Un informe elaborado por investigadores mexicanos entre jóvenes presos en ese país revela el alcance que las organizaciones de crimen organizado tiene entre ellos: el 35 por ciento dijo alguna vez haber formado parte de grupos criminales y solo el 4 por ciento dijo que se unió a ellos a la fuerza.

El informe titulado “Adolescentes: Vulnerabilidad y Violencia” (pdf), publicado por la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México (CNDH), presenta los resultados de un estudio realizado en 17 estados del país, en el que se recogieron testimonios de 730 adolescentes detenidos por delitos relacionados con el uso de la violencia.

El 35 por ciento de los jóvenes entrevistados declaró haber formado parte de algún grupo de crimen organizado. En sus testimonios contaron cómo y por qué se involucraron con el grupo, además de explicar sus labores y su ascenso en la escalera criminal.

Solamente el 4 por ciento afirmó haber sido obligado a unirse a un grupo criminal. En el resto de los testimonios, se entiende que los adolescentes se involucraron de manera voluntaria, aunque orillados por la falta de oportunidades alternativas.

Por lo general, empiezan vendiendo droga o trabajando de “halcones” y conforme van prosperando en sus labores, pueden llegar a ser sicarios o dedicarse a los secuestros.

Las principales motivaciones expresadas por los jóvenes para ingresar a organizaciones criminales fueron el deseo de imitar el estilo de vida de los integrantes de los carteles , así como el anhelo de formar parte de un grupo que les dé sentido de pertenencia y protección.

En otros casos, el formar parte de un grupo delictivo era considerado como algo normal, ya que varios miembros de la familia y comunidad de los jóvenes también participaban en actividades criminales.

“Te hacen ver que son como tu familia porque encuentras en ellos lo que no encuentras en tu familia”, dijo uno de los reclusos originario de Veracruz.

Por otro lado, algunos testimonios revelaron casos en donde los menores acudieron directamente a los grupos criminales para solicitar ayuda con problemas personales, y a cambio tuvieron que trabajar para ellos.

“El papá de mi hijo se lo llevó y no lo podía encontrar, le pedí ayuda a La Familia Michoacana para localizarlo, ellos aceptaron, pero me pidieron a cambio trabajar para ellos en secuestros”, dijo una adolescente del Estado de México.

Los jóvenes ingresan a las filas del crimen organizado desde edades muy tempranas. Por lo general, empiezan vendiendo droga o trabajando de “halcones” (monitorean la presencia de policías o militares en zonas determinadas) y conforme van prosperando en sus labores, pueden llegar a ser sicarios o dedicarse a los secuestros. Varios de los entrevistados dijeron a los investigadores que fueron entrenados por exmilitares o expolicías en el uso de armas.

“A los 11 años me integré al Cartel del Milenio y a los 12 me llevaron a vivir con ellos,” relata un jóven de Guadalajara. “Mi trabajo consistía en secuestrar, levantar y ejecutar”.

Asimismo, el informe destaca que varios de los jóvenes llegaron a tener cargos altos dentro del grupo e incluso a estar al mando de otras personas.

“Yo vendía drogas, era la jefa del lugar, controlaba a un grupo de 17 personas. Distribuía marihuana, cocaína y piedra”, cuenta una niña de 14 años originaria del estado Durango.

“Una persona que era de Los Zetas me ofreció trabajar de halcón, después fui jefa de los halcones y, al final, me pasaron a secuestros, levantones y a ejecutar a los secuestrados”, dijo a los investigadores una reclusa de 18 años originaria de Tabasco. “Mi grupo era de 53 personas.”

Análisis de InSight Crime

El hecho de que la mayoría de los jóvenes entrevistados haya ingresado a las filas del crimen organizado de manera voluntaria parece contradecir la narrativa convencional que dice que los grupos criminales reclutan a menores por medio de coerción.

Esto tiene que ver con las circunstancias que rodean a estos jóvenes. Por un lado, tal como lo menciona el estudio, los entrevistados se encontraban en condiciones de pobreza y exclusión, con pocas oportunidades para prosperar económicanente. A pesar de que el 89 por ciento de los entrevistados tenía empleo, afirmaron que trabajaban en condiciones precarias y con salarios bajos.

Como dijo la investigadora Viridiana Ríos a InSight Crime el año pasado, el problema en México no es el desempleo juvenil, sino que las oportunidades laborales para los jóvenes de bajos recursos no prometen movilidad económica. Por ende, el pertenecer a un grupo dedicado al crimen organizado resulta atractivo, ya que las ganancias pueden ser superiores.

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Por otro lado, es importante destacar la normalización de pertenencia a grupos criminales que menciona el informe. Por un lado hay jóvenes que dijeron que su familia ya formaba parte de grupos criminales y, como se apuntó arriba, algunos acuden a los carteles en busca de ayuda para resolver problemas. Todo esto sugiere que una parte de los adolescentes se une a los grupos criminales porque los ve con cierta legitimidad.

La participación de exmilitares y expolicías en los grupos criminales hace que los jóvenes adopten una postura cínica frente a sus actos criminales, ya que se difumina la línea entre lo legal e ilegal, según el informe.

La normalización de los grupos criminales está representada también en la narcocultura, la cual ha sido aprovechada por los carteles para reclutar nuevos miembros, especialmente a menores. Los capos de la droga son presentados como individuos que han logrado escapar de la pobreza y situarse en los niveles económicos más altos de la población. Su estilo de vida llega a resultar deseable, para una población joven que se enfrenta a un futuro con pocas oportunidades.