El contenedor de plantas ornamentales ya había pasado por la aduana en el puerto costarricense de Limón y aguardaba su traslado a un barco con rumbo a los Países Bajos. Pero hubo algo en el cargamento que persuadió a los agentes antinarcóticos a echar una última mirada. La corazonada resultó cierta. En el interior había más de cinco toneladas de cocaína: el alijo de drogas más grande en la historia de Costa Rica.

El decomiso, el 15 de febrero, de un cargamento de drogas que habría reportado ganancias por cerca de US$140 millones en su destino fue celebrado como la prueba de los grandes avances de Costa Rica por mejorar su capacidad de interdicción de narcóticos.

Sin embargo, este triunfo puede ser solo un pequeño rayo de sol entre el nubarrón oscuro que se cierne actualmente sobre el país. El decomiso confirmó lo que se ha vuelto cada vez más evidente en los últimos años: que Costa Rica es ahora un importante exportador de cocaína hacia Europa y que los cargamentos que salen del país son manejados por redes nacionales cada vez más sofisticadas.

“Por un lado estamos contentos, pero por el otro es preocupante, porque esta red movía cantidades de droga muy grandes”, comentó Juan José Arévalo, jefe de la Policía Control de Drogas (PCD) en Costa Rica, en conversación con InSight Crime.

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Las autoridades costarricenses aún deben averiguar el trayecto completo de las cinco toneladas a lo largo del país. Es casi seguro que las drogas ingresaron por una de las cuatro rutas principales que usan los traficantes: la costa pacífica, la costa atlántica, el puerto de Limón o la frontera terrestre con Panamá.

Según las entrevistas hechas por InSight Crime a las autoridades, el grueso de la cocaína ingresa al país en lanchas rápidas, semisumergibles y en las embarcaciones desmanteladas y encubiertas que se conocen como barcos de bajo perfil procedentes de Colombia. La mayoría de esos cargamentos llegan al paraíso de los traficantes al sur del país, con sus playas y ensenadas, en la península de Osa sobre el Pacífico.

Cierta parte se recibe en la costa atlántica, donde hay pequeños narcomuelles y escondites a lo largo de las orillas de las vías fluviales en las zonas selváticas de la costa norte o alrededor de la ciudad de Limón.

Las autoridades también han descubierto cocaína que ingresa por el puerto de Limón, oculta en cargas o dentro de las estructuras de los contenedores que zarpan del puerto de Turbo, en Colombia. Otro pequeño porcentaje entra por vía terrestre luego de cruzar la frontera con Panamá en vehículos adecuados con compartimientos secretos.

La pista de las cinco toneladas, sin embargo, se detiene en San Carlos, una importante zona agrícola al noreste del país que se ha convertido en la base del tráfico hacia Europa. San Carlos produce la mayor parte de la fruta, los vegetales y plantas ornamentales que Costa Rica exporta, los mismos productos buscados por los traficantes para esconder sus cargamentos de cocaína.

En el pasado, las autoridades han descubierto granjas y plantas empacadoras en San Carlos que sirven como fachada, creadas o adquiridas por narcotraficantes con la intención de esconder cocaína en cargamentos de apariencia legítima, con piña, yuca y otros productos. Pero, en este caso, la evidencia apunta a una técnica distinta: contaminación del transporte en el trayecto entre San Carlos y Limón.

“[Las drogas] venían sin ningún tipo de protección, estaban los paquetes y debajo de ellos las macetas con las plantas y la tierra”, declaró Álvaro González, jefe del Organismo de Investigación Judicial (OIJ) de Costa Rica en la base de Limón. “Eso significa que el conductor salió con las plantas y, en algún punto del trayecto al puerto, se detuvo a cargar la droga”.

Para introducir las drogas en el cargamento de plantas, los traficantes debían romper los sellos de aduana del contenedor y reemplazarlos con una réplica, un proceso que requiere que contactos corruptos dentro de las empresas transportadoras, la concesión del puerto o de aduanas les transmitan información sobre movimientos de contenedores y números de sellos.

“Clonan los sellos”, aseguró González. “Cuando rompen los originales para cargar las bolsas, es porque tienen la información para reemplazarlo con otro idéntico”.

Las autoridades han investigado a las empresas transportadoras sospechosas de ser fachadas del narcotráfico, pero en la mayoría de los casos los traficantes solo tienen que comprar a los conductores, muchos de los cuales son contratistas que las empresas de transporte contratan temporalmente para cumplir los pedidos.

A continuación, los contenedores ingresan al distrito portuario, donde hay un solo escáner para supervisar el flujo diario de miles de contenedores. Ese escáner, además, no es operado por la policía o la aduana, sino por empleados de APM Terminals, la empresa concesionaria del puerto.

En el caso de las cinco toneladas, los traficantes superaron sin problemas la revisión inicial y el contenedor fue eximido del escáner. Solo la pericia de los agentes de la PCD evitó que zarpara.

“En este caso, fue el resultado del perfilamiento (caracterización)”, explicó González. El tipo de cargamento y los movimientos de los contenedores despertaron las alertas de los agentes de la PCD, quienes entonces inspeccionaron la parte exterior del contenedor.

Los agentes notaron una irregularidad en el sello de aduana, lo cual fue suficiente para persuadirlos  de devolver el cargamento al escáner. La imagen de rayos X que se produjo no dejó lugar a dudas: 202 masas oscuras que no tenían por qué estar en un cargamento de plantas.

Análisis de InSight Crime

La pregunta más acuciante que ahora enfrentan las autoridades costarricenses, sin embargo, no es cómo se traficaron las cinco toneladas, sino quién las traficaba. Hay investigaciones abiertas y, por ahora, una cosa es cierta: se trataba de una red sofisticada de confianza de traficantes colombianos para que les dejaran manejar esas enormes cantidades de producto.

Hace tres décadas, surgieron las primeras redes de tráfico en Costa Rica, cuando los corredores de droga hacia Estados Unidos pasaban del Caribe a México y Centroamérica. En el país centroamericano, las narcolanchas que hacían el recorrido hacia el norte desde Colombia se reabastecían de combustible. Los cargamentos de cocaína pronto comenzaron a desembarcar en Costa Rica, donde redes locales estaban encargadas de recibirlas, almacenarlas y organizar su transporte hacia el norte, por tierra, mar o aire.

Hoy en día, hay numerosas células traficantes dedicadas a las mismas tareas. En el Pacífico, fuentes de seguridad describen cómo redes de tráfico experimentadas tienen la tarea de recibir cargamentos en el mar, llevarlos hasta tierra firme y luego a las bodegas, ranchos y casas que se usan como escondites en todo el país. En la región del Atlántico, las bandas criminales mantienen muelles, casas de seguridad y vehículos que se usan para recibir, almacenar y trasegar tanto cocaína como marihuana importada para el mercado nacional.

“Estas redes son muy organizadas, han ido adquiriendo propiedades cerca de los ríos y la costa, lo que facilita la entrada de los barcos que traen la droga”, comentó Manuel Jiménez, fiscal de Limón.

La tarea de organizar los cargamentos recae en diferentes redes, que mantienen los contactos corruptos y la capacidad logística para contaminar los contenedores.

“Esto requiere una logística distinta, porque se necesita gente con conocimiento más especializado en temas de exportaciones, aduanas, fletes y empresas transportadoras, e incluso gente dentro del puerto para tener acceso a información sobre qué contenedor se dirige a qué destino”, señaló Jiménez.

Si los traficantes también demandan servicios, como seguridad para los embarques o asesinato o secuestro para cobro de deudas o ajustes de cuentas, pueden recurrir a las bandas locales, cuya actividad principal es el control de los mercados nacionales de estupefacientes.

“Estas bandas están estrechamente conectadas con el tema de los asesinatos, que por lo general tienen que ver con problemas con bandas rivales por el mercado local de drogas, pero también por clientes internacionales”, añadió Jiménez.

La clave en los últimos años es quién contrata y organiza estas redes. En el pasado, eso era trabajo de agentes delegados por los dueños colombianos o mexicanos de los cargamentos. Aunque este sigue siendo el caso en algunas ocasiones, un porcentaje creciente de cargamentos son manejados por expendedores costarricenses de cocaína.

Para las exportaciones hacia Europa, estos coordinadores locales de tráfico actúan como punto de contacto con los dueños colombianos de los cargamentos. Usan sus conexiones y su infraestructura para armar una cadena de suministros desde el ingreso a Costa Rica hasta la exportación, contratan a las diferentes células para la recepción, se ocupan del almacenamiento, el transporte y de la exportación de los narcóticos.

Los investigadores que hablaron con InSight Crime describen cómo estos intermediarios mantienen un bajo perfil, que les permite moverse con libertad dentro del mundo legal detrás de una fachada de empresarios o incluso abogados.

“Hoy en día, los narcotraficantes no son tipos con dos ametralladoras, cuatro cadenas de oro y autos ostentosos. El perfil es diferente ahora: son empresarios con empresas de papel”, señaló Jiménez.

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Aunque las autoridades costarricenses han desarticulado numerosas bandas y redes de transporte de nivel medio, estas figuras han sido intocables hasta ahora.

“Ha habido capos que han caído que son líderes en mercados locales, pequeños narcos que dominan ciertos territorios y en ocasiones se disputan esos territorios, quienes también puede prestar servicios a organizaciones mucho más grandes”, relató Mauricio Boraschi, exjefe nacional de servicios de inteligencia y comisionado antinarcóticos, que actualmente se desempeña como fiscal en la ciudad de San José. “Pero si la pregunta es si ha caído algún capo de verdad, la respuesta es no”.

Esta imposibilidad para llegar a los niveles superiores del tráfico de cocaína puede resultar costosa, pues indica que el narcotráfico en Costa Rica evoluciona con mayor rapidez que la respuesta del estado.

“Lo que vemos hoy en día es un debilitamiento del estados costarricense frente a estas estructuras, y un avance en las redes narcotraficantes”, comentó Boraschi.

Sea cual sea la red que perdió el cargamento de cinco toneladas seguramente en este momento estarán pagando un alto precio. Sin embargo, con el boom de la oferta de cocaína en Colombia y la demanda en Europa, es probable que esto afecte el nuevo lugar que ha ganado Costa Rica en la mesa principal de los exportadores de cocaína trasatlánticos, o del flujo de narcóticos que pasa por el país.

“En Costa Rica, enfrentamos un tsunami de cocaína, y no está ahogando”, se lamentó Boraschi.