La espiral de violencia alrededor de Madrid está siendo atribuida a la fracturación y propagación de las pandillas dominicanas, que se han convertido en la principal amenaza para la seguridad urbana de España.

El 23 de julio, las autoridades españolas anunciaron la detención de siete integrantes de la pandilla callejera Dominicans Don’t Play (DDP) y la desarticulación de un capítulo local que operaba en el corredor de Henares del área metropolitana de Madrid, España.

Un mes antes, las autoridades reportaron la captura de cinco miembros de los DDP por tentativa de homicidio con machetes contra un pandillero rival en la provincia de Toledo, en las afueras del área metropolitana de Madrid. El 16 de abril, seis integrantes de la agrupación fueron detenidos por asalto y robo a mano armada en la población de Valdilecha, región de Madrid.

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Aunque no son raros los enfrentamientos intermitentes entre las pandillas latinas en Madrid, estos nuevos hechos indican un nivel anormal de conflicto, y se presentan en un contexto de agudización de la violencia pandillera este año, en particular entre los DDP y otra pandilla dominicana: los Trinitarios.

En abril, El Comercio atribuyó la escalada del conflicto a una ruptura del pacto de no agresión entre los DDP, los Trinitarios y otras dos pandillas latinas en España: los Latin Kings y los Ñetas. El resultado ha sido un resurgimiento de la guerra territorial entre los DDP y los Trinitarios con la reanudación de una agresiva competencia y la expansión de ambos grupos hacia nuevos sectores.

Esto también ha traído consigo la proliferación de nuevos capítulos que se suman a los 88 existentes en España, según registra El Comercio, citando a organismos de seguridad del Estado. De esos, 75 por ciento actualmente hace parte de las cuatro megapandillas latinas: 29 de los Latin Kings, 16 de los Trinitarios, 11 de los DDP y 10 de los Ñetas.

Análisis de InSight Crime

Si bien los enfrentamientos son comunes entre las pandillas dominicanas de España, que surgieron a principios de la década de 2010, la renovada violencia indica que el DDP y Trinitarios están peleando por el control de los vecindarios y las actividades criminales. Ambos, sin embargo, enfrentan limitaciones intrínsecas.

Las pandillas juveniles callejeras por su misma naturaleza participan en delitos menores. En España, la mayoría de los reclutas son menores de edad. Un reportaje de El País halló que algunos apenas llegan a los 11 años de edad y poquísimos superan los 30. La misma fuente señala la inevitable alta rotación de reclutas, en el orden del 30 al 50 por ciento: cada año entre 100 y 200 miembros van a prisión, de un total nacional aproximado de 350 a 400 miembros.

Como resultado de esto, su única participación en economías ilícitas ha sido en narcomenudeo y microtráfico. Pues aunque desde hace años ha habido temores de que la criminalización de las pandillas dominicanas lleve a delincuentes callejeros a las redes de grupos narcotraficantes transnacionales, ahora es evidente que esto no ha sucedido.

Tampoco parece que estos grupos tengan conexiones permanentes importantes con las pandillas callejeras de República Dominicana ni con las acorraladas filiales europeas de federaciones criminales transnacionales como la MS13 o Barrio 18.

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De hecho, según las autoridades españolas, su única conexión con el crimen organizado de mayor nivel es un filtro para el talento delictivo.

“Las pandillas son un semillero de criminales, los que son ‘buenos’ terminan en el crimen organizado, y los que no, en la delincuencia común”, según declaró el jefe de la sección de pandillas latinas de la Policía Nacional de Madrid en declaraciones a El País.

Eso no quiere decir, sin embargo, que deban ignorarse grupos como los DDP o los Trinitarios. Aparte de su empleo de violencia extrema, estas organizaciones están muy centralizadas, tienen una estructura altamente jerárquica y son capaces de reclutar, armar y desplegar números importantes de adolescentes desilusionados por todo el país. La cohesión interna se mantiene por medio de un estricto código y un capital colectivo generado mediante cuotas de afiliación mensuales.

Las notas de los medios indican que las estructuras de liderazgo de las pandillas pueden ser incluso más formalizadas que las de sus homólogos centroamericanos. Cada capítulo al parecer está comandado por un “supremo”, respaldado por un lugarteniente (un “ángel”) y tiene un tercero al mando. Ese tercero es el encargado de administrar los castigos y dar su autorización a los miembros para cambiar de barrio.

A pesar de todo esto, la antropóloga Kattya Núñez ofrece otra perspectiva.

“En España, las pandillas nunca serán el problema que han llegado a ser en otros países”, afirmó a El País.