Subió al ring con la música de Rocky, quizá con la esperanza de que se le pegue eso del ojo del tigre, pero no funcionó. Ahora está allí, con los hombros gachos, los puños caídos y la cara escondida tras la doble cortina de la capucha de su bata y la visera de su gorra. No se mueve. No hace amagues ni salta. Cordero indefenso, solo espera el filo del cuchillo. Quién sabe qué pasa por su mente, pero, sea lo que sea, le paraliza los brazos y le hace temblar las piernas.
El hombre de la esquina azul es todo lo contrario: fuerza, ánimos y alegría. Tiene casi diez años más que su rival, pero parece un cachorro al que le han soltado la correa. Salta de un lado al otro del ring, alza los brazos, posa para las selfies, manda besos, se arrodilla para orar. Le dan el micrófono y se suelta aún más. Le dedica la pelea a su hija, que acaba de ser operada de un cáncer en Estados Unidos. Habla y habla y habla hasta que alguien del público grita «¡dense verga ya!»
* Este artículo fue editado para mayor claridad y publicado con autorización de Plaza Pública. No representa necesariamente las opiniones de InSight Crime. Vea el original aquí.
El hombre de la esquina roja también es un gran aficionado al micrófono. En tiempo normal, se embriagaría también con sus propias palabras. En tiempo normal, no dejaría pasar la ocasión de saludar a su gente, a Guatemala, al mundo entero. Pero ahora, él no es él. Está derrotado y lo sabe. Las horas de entrenamiento mediatizado en la playa, en el gimnasio, en la piscina, sumergirse en un tonel con hielo, eran pura farsa, un autoengaño. No hay asesores de imagen sobre un ring. No hay edición ni Photoshop. En el ring no se miente.

Mucho se ha escrito sobre Neto Bran, el alcalde de la esquina roja: su ego desmesurado, su afición por los disfraces, como si la vida fuera un festival de cosplay, sus extrañas ocurrencias, como la de lanzar una marca de perfume que lleva su nombre. También se ha descrito su pésima gestión municipal, los 34,6 millones de quetzales (unos U$4,5 millones) del Instituto de Fomento Municipal (INFOM) que estaban destinados a obras concretas, pero que se gastaron en pagar los sueldos de una planilla municipal desmesurada.

Se sabe de los futbolistas del Deportivo Mixco y de sus meses sin cobrar sueldo, de los despidos caprichosos de trabajadores municipales. Se han mencionado las carencias de su municipio, los problemas de agua, la violencia desatada que lo convierte en uno de los más peligrosos del país.
Se le criticó por participar en este show pugilístico cuando el presidente de la república, Alejandro Giammattei, viene de declarar un estado de excepción en su propio municipio. ¿No debería estar coordinando las operaciones de seguridad, en vez de mostrarse en pantalones cortos en un lejano municipio del este?
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El alcalde de la esquina azul también ha hecho correr mucha tinta. Esduin Javier Javier, alias Tres Kiebres, exitoso contratista del Estado, es acusado por la CICIG de ser narcotraficante. Según el exministro de gobernación Mauricio López Bonilla, Javier fue parte de las estructuras criminales de los difuntos Juancho León y Giovanni España. Aunque él niegue haber traficado drogas, admite que Los Zetas intentaron matarlo en el 2010. En entrevista con InSight Crime, dijo que había sido informante de la DEA.
Se ha hablado también de su municipio, Ipala, y de la pobreza propia del corredor seco, del hambre, de la migración como única opción. Esduin Javier sabe harto de esto: fue migrante, albañil indocumentado en Estados Unidos, mojado y deportado.
Que dos alcaldes con tales perfiles hayan organizado esta pelea dice mucho de la Guatemala post-CICIG. La política tradicional ya no tiene miedo. Ya no tiene por qué bajar el perfil, esconderse, hablar con códigos. Ya no le teme a las madrugadas de los jueves. Ahora puede exponerse, desnudarse, hacer espectáculo de sí misma ante las cámaras de televisión y la prensa.

El cacique ‘bueno’
Son las 4 p.m. en el parque Ismael Cerna, en Ipala. Faltan siete horas para la pelea de los alcaldes. Como todas las tardes que Dios da, tres caballeros se sientan a tomar el fresco sobre un banco de cemento, a media distancia entre el busto del poeta ipalense Ismael Cerna (1856-1901) y el monumento al cómico Lencho Patas Planas (1941-2011). Los tres caballeros son Byron Payés, Arturo Sagastume, director de la escuela oficial, y Victorino Medina. Los tres esperan ansiosos la pelea, que irán a ver al coliseo de Ipala.
— Nosotros somos del oriente, somos agresivos y nos gusta la pelea, dice el director de la escuela.
No tienen dudas sobre quién será el ganador: Tres Kiebres. “Es un gallo de los que no se corren. Si lo botan, se levanta”, dice Payés.
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— ¿Cómo se ha portado Tres Kiebres en la muni?
— Nos ha cumplido al 100 por ciento, dice uno.
— Como alcalde, ha sido el mejor, aprueba otro.
Describen todas las obras que ha hecho: proyectos de agua potable, pavimentación de calles y, sobre todo, el Bulevar: una ancha arteria con arriate engramado donde las familias pasean por las tardes. El Bulevar desemboca en la plaza “Jerusalén, capital de Israel”, decorada con una enorme estrella de David dorada.
Arturo Sagastume, el director escolar, ha leído cosas malas sobre su alcalde en la prensa. Lo lamenta. Invita a los periodistas a venir a ver por ellos mismos cuánto ha mejorado Ipala.
No es el único. Por mucho que se pregunte en el parque, nadie tiene nada malo que decir sobre el alcalde. Los que sí tienen algo malo qué decir, no quieren hablar, otros se deshacen en elogios a Esduin Javier Javier.
Un matrimonio que vino al parque para que sus niños se diviertan en los juegos acepta platicar sobre Kiebres. No quieren que mencione sus nombres.
— Es un gran alcalde, dice el hombre. Ha tenido aciertos y desaciertos, pero ha trabajado, agrega.
Cuenta también que Tres Kiebres es como el juez de paz del pueblo. Cuando surge un conflicto entre dos personas, un problema de tierras, algo con una vaca, lo buscan a él. Kiebres escucha a las dos partes, resuelve, y todos contentos.
La esposa solo tiene palabras de cariño hacia el alcalde. El día en que hubo un incendio en la casa vecina, ella lo vio echando cubetazos de agua y tierra. También lo vio donar de su propio dinero a un grupo social que atiende a personas con discapacidad.
— A Kiebres lo vinculan a muchas cosas malas, dice la mujer. Son puras mentiras. Él ha trabajado, fue albañil en Estados Unidos. Es una gran persona.
Tres Kiebres es el prototipo mismo del cacique “bueno”. Qué importan las acusaciones, ayuda a los pobres. Hay muchos ejemplos en Guatemala. Cuando los grandes caciques del narcotráfico fueron capturados, Waldemar Lorenzana, Juan Ortíz “Chamalé”, las comunidades se levantaron, hicieron manifestaciones, exigieron la liberación de sus héroes, sus bienhechores. Cuando Chamalé recién fue capturado, un grupo de mujeres en San Marcos se reunía todos los sábados a rezar una novena, rogaban al cielo por su pronta liberación.
Mientras la pareja cuenta cómo es la vida en Ipala, una señora pasa saludando.
— Ella es una de las suegras de Kiebres, susurra la mujer.
— Por qué, ¿cuántas suegras tiene?, pregunto.
— ¡Ayyyyy!, exclama riendo, con un gesto que quiere decir más de las que se puede contar.
La única queja que tienen los esposos es el precio de la entrada para la pelea. 150 quetzales la general (unos U$20) y 300 quetzales (U$40) la VIP. Pocos pueden pagar eso en el pueblo. “Acá un jornalero gana Q45 (unos U$6) por un día bien penqueado”, dice el hombre. “Y una muchacha gana Q500 (U$65) al mes en una casa”, agrega la mujer. Ellos verán la pelea por televisión.
En el coliseo
Son las 17:30 horas y la cola afuera del Coliseo Municipal de Ipala mide más de cien metros. Hay puestos de comida, ventas de dulces y cigarros, y hasta un puesto de sombreros tejanos.

— A ver quién tiene los dientes bien prendidos, dice un señor de camisa azul y sombrero.
— Vamos a ver si de veras van a pelear o solo es para engañar a la gente, dice una señora mayor.
Un señor asegura que vino desde Baltimore, Estados Unidos, para ver la pelea.
El dispositivo de seguridad es imponente. Hombres con pistola al cincho, pantalones vaqueros y camiseta negra que dice NB vs 3KO patrullan todo el sector. Su jefe es Walter Marroquín, director de seguridad de la municipalidad de Mixco. Dice que formaron una fuerza conjunta, mixqueños e ipalenses, y que son el segundo anillo de seguridad del evento. Los mixqueños son de la policía municipal. Están en su día de descanso, dice, y vinieron porque quisieron: nadie vaya a pensar que se invirtieron recursos municipales en esta pelea. Es viernes.
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La prensa que ha venido a cubrir el evento, por lo menos quince medios, se arrejunta. Hay que esperar luz verde de los organizadores para entrar al coliseo. Uno de los encargados explica las reglas: no transmitir en vivo, no fotografiar a los asistentes.
Más tarde, un reportero de Ojo con mi pisto, un medio que ha sido crítico con Neto Bran y con Esduin Javier, supuestamente fue víctima de intentos de intimidación durante el evento.
En una de sus publicaciones, Ojo Con Mi Pisto reveló que la municipalidad de Mixco gasta mensualmente 182.280 quetzales (unos US$24.000) para pagar el sueldo de 29 personas, todas forman parte del equipo de comunicación de Neto Bran. En otra publicación del mismo medio, se indica que esta pelea requirió 76 servidores públicos.
El coliseo se va llenando. Ipala toma asiento en las graderías de la general. Mixco ocupa las sillas VIP cerca del ring. La venta de cerveza no da abasto. Cae la noche, y empieza la música: un grupo de cumbia de la capital y otro de música norteña de la localidad.
Mientras tanto, frente a los vestuarios improvisados, los boxeadores, los que sí son boxeadores, calientan. Habrá cinco peleas preliminares, que servirán para que jóvenes del equipo nacional de boxeo se fogueen antes de las eliminatorias olímpicas. Destacan Walter Duarte, el Basuca, joven rápido y potente, y Luis Castillo, Pantera, gran promesa del boxeo guatemalteco, adolescente de 17 años, garífuna, un metro noventa, brazos tan largos como sus piernas, y piernas tan delgadas como sus brazos.
El entrenador de Tres Kiebres, Waldemar García, explica cómo organizaron los combates preliminares: los mejores púgiles se afrontarán al principio, y luego irán bajando el nivel. Así, cuando le toque a los alcaldes, estos “no se verán tan mal”. García no duda de la victoria de su pupilo. “Neto Bran no le va a llegar al segundo asalto”, vaticina.
Junto a los muchachos en pantaloneta, está Carlos López, entrenador de la federación de boxeo.
— ¿No le parece todo esto un circo?
“Yo le veo el lado positivo”, contesta. “Le da visibilidad al boxeo. Todas esas personas que están allí” —dice señalando a las graderías— “están pensando en deporte. La pelea de los alcaldes demuestra que no importa qué cargo tenga uno, todos pueden practicar deporte”.
“Sabemos que no va a ser una pelea vistosa, agrega. Pero le voy a decir algo, subirse al ring quiere temple. Quiere temple”.

Por fin es la hora. La entrada de Tres Kiebres, Neto, y su anecdótica pelea. Suena la campana, pasan 25 segundos, un derechazo y al suelo. Otro par de puños y Neto baja los brazos, la mirada boba. No hace falta describir la derrota, internet la inmortalizó en todas sus formas. Los mixqueños se van, con sus caras largas y sus barrigas llenas de cerveza. Algunos buscan pleito y no lo encuentran.
Guatemala sigue siendo la misma: con sus rezagos, sus corruptos, sus narcos queridos, su violencia. Minutos más tarde, un pick up rojo que volvía del coliseo yace tiroteado a un costado de la ruta entre Ipala y Agua Blanca: tres muertos más a la estadística.