En la favela Antares, un plano y polvoriento suburbio en el lejano occidente de Río de Janeiro, el control del Comando Vermelho permanece intacto y sin disimulo alguno.
Vigilando todas las entradas a la favela se encuentran centinelas criminales que cargan radios y pistolas. En las calles de la favela, operarios del Comando Vermelho venden drogas abiertamente en varios puntos establecidos, llamados “bocas”, donde bolsas de cocaína, marihuana y crack son exhibidas en mesas con etiquetas que marcan sus precios. Los operarios de Comando Vermelho andan entre las bocas en moto, portando armas como Kalashnikovs con lanzagranadas. En un reciente evento musical de Antares conocido como fiesta de Baile Funk llevado a cabo por el Comando Vermelho un viernes en la noche, los pandilleros incluso bailaron con sus rifles al aire.
Estas notables escenas de pandilleros operando tan descaradamente reflejan la historia de las favelas de Río y su relación con el crimen organizado. Las favelas, o comunidades fundadas en invasiones, datan del siglo XIX, fundadas principalmente por antiguos esclavos. Brasil abolió la esclavitud sólo hasta 1888, dos décadas después de Estados Unidos. Durante el siglo XX, las favelas se llenaron de migrantes del campo mientras permanecían en mayor parte fuera de la ley y a menudo sin servicios básicos como el alcantarillado. Hoy, las favelas son el hogar de más de 11 millones, de los 200 millones de brasileños.
Una versión de este artículo apareció originalmente en una publicación de Combating Terrorism Center, the CTC Sentinel. Vea el original, incluyendo citas, aquí.
Con el alto desempleo, los criminales como asaltantes callejeros o ladrones de bancos operaron por mucho tiempo fuera de las favelas. Bajo la dictadura militar de Brasil en los setentas, los delincuentes más violentos fueron encarcelados en la prisión de Ilha Grande junto con guerrillas de izquierda y prisioneros políticos, a quienes pudieron haber golpeado e intimidado. Los pandilleros de las favelas, sin embargo, se unieron con los izquierdistas educados y fundaron el Comando Vermelho en 1980. El comando tomó la retórica de las guerrillas de luchar contra el gobierno y de una organización tipo célula –una estructura que ha hecho que sea tan difícil de desmantelar. Mientras que la dictadura militar se acabó en 1985 y la mayoría de los presos políticos fueron perdonados y puestos en libertad, así el Comando Vermelho se esparció a través del sistema penitenciario y a las favelas.
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Con su base en los suburbios de Río, Comando Vermelho construyó una extensiva red internacional de narcotráfico, proveyéndoles de cientos de millones de dólares para comprar armas y pagar miles de pistoleros, a quienes llaman “soldados”. Forjó fuertes vínculos con los traficantes y guerrilleros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ayudándoles a mover cocaína hacia Estados Unidos y Europa. El líder brasileño de Comando Vermelho, Luiz Fernando da Costa, fue acusado por un gran jurado federal de Estados Unidos y fue arrestado en Colombia en 2001. El Comando también generó un excepcionalmente rentable mercado doméstico; Brasil ahora es el segundo mayor consumidor de cocaína en el mundo después de Estados Unidos. Se estima que alrededor de cuatro millones de brasileños han consumido la droga por lo menos una vez.
“El Comando es un poder absoluto en estas comunidades”.
Las vastas ganancias de este mercado causaron que los líderes de Comando Vermelho pelearan entre ellos y la organización se dividió, con su rival Amigos dos Amigos emergiendo en 1998 y el Tercer Comando Puro en 2002. Esto causó una serie de sangrientas batallas territoriales entre pistoleros de los diferentes comandos, aumentando las tasas de homicidios. El Comando Vermelho también lleva a cabo ejecuciones dentro de su territorio contra presuntos ladrones o violadores, con pandilleros realizando “juicios” antes de emitir sus sentencias. Este “sistema judicial” alternativo plantea un serio reto al poder del gobierno en áreas donde muchos desconfían de la policía.
“El Comando es un poder absoluto en estas comunidades”, dijo André Fernándes, un periodista brasileño que maneja una red de noticias en la favela. “Son los jueces de la vida y la muerte. Ellos lo deciden todo”.
Un vendedor de drogas de Antares llamado Lucas, de 28 años, describió cómo él primero se unió al Comando Vermelho cuando tenía 12 años, lo que es común en muchos reclutas.
“Yo quería fama en ese momento”, dijo Lucas. “Nunca tuve miedo. No me asustan las peleas con armas. Me encanta la adrenalina”.
Lucas ahora maneja un punto de venta de drogas, trabajando turnos de 24 horas y ganando una comisión basada en las ventas. Las largas filas en los puntos de drogas sugerían que el negocio iba bien. Lucas describió cómo el Comando Vermelho emboscaría a la policía si esta entrase a la favela, con espías llamando por el radio para señalizar la posición de la policía. Los pistoleros de Comando Vermelho luego usan una posición más elevada como lomas o techos para dispararles a los oficiales.
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Para ganarse a los residentes, Comando Vermelho paga por algunos servicios, como agua y sistemas de alcantarillado, compran medicinas para los enfermos y financian fiestas gratuitas, dijo Lucas.
“La ciudad no hace nada por nosotros”, reclamó. “Entonces tenemos que hacerlo nosotros mismos”.
Los informantes de la policía también arriesgan una pena de muerte, dijo Lucas.
Guerra Urbana
Luchando contra el Comando Vermelho se encuentran unidades de policía que incluyen la Coordenadoria de Recursos Especiais (CORE), un grupo élite similar a un equipo de SWAT, con un logo de una calavera con un cuchillo atravesándola. El comandante de CORE, Rodrigo Oliveira, es un exsoldado que lleva 20 años en la unidad y ha servido en cientos de tiroteos. En uno, recibió un disparo, y parte de la bala permanece incrustada atrás de su cabeza. Luego de esa balacera, estuvo en el hospital por dos días y luego en menos de una semana volvió al trabajo.
“Hay una razón para eso”, dijo Oliveira. “Si uno para, va a tener miedo la próxima vez. No se puede parar. Siempre que entramos a las favelas estamos bajo fuego. Hoy en día el ejército [brasileño] viene aquí a entrenar con nosotros. En vez de la policía aprender de los militares, los militares aprenden de la policía”.
Las angostas calles de las favelas a menudo fuerzan a los oficiales de CORE a abandonar sus vehículos armados. Se mueven en parejas, cubriéndose el uno al otro y a la siguiente pareja en forma de cadena, una táctica que es usada comúnmente, dijo Oliveira. Un constante reto es estar en terreno más alto que los pistoleros de Comando. Para tratar de evitar ser rebasados, los oficiales se hacen rutas a través de muchos de los suburbios que parecen laberintos y se apoyan en helicópteros que vuelan sobre ellos.
Los oficiales de CORE se enfrentan a armas de alto calibre que a menudo son robadas de los ejércitos de Bolivia y Paraguay –donde los soldados mal pagados hacen parte de los robos- y llega a Brasil a través de sus porosas fronteras, según Oliveira. Los traficantes también usan explosivos caseros que son peligrosamente imprevisibles y algunas veces vuelan dedos o miembros de los miembros de la unidad antibombas de CORE. Oliveira explicó que la estrategia de CORE es usar inteligencia para lanzar redadas en las casas de seguridad que almacenan las armas y las bombas, e ir tras los criminales más violentos.
Oliveira dijo que el trabajo de CORE y otras unidades de policía ayudó a reducir la violencia en el estado de Río incluso antes de que empezara el programa de pacificación, de un pico de 8.321 homicidios en 2002 a 6.313 en 2007. Sin embargo, aún es un trabajo peligroso. De enero a mediados de agosto de 2014, 179 oficiales recibieron disparos, 49 de ellos murieron.
Sin embargo, los defensores de derechos humanos afirman que los oficiales usan sus armas muy libremente. La policía de Brasil mata alrededor de 2.000 personas en el país cada año por presuntamente resistirse al arresto, según Amnistía Internacional. Oliveira dijo que ellos tratan de evitar las muertes de civiles, pero que los criminales eligen atacar en áreas densamente pobladas.
“Estamos en guerra”, dijo. “Las bandas narcotraficantes compiten en una carrera armamentística y traen armas de guerra a la ciudad. La población está en medio de este combate”.
¿Favelas Pacificadas?
El programa de pacificación apunta salir de este punto muerto estableciendo la presencia permanente de la policía en forma de Unidad de Policía Pacificadora (UPP). Para establecer UPPs, la policía anuncia que va a hacer una incursión en la radio y en la televisión, luego entra a la favela respaldada por soldados, vehículos blindados y helicópteros. Con oficiales teniendo una presencia constante dentro de estas favelas pacificadas, los pandilleros no podrían mostrar desvergonzadamente sus armas, reduciendo las luchas territoriales y los homicidios. También se le muestra a los residentes que el gobierno, y no los comandos, controla su área.
Para agosto de 2014, la policía había establecido 39 UPPs sirviendo a cientos de miles de residentes en más de 100 de alrededor de 600 favelas en el área metropolitana. Las áreas pacificadas incluyen las favelas más grandes y casi todos los suburbios cerca al centro de la ciudad donde los turistas podrían arriesgarse. El gobierno estatal de Río asegura que los homicidios han bajado en un 65 por ciento en las favelas pacificadas, y las inversiones en negocios como restaurantes se han fomentado.
El programa, sin embargo, enfrenta dos grandes obstáculos. Primero, con el aviso público del despliegue de la fuerza, los pandilleros pueden simplemente moverse a otras áreas como Antares en las afueras. La mayoría de los 1,7 millones de habitantes de favelas en Río aún viven en áreas no pacificadas.
“Yo no confío en la policía pero ellos son el mejor de los dos males”.
“Sólo se transfiere el problema de un área a otra”, declaró el Comandante Oliveira. “Si yo le digo a un criminal que voy a ir a su casa mañana, ¿él se va a quedar en su casa? Claro que no. Y eso es lo que pasó. Ahora el problema se ha mudado del centro de la ciudad a la periferia”.
Segundo, la policía ha estado luchando por ganarse el apoyo de los residentes. Especialmente cuando han sido llevados a balaceras. En abril de 2014, el conocido bailarín Douglas Rafael da Silva fue asesinado a disparos en la favela Pavao Pavaozinho, cerca de la famosa playa de Copacabana. Da Silva fue una historia de éxito que había bailado en un programa popular de televisión y su muerte provocó protestas que se convirtieron en disturbios.
La policía asegura que intercambió disparos con narcotraficantes y no estaban seguros de quién salió la bala que mató a da Silva. Sin embargo, testigos dicen que la policía le disparó a unos jóvenes desarmados por estar fumando marihuana, y una de las balas le dio al bailarín.
“La policía no está nada preparada para trabajar en esta comunidad”, dijo Paulo dos Santos, un vecino y actor quien había trabajado con da Silva. “Ellos son la ley, pero no la respetan. Nosotros no queremos a ese tipo de policías”.
“Por lo menos ahora hay menos pandilleros con armas”, dijo Leandro Matus, dueño de una tienda de bicicletas al lado de donde da Silva fue disparado. “No confío en la policía pero son el mejor de los dos males”.
El Comandante Oliveira admite que para ganarse a los residentes, el gobierno de Río debe invertir más en programas sociales. Mientras que Brasil ha expandido su clase media en los años recientes, cerca de 16 millones de personas todavía viven en extrema pobreza, incluyendo muchos de ellos en las favelas. El analfabetismo entre brasileños negros, que son la mayoría en las favelas, es también casi tres veces que el de los brasileños blancos.
“La única parte del Estado que entra a estas áreas es la policía”, dijo Oliveira. “Tienen que entrar otras partes del Estado a las favelas también. Necesitamos invertir en educación y en salud. Pero eso no está pasando. Son sólo policías. De esta forma, no vamos a ganar esta guerra”.
*Ioan Grillo es un periodista basado en Ciudad de México. Ha cubierto Latinoamérica y el Caribe desde 2001 para medios que incluyen la revista Time, Reuters y el Sunday Telegraph. Es el autor del libro El Narco: Inside Mexico’s Criminal Insurgency, el cual fue finalista en el Festival de Los Angeles Times de Libros y el premio Orwell.
*Este artículo originalmente apareció en la publicación de Combating Terrorism Center, the CTC Sentinel. Vea el original, incluyendo citas, aquí.