Una investigación periodística puso al descubierto cómo una prisión en Venezuela se ha convertido en un próspero mercado para productos básicos escasos en el resto del país, una muestra descarada de cómo los cabecillas en prisión proyectan su poder con mayor fuerza hacia fuera del sistema penitenciario.
El Nacional reveló que muchos habitantes del estado de Aragua han comenzado a visitar la cárcel de Tocorón para hacer sus compras en medio del desabastecimiento masivo de alimentos y productos básicos en todo el país.
El periódico describe cómo los pasillos de la cárcel se han convertido en un mercado abierto al público, donde los vendedores ofrecen desde shampoo hasta queso a los parientes de visita de los presos y a otras personas que simplemente están allí para comprar comestibles.
Según El Nacional, la mayor parte de las mercancías es introducida a la cárcel por piratas que asaltan camiones en el exterior, y mantienen relaciones con el “Pran” en la cárcel —el recluso que dirige la cárcel como un feudo criminal.
Otros productos que se consiguen en la cárcel vienen de asociaciones comunitarias creadas por el gobierno para distribuir productos durante los desabastecimientos crónicos, que se conocen como Comités Locales de Abastecimiento y Producción. Los presos intimidan a estos asociados para que les envíen suministros, según El Nacional.
Cada vendedor debe pagar al Pran una importante suma de dinero por el derecho a operar, cuenta El Nacional, pero aun así pueden devengar lucrativas ganancias. Algunos ni siquiera son presos, pero al igual que sus clientes la corrupción oficial les facilita el acceso a la cárcel. Los guardias reciben una suma por permitirles ingresar sin siquiera registrar sus nombres o documentos de identidad, añade El Nacional.
Análisis de InSight Crime
Muchas cárceles en Venezuela son en esencia instalaciones dirigidas por los reos, donde el poder de las autoridades no se extiende mucho más allá hacia dentro que los muros del perímetro. Tocorón es uno de los ejemplos más extremos de esto; además de los nuevos mercados, también hay un club nocturno, una piscina y un “banco” para reclusos, según averiguaciones del medio.
Esas cárceles son dominios de los Pranes. Dichos presos se han elevado a la cima de la pirámide carcelaria para dirigir lucrativas economías dentro de las prisiones, cobran “impuestos” a otros reclusos, regulan la vida en prisión y mantienen una apariencia de orden, muchas veces mediante el uso de brutal violencia.
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En los últimos años, ha habido señales crecientes de que los Pranes han comenzado a extender su influencia por fuera del sistema penitenciario, y que usan las cárceles como base para manejar redes de venta de estupefacientes, extorsión y secuestro.
El hecho de que al menos un Pran haya convertido una cárcel en un mercado de contrabando para la población general, confirma que su influencia se extiende más allá de los muros de la cárcel. Además, demuestra cómo el actual caos económico y de seguridad en Venezuela ha creado condiciones ideales para el florecimiento del crimen organizado, y cómo las redes criminales están explotando los vacíos dejados por un gobierno centrado en poco más que en la supervivencia política.