La campaña militarizada del gobierno de El Salvador en contra de las pandillas callejeras del país ha tenido una reacción fuertemente armada. La investigación de El Faro señala que el aumento en el uso de rifles de asalto por parte de las pandillas es un eco de la guerra civil que concluyó hace casi 25 años.

 “Presumimos que muchas son del conflicto armado”, responde el ministro de Seguridad Pública, Mauricio Ramírez Landaverde, a la pregunta sobre cuál es el origen de las armas que el Estado salvadoreño incauta a las pandillas con frecuencia creciente. La respuesta del ministro se refiere a las armas de fuego en general —escopetas, pistolas, revólveres, etc.—, pero aplica sobremanera para un tipo de arma en particular: los fusiles de asalto.

La ley salvadoreña clasifica a estas armas automáticas —principalmente M-16 estadounidenses y AK-47 rusas— como “armas de guerra”, y su posesión por el público general está estrictamente prohibida.

*Este artículo fue editado para su claridad y publicado con el permiso de El Faro. No representa necesariamente las opiniones de InSight Crime. Vea el original aquí.

Entre 2011 y 2014 la Policía Nacional Civil (PNC) decomisó en promedio un fusil cada semana. En los primeros cinco meses de 2016, uno cada tres días. Son las cifras oficiales; no incluyen las unidades que Policía y Fuerza Armada confiscan a delincuentes pero no reportan.

“Cuando la guerra era solo con la otra pandilla, era mejor tener un cuete (pistola o revólver), porque es más fácil de guardar,” interpreta el sonido de disparos en los barrios de Salado, un veterano pandillero de Barrio 18 ya retirado.

“¿Ahora qué? Ahora la guerra está declarada y es mejor tener armas más poderosas, porque sabés que la jura (Policía) a matarte viene.”

La guerra entre el Estado y las pandillas está tácitamente declarada desde enero de 2015, cuando el presidente de la República, el excomandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén, cerró cualquier opción de diálogo y apostó por la represión armada. “Algunos dirán que estamos en una guerra, pero no queda otro camino; son criminales y así hay que tratarlos”, se sinceró Sánchez Cerén en marzo de 2016.

En tiempos de guerra se dispara el uso de armas de guerra. Hasta 2014, la PNC reportaba cada año entre 50 y 60 fusiles decomisados, a las pandillas la inmensa mayoría. En 2015 se saltó a 92. Y si se mantiene el ritmo de los primeros meses, 2016 terminará con unas 125 incautaciones.

Los fusiles cada vez son más cotizados en las pandillas. Según el pandillero que sirve como testigo criteriado de la Fiscalía General de la República en el caso ‘Masacre de Opico’, Barrio 18 Revolucionarios de Quezaltepeque disponía, en abril de 2016, de ocho M-16 y tres AK-47. Al menos once fusiles para una pequeña facción de la pandilla que opera en apenas dos municipios.

“El mercado de las armas es… como el de los tomates. El precio sube y baja dependiendo de la demanda y de la oferta. Hay veces que hay escasez, como ocurre con la droga, y es cuando sube el precio”, ironiza sobre el nuevo escenario Sombra, pandillero veterano también.

La paradoja histórica es que los mismos fusiles M-16 y AK-47 que hoy son disparados por pandilleros hace tres décadas podrían haber sido empuñados por combatientes del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) la sigla de la que surgió el partido político que hoy combate a fuego las pandillas.

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Guerrilleros del FMLN entrenan en 1983 con fusiles M-16 que habían sido dejados en Vietnam por Estados Unidos. Foto por Giovanni Palazzo/MUPI

El académico que más tiempo invirtió en estudiar por un lado la proliferación de armas durante la posguerra, y, por otro, el fenómeno de las pandillas, es José Miguel Cruz, director del Instituto Universitario de Opinión Pública (IUDOP) de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) entre 1994 y 2006, y en la actualidad director de investigaciones en la Universidad Internacional de la Florida (FIU), en Estados Unidos. “Sin duda alguna”, responde Cruz cuando se le pregunta si cree posible que las mismas armas que hace un cuarto de siglo estaban en manos de guerrilleros hoy estén en manos de pandilleros.

Por la naturaleza del fenómeno resulta imposible conocer las cifras exactas de cuántos fusiles de pandilleros fueron en su día empuñados por guerrilleros, soldados o miembros de escuadrones de muerte, pero las voces más conocedoras coinciden en que se trata de algo generalizado.

El “presumimos que muchas son del conflicto armado” del ministro Ramírez Landaverde adquiere mayor relevancia en cuanto él es el responsable político de la PNC, la institución que lleva la voz cantante en el decomiso y análisis de las armas incautadas a las pandillas. “Por el tipo de arma, el calibre y las características propias, nos hace suponer que son de la guerra”, apostilla.

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El ministro de defensa, David Munguía Payés, está de acuerdo. “Hemos sentido que ha habido más armamentización […] y una razón es porque todavía hay mucho armamento rezagado del conflicto armado de la década de los ochenta,” dijo el general.

Cruz, quien es coautor de un libro sobre armas de fuego en El Salvaodr, asegura que en la actualidad el mercado negro de armas está “muy pujante” en El Salvador, como consecuencia de “la actual guerra entre el gobierno y las pandillas, y algunas de esas armas vienen de nuestro pasado conflicto”, dice. “Por lo que supimos, algunos comandantes de medio nivel se dedicaron a comercializarlas en los mercados negros, mientras que varios combatientes se quedaron con algunas que han ido vendiendo con el tiempo”, agrega.

 “A ciencia cierta, nadie sabe cuántas armas quedaron en manos de los civiles después de la guerra, porque los esfuerzos institucionales por recogerlas fueron infructuosos y totalmente fallidos”, señala Cruz en su libro. “En El Salvador nunca hubo un esfuerzo esmerado por recoger las armas de la guerra”.

Distintos pandilleros de diferentes pandillas consultados confirman que los fusiles son más codiciados desde que el gobierno les declaró la guerra. Ellos también dicen que muchos de los fusiles en su poder son remanentes de la guerra civil, la cual duró 12 años y concluyó en 1992.

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Un M-16/A1, de los viejos y aparatosos, se puede conseguir en el mercado negro desde US$ 1.500. Un M-16/A2 original en óptimo estado se puede disparar hasta los US $2.500. Un AK-47, un arma más versátil y letal, ronda los US $1.700, un precio más cómodo que se justifica porque utiliza balas calibre 7.62 mm, más caras y escasas que las 5.56 mm de los M-16.

Los fusiles que se utilizaron durante el conflicto armado están llegando a las pandillas por diferentes vías: el traficante de armas convencional que las tiene en su inventario; el guerrillero militante al que se le asignó guardar un lote durante años y concluyó que ya es buen momento para venderlo al mejor postor; policías y militares de distinta gradación que roban fusiles en los distintos eslabones de la fase de custodia y las regresan al mercado negro; o el pandillero hijo de excombatientes que ‘gana’ para su barrio el fusil familiar.

No obstante, según la información que manejan los ministerios de Seguridad Pública y de Defensa, las pandillas también tienen fusiles que no estuvieron en El Salvador entre 1980 y 1992. Son armas largas provenientes del floreciente mercado negro que abastece al crimen organizado en Centroamérica; otras sustraídas de la Fuerza Armada después de los Acuerdos de Paz; y otras más robadas o compradas a personas y empresas que las adquirieron legalmente.

Ana Guadalupe Martínez, la comandante María del FMLN durante la guerra,admite la posibilidad de que fusiles guerrilleros sean hoy parte del mercado negro.

“Más de algún guerrillero se quedó con armas a título personal”, dice. “Otras organizaciones podrían haber no entregado todo”, dice. “También pasaba que los que guardaban depósitos morían, y esos arsenales quedan ocultos hasta que un agricultor o alguien más las halla”, dice.

La llegada masiva a manos de los insurgentes de los M-16 comenzó a partir de 1983-84, fusiles que el Ejército estadounidense abandonó en Vietnam tras su derrota en aquella guerra. En cuanto a los AK-47, los distintos modelos que se vieron en El Salvador se importaron en el tramo final del conflicto, a partir de 1987.

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Rifles de asalto AK-47 confiscados a pandilleros por la PNC.

Algunos de los rifles de asalto utilizados por pandillas se pueden remontarse a las Fuerzas Armadas de El Salvador, según el diputado Rodrigo Ávila Avilez, exdirector general de la PNC y uno de los principales expertos en armas del país.

“También armas de la Fuerza Armada terminaron en manos de delincuentes o de particulares, sobre todo en el primer tramo de la guerra, cuando el control de inventarios era menos estricto,” dijo Ávila Avilez. “Pero esas armas no son nada comparado con las que la guerrilla llegó a almacenar de forma clandestina”.

Cuatro son las razones que, al juicio de Ávila Avilez, explican por qué hay tantas armas de la guerra en manos de pandilleros: uno, parte de los fusiles que el FMLN guardó por si el acuerdo de paz fracasaba se han incorporado al mercado negro; dos, los fusiles de los que mandos medios y altos tanto de la guerrilla como de la Fuerza Armada se adueñaron para enriquecerse; tres, los fusiles almacenados en tatús bajo conocimiento de pocas personas que, al fallecer, quedan expuestos a la estricta buena voluntad de quienes los hallan; y cuatro, por los combatientes que se quedaron uno o más fusiles como recuerdo de la guerra.

*Este artículo fue editado para su claridad y publicado con el permiso de El Faro. No representa necesariamente las opiniones de InSight Crime. Vea el original aquí. Valeria Guzmán contribuyó a este informe.

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