La detención de Joaquín “El Chapo” Guzmán en Mazatlán -cuya enorme leyenda acaparó el centro de atención y recursos- significa que el gobierno puede ahora ponerse manos a la obra en la lucha contra la criminalidad.

Parte de la leyenda de Guzmán estuvo basada en la realidad. Desde el momento de su fuga de la cárcel en 2001, hasta su detención el 22 de febrero, Guzmán dominó el crimen organizado de México como ningún otro. Gran parte de esto fue operacional: convirtió al Cartel de Sinaloa en el grupo más famoso de México, construyó vínculos con proveedores y minoristas en países lejanos como Malasia y Australia, y comenzó peleas en el mundo del crimen organizado que sacudieron a prácticamente toda la nación.

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Pero la importancia de Guzmán también fue producto del mito que lo rodeaba, ya que era un traficante famoso al estilo de Pablo Escobar y Amado Carrillo, el famoso “Señor de los Cielos”. Él dominó la cobertura de los medios de comunicación de México más que prácticamente todas las figuras políticas, llegando incluso a ser el tema de una telenovela a principios de este año. (InSight Crime no es inmune; tenemos unos 70 artículos que aluden al Chapo.)

Él apareció (con gran controversia) en la lista de Forbes de las personas más ricas del mundo, lo que llevó a etiquetarlo como el “capo multimillonario”. Sin duda, Guzmán fue el emblema más importante del México moderno, en el cual el crimen organizado surgió como el principal reto de la era democrática.

Cuando México comenzó su ataque frontal contra el crimen organizado en 2006, bajo Felipe Calderón, Guzmán se convirtió en el máximo trofeo. Pero el objetivo central del plan llamado estrategia kingpin se basaba en la premisa falsa de que arrestar o matar a hombres como Guzmán perjudicaría a los grupos de traficantes, permitiendo al gobierno imponer su autoridad sobre las organizaciones y así limitar la violencia. Pese a que muchos no estaban de acuerdo con esta lógica, el presidente Felipe Calderón dio su apoyo tácito a la estrategia, publicando en 2009 una lista de los 37 capos más buscados.

Para ser justos, en términos de la captura efectiva de capos, la estrategia ha tenido éxito: Calderón había capturado o dado de baja a 25 de los 37 de su lista cuando terminó su mandato; Guzmán es uno de los últimos de este tipo de celebridades criminales en México. Es más, pese a que el presidente Enrique Peña Nieto ha repudiado el enfoque que tuvo su predecesor en los capos, tanto él como Calderón han estado a cargo de una oleada de detenciones que ha resultado en la captura o dada de baja de casi todos los narcotraficantes más infames.

Por citar sólo a algunos de los más importantes que han caído desde 2009: Edgar “La Barbie” Valdez Villarreal y Arturo, Alfredo y Carlos Beltrán Leyva, de la Organización de los Beltrán Leyva, Miguel Ángel Treviño y Heriberto Lazcano, los líderes de los Zetas; Nazario Moreno y José de Jesús Méndez, de la Familia Michoacana; Ezequiel Cárdenas y Jorge Costilla, antiguos líderes del Cartel del Golfo, e Ignacio Coronel y Vicente Zambada, del Cartel de Sinaloa.

Luego de esta oleada de golpes, apenas un puñado de capos con cierto grado de fama nacional se mantienen libres o con vida: Ismael “El Mayo” Zambada, Juan José “El Azul” Esparragoza, Héctor Beltrán Leyva, Servando “La Tuta” Gómez, y Vicente “El Viceroy” Carrillo. Los dos primeros son socios de Guzmán  menos conocidos, los tres últimos están al mando de organizaciones que son la sombra de los primeros.

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En cualquier caso, no es probable que alguno de ellos provoque la realización de una telenovela en el futuro próximo o que aparezca en Forbes. De hecho, pareciera ser que con la captura de El Chapo, la era de los capos celebridades de México está llegando a su fin. Los herederos de Guzmán son propensos a adoptar un perfil más bajo, y es poco probable que el gobierno de México permita que otro narcotraficante se convierta en semejante objeto de culto.

Para estar seguro de ello, uno de los primeros actos de Peña Nieto fue la prohibición de la estrategia mediática anterior, quitando así “protagonismo” a los traficantes. Es apropiado decir que el mini despliegue mediático que ha tenido Guzmán será el último que veremos durante esta administración.

Este cambio tiene antecedentes en Colombia, donde la década de los noventa vio la muerte y detención de capos de vieja guardia, como Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela. La implosión de los Carteles de Cali y Medellín engendró una nueva era de organizaciones de traficantes con un perfil más bajo, así como la incursión de grupos armados, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares de las Autodefensa Unidas de Colombia (AUC).

En general, este cambio fue positivo en Colombia y probablemente lo será también en México. Peña Nieto se ha empeñado en reducir el rol que juega el crimen en la percepción de México. Hasta ahora ha funcionado bastante bien (vea portada reciente de la revista Time).

La captura de Guzmán contribuirá a ese esfuerzo, así como el estereotipo de Colombia como un narco-Estado anárquico ha dado paso a una concepción más matizada. Por otro lado, la reducción de la impunidad es un paso vital en los intentos de México para cambiar el equilibrio de poder lejos de los grupos narcotraficantes. Es cada vez menos probable que los funcionarios del gobierno se dejen intimidar por figuras criminales de tamaño mítico, pues éstas ya no existen.

Sin embargo, la tasa de homicidios se mantiene en más del doble que cuando Calderón asumió el cargo, y otros delitos como el secuestro y la extorsión, son ahora peores. En resumen, la estrategia contra los capos no solucionó el problema de seguridad pública, al igual que no lo hizo en Colombia pese a que Escobar fuera dado de baja y de que los hermanos Rodríguez Orejuela fueran arrestados; Colombia sigue siendo uno de los países más violentos del mundo. Por el contrario, ahora que los villanos más evidentes han sido en gran medida retirados de la escena mexicana, en realidad el reto se hace más complicado.

Evidentemente, nuevos capos liderando nuevas organizaciones, diferentes en su alcance y ambiciones, surgirán para remplazar a Guzmán y al actual Cartel de Sinaloa. Los Urabeños y los Rastrojos de Colombia no son los Carteles de Cali y Medellín, pero pese a ello si son importantes fuentes de inseguridad.

Por otra lado, en lugar de enfrentarse a unos cuantos blancos, las autoridades de seguridad de México ahora deben enfrentarse a un sinfín de tareas pendientes más pequeñas, que son colectivamente un mayor desafío que una cohorte de capos infames escondiéndose en guaridas en las montañas o en hoteles en la playa.

La inseguridad en México, así como en gran parte de Latinoamérica, es producto de muchos factores interrelacionados, como la decadencia institucional, la falta de educación y oportunidades económicas, las bajas tasas impositivas, la fe limitada en el gobierno y los controles insuficientes sobre la corrupción. El mercado de drogas estadounidense simplemente crea la posibilidad de enormes ganancias derivadas de estos problemas preexistentes que son orgánicos en México. Guzmán explotó todos estos de una u otra forma.

Si bien el arresto de Guzmán es un paso positivo, hacerle frente a los factores que permitieron su surgimiento es un trabajo de generaciones. Se requiere no sólo voluntad política y creatividad, sino también paciencia y apoyo de la sociedad en general. El arresto de Guzmán y de otros capos celebridades, que ocupan una cantidad excesiva de atención del gobierno, permitirá trabajar más en esta constelación de otros temas, pero en realidad, hace poco para avanzar en la causa más amplia.

Tal vez sea una exageración, pero sólo una pequeña, afirmar que ahora que Guzmán ha sido arrestado, el verdadero trabajo puede comenzar.

8 respuestas a “El fin de capos ‘celebridades’ en México significa que el gobierno se puede poner a trabajar”