip hop con las acciones comunitarias también ha sido adoptada por otros grupos de base de la Comuna 13, como AgroArte, un “colectivo agrario de hip hop” liderado por Luis Fernando Álvarez, cuyo nombre de rapero es AKA.

AKA utiliza el rap, el grafiti y los proyectos de jardinería para enseñarles a los jóvenes cómo conectarse con su entorno, reflexionar sobre los impactos del largo conflicto colombiano y denunciar la guerra y la violencia de las pandillas, así como lo destructivo que resultan el consumo y el tráfico de drogas.

 

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“Ley Hoppa” es una de las canciones de AgroArte que será lanzada próximamente en el álbum colectivo de hip hop “InsurGentes”.

Margoth Yepes, a quien los jóvenes participantes de AgroArte cariñosamente llaman “La Abuela Rapera”, le dijo a InSight Crime que “prácticamente toda [su] familia participa” en el colectivo hip hop no violento.

La Abuela Rapera les ayuda a los jóvenes a escribir letras de rap como una “forma de protesta a través del arte” y “una manera de expresar lo que sienten, sin ser vulgares y sin promover la venganza”, dice.

Su hija Margoth, conocida como “La Mamá Rapera”, también escribe y graba música rap con su hija de 9 años y su sobrina de 12 años de edad.

“Estamos llenos de energías negativas”, le dijo La Abuela Rapera a InSight Crime. “¿Qué debemos hacer? Ayudarles a los jóvenes. Ellos son el futuro, en Colombia o en cualquier otro país. Tenemos que orientarlos, educarlos y apoyarlos sin enseñarles la violencia.”

AKA le dijo a InSight Crime que AgroArte también ha logrado llevar a cabo sus proyectos de jardinería y hip hop en otros barrios de Medellín y ha comenzado a documentar su metodología, de manera que pueda ser compartida con otros grupos. Sin embargo, reconoció que lo que ha funcionado en la Comuna 13 quizá no funcione del mismo modo en otros lugares.

“Tenemos una receta, pero los ingredientes de cada barrio son diferentes” dijo AKA. “Las condiciones de clima, habitantes y violencia son diferentes en cada territorio”.

A veces, estas condiciones locales pueden complicar los intentos de extender o replicar los programas, particularmente cuando hacerlo requiere aceptar financiación de fuentes externas.

Por ejemplo, muchos grupos comunitarios de la Comuna 13 han rechazado fondos del gobierno, la sociedad civil y organismos privados, con el fin de mantener su autonomía y credibilidad. Kbala le dijo a InSight Crime que Casa Kolacho no acepta el apoyo del gobierno, y en su lugar financia sus actividades mediante ventas y visitas guiadas a los grafitis del barrio, con el fin de mantener el control de su enfoque.

Sin embargo, en otras partes de la región los gobiernos han comenzado a financiar este tipo de trabajo de las comunidades de base y están comenzando a llevar a cabo sus propios programas de hip hop. Este apoyo ha sido fundamental para el éxito y la expansión de estos programas y puede permitir su adecuado monitoreo y evaluación. Pero las cambiantes dinámicas políticas y económicas pueden llevar a que estos programas pierdan su financiación en cualquier momento, lo que pone de relieve la importancia del constante apoyo por parte de las comunidades.

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Jóvenes caminando junto a un mural en la Comuna 13, en el que se pueden apreciar banderas blancas que representan la paz, que fueron agitadas por los habitantes del sector durante una operación de seguridad en el año 2002.

Estos procesos son más evidentes en México, donde el Congreso decidió eliminar la financiación del principal fondo federal para la prevención de violencia, el Programa Nacional de Prevención Social de la Violencia y la Delincuencia (PRONAPRED), a pesar de la creciente violencia en el país.

El PRONAPRED padeció de mala gestión y repetidos recortes de financiación a lo largo de su breve existencia de cuatro años. Pero el fondo nacional ofreció importantes recursos para los gobiernos locales y los grupos de base, implementando programas de hip hop para la prevención del crimen, como el programa Más Barrio en Guadalajara.

Los coordinadores del programa Más Barrio le dijeron InSight Crime que los recientes recortes financieros han obstaculizado la capacidad del grupo para continuar ciertas actividades, lo que ha reducido su efectividad. Pero, al igual que en la Comuna 13, el apoyo de las comunidades de base ha sido esencial para el sostenimiento de Más Barrio; los organizadores dicen que planean abrir un centro comunitario de hip hop en una casa que ha sido donada para el proyecto.

Aun así, en general la mayoría de los programas de prevención de la violencia apoyados por el gobierno en México —como muchas de las iniciativas de seguridad del gobierno mexicano—no sólo han tenido poca financiación, sino que además han sido mal planeados e implementados, según una evaluación realizada en el año 2014 por el centro de análisis México Evalúa.

Jonathan Furszyfer, de México Evalúa, le dijo a InSight Crime que “los experimentos de prevención de la violencia social en México están en sus primeras etapas […] pero hay varias oportunidades para mejorarlos”, particularmente mediante una mejor planificación, monitoreo y evaluación.

Llevar las ideas a la acción

Aunque la evidencia anecdótica señala que los programas de prevención de la violencia basados en el hip hop podrían ser herramientas adecuadas para la reducción del crimen, se han realizado pocos estudios para determinar los factores que contribuyen al éxito o el fracaso de tales iniciativas. Ello se debe quizá a los prejuicios que existen en torno a las controvertidas raíces de esta forma de arte y a que continuamente se ha asociado a las actividades criminales. Además, muchos de los elementos que han hecho que el hip hop sea tan aceptado por los jóvenes —como su estilo, su energía y su “realidad”— son intangibles, lo que los hace difíciles de medir y duplicar.

Los expertos dicen que, como con cualquier política de seguridad, el seguimiento y la evaluación de los resultados de los programas de hip hop son fundamentales para entender cómo funcionan y cómo podrían mejorarse. Y comprender los contextos locales es igualmente importante.

“Tenemos una receta, pero los ingredientes de cada barrio son diferentes” dijo AKA. “Las condiciones de clima, habitantes y violencia son diferentes en cada territorio”.
 

“Si no identificamos las causas que generan el comportamiento antisocial, la delincuencia y la conducta violenta en los barrios, las casas y las personas, no sabremos qué estrategias preventivas les ayudarán a estos jóvenes a evitar caer en actividades ilícitas o criminales”, dijo Furzsyfer.

En Brasil, donde se ha llevado a cabo una de las pocas evaluaciones sistemáticas, el estudio determinó que las estrategias culturales, como las que recurren al hip-hop, pueden ser eficaces para cambiar el comportamiento de los jóvenes en condiciones específicas; por ejemplo, en el caso en que los jóvenes ya están interesados en las actividades que se les ofrecen y esas actividades están emparejadas con el diálogo y la educación sobre los problemas sociales que contribuyen a la delincuencia y la violencia local.

El hip hop es y puede seguir siendo una poderosa herramienta preventiva en la lucha contra la violencia y el delito, si es incluido como parte integral de las estrategias de seguridad generales. Es por eso que los expertos en la prevención de la violencia dicen que estos programas deben recibir más inversión y evaluación.

*Todas las fotos son cortesía de Angelika Albaladejo.